lunes, 15 de agosto de 2016

Lorca era una galaxia

  • El jueves 18 de agosto se cumplen 80 años del fusilamiento en Granada de Federico García Lorca 
  • Especialistas en su obra retratan a este escritor poliédrico y universal

Mito
Por Agustín Sánchez Vidal
Lorca fue una leyenda en vida. Su obra sólo es un pálido reflejo del aura que irradiaba el personaje. Él mismo tenía un fuerte sentido del mito, un certero instinto para acuñarlo. Y son esas raíces primigenias las que lo hacen tan universal. Buñuel y Dalí, que le reprocharon su “costumbrismo”, no calibraron ese entramado que subyace bajo el fulgor de las metáforas, ni el pasadizo hacia la modernidad inaugurado por el ciclo neoyorquino.
El asesinato hizo cerrar filas en torno a su memoria a séniors como Antonio Machado, a sus compañeros de la generación de 1927 o a sucesores como Miguel Hernández, quien tenía en la celda donde murió un ejemplar del Romancero gitano.
El mito no dejó de crecer. Cuando el presidente Eisenhower visitó España en diciembre de 1959, en su entrevista con Franco puso el nombre de Lorca sobre la mesa. Le informó del manifiesto publicado por intelectuales estadounidenses, acusándolo de tender la mano a los asesinos del poeta. El Caudillo atribuyó su muerte a incontrolados, y el primer mandatario norteamericano lo dejó en evidencia indicándole detalles muy precisos, proporcionados por sus servicios secretos. A las dos décadas de su fusilamiento, ya era una cuestión de Estado.

Popular
Por Mario Hernández
La obra entera de Federico García Lorca, del Romancero gitano a Bodas de sangre, Doña Rosita la soltera, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Seis poemas galegos o Diván del Tamarit, está atravesada por un profundo sentido de lo popular español, que atiende tanto a saberes, creencias y sentimientos como al modo de celebración de la vida (y la muerte) en las manifestaciones folclóricas de toda la Península. Su maestro de elección, Manuel de Falla, alabó públicamente su condición de folclorista y musicólogo, y esa vertiente le sitúa en la estela de poetas como Juan del Encina, Lope de Vega o Luis de Góngora, incluida su rica variedad de registros. Lorca es, a su vez, como los tres, un poeta capaz de expresarse en formas líricas o dramáticas, dentro de una tradición literaria que, sin desconexión con la cultura europea, trata de dar voz a anhelos colectivos. Esa raíz popular aparece en él quintaesenciada, transgredida, refinadamente transfigurada. ‘La casada infiel’, por ejemplo, no es una celebración machista de un don Juan gitano, sino la versión lírica y exquisitamente irónica de la narración originaria. Lorca es, en definitiva, un poeta siempre consciente y culto, capaz de renovar una voz anónima de siglos.

Moderno
Por Luis García Montero
García Lorca fue un moderno. A principios del siglo XX, se sumó en Granada a la rebelión de las provincias para regenerar España con maestros como Fernando de los Ríos y Manuel de Falla. Fue también un moderno cuando llegó a la Residencia de Estudiantes en 1919 y buscó a Juan Ramón Jiménez. Pronto abandonó la elocuencia sentimental para ensayar la síntesis de las canciones y el poder conceptual de los versos. Fue moderno al comprender el valor de las metáforas ultraístas y al acompañar a Salvador Dalí en su paso del cubismo al surrealismo, un viaje que Lorca caracterizó con las etapas de la imaginación, la inspiración y la evasión. Por si fuese poco viajó en 1929 a Nueva York, leyó a Whitman y a Eliot y sintió de manera muy personal la deriva al vacío de la civilización contemporánea. Quizá por esto colocó a Garcilaso y san Juan de la Cruz sobre la tierra baldía, porque dudó del camino lineal que se llama progreso y quiso habitar un presente perpetuo o un eterno retorno en el que actualizar el pasado. No es raro que buscase en su último libro, Diván del Tamarit, un abrazo entre los aires clásicos y la expresión radicalizada.

Dramático
Por Lluís Pasqual
El teatro para Federico García Lorca fue siempre “la máscara” —el yo que adoptamos para relacionarnos con los demás— convertida en arte. A la que había que dominar y contra la que había que luchar. Lo intuyó desde niño cuando oficiaba ceremonias teatrales en forma de misa para las mujeres de la casa. Luego vendrían los títeres y más tarde las pequeñas funciones en la entrada de la Huerta de San Vicente. Después se apropió de la forma del teatro (como de tantas otras formas para salirse de sí mismo) con el acercamiento de los tímidos, buscando el antídoto contra la angustia de la soledad. El teatro es un espacio para compartir siempre con “otro”. Con el público por su misma naturaleza, y también con los compañeros de aventura en los ensayos que preparan ese encuentro, ya sea en Granada, en el Teatro Español o en cualquier pueblo de España de gira con La Barraca. El hombre de teatro, y Federico lo era, necesita siempre a los demás. Todos los personajes de Lorca están solos, desde Yerma hasta el director de El público. Y alivian su soledad compartiéndola con nosotros mientras, en un juego de espejos, nosotros atemperamos la nuestra. La soledad de Federico y la nuestra aliviándose en una caricia mutua están en la raíz de su teatro.


Flamenco Por Pedro G. Romero
Dibujante Por Juan Manuel Bonet
Cinéfilo Por Román Gubern
Americano Por Reina Roffé
Universal Por Laura García Lorca

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