domingo, 28 de agosto de 2016

19 autoantónimos: palabras que significan una cosa y la contraria

Jaime Rubio Hancock
Empecemos con una palabra de cinco sílabas: enantiosemia. Se trata de “un tipo de polisemia en el que una palabra tiene dos sentidos opuestos”, como explica Fundéu en el primer volumen de su Compendio ilustrado y azaroso de todo lo que siempre quiso saber sobre la lengua castellana.

Estas palabras con dos significados opuestos también se llaman autoantónimos. Es decir, significan una cosa y la contraria. Alguno puede suponer que la Real Academia de la Lengua se ha rendido y ya le da todo igual, pero el origen de estas enantinosemias suele ser rastreable. Como explica Fundéu, a veces son el resultado de los usos irónicos y en ocasiones, de las antífrasis, una figura retórica por la que “se designan personas o cosas con voces que significan lo contrario de lo que se debiera decir”. Veamos 19 ejemplos:

Alquilar: significa tanto dar algo en uso a cambio de un precio durante un tiempo determinado como tomar algo para usarlo a cambio de un pago. Es decir, el sujeto de la frase "Pedro alquiló un piso" puede ser "tanto quien cede algo en alquiler como quien lo toma”.

Animal: puede usarse en sentido figurado para hablar de una “persona de comportamiento instintivo, ignorante y grosera” y también para referirse a alguien “que destaca extraordinariamente por su saber, inteligencia o esfuerzo”.

Batacazo: es el golpe que nos damos al caer y un “fracaso o caída brusca en un asunto, negocio o posición”. Pero en algunos países de América se usa como “triunfo o suceso afortunado y sorprendente”.

Casero: es el “dueño de alguna casa, que la alquila a otra persona”. Pero el diccionario también recoge la acepción contraria: “inquilino, persona que ha tomado una casa en alquiler”.

Conjurar: puede ser “conspirar, uniéndose muchas personas o cosas contra alguien, para hacerle daño o perderle”. Y, al contrario, “impedir, evitar o alejar un daño o peligro”. No solo eso, también significa “invocar la presencia de los espíritus” y “decir exorcismos”, es decir, expulsar al demonio.

Dar clase: significa tanto “impartir una lección, pronunciar una conferencia o charla”, como “recibir una clase”.

Defender: según el diccionario, amparar, librar, proteger. “El policía defiende a ese señor”. También, impedir, estorbar. “El defensa defiende al delantero”.

En absoluto: puede usarse para decir “de manera general, resuelta y terminante”. Y “no, de ningún modo”.


Enervar: debilitar, quitar las fuerzas. Pero también, poner nervioso. Este es el sentido más habitual, como apunta el Diccionario panhispánico de dudas: se añadió al francés en el siglo XIX, de donde pasó al español. “Es uso asentado en la norma culta y debe considerarse aceptable”.

viernes, 26 de agosto de 2016

El ferretero que era agente de la Interpol


Juan José Millás
[...] Recordé entonces que el hijo del ferretero nos había dicho en cierta ocasión a los amigos más íntimos que la ferretería era una tapadera bajo la que su padre ocultaba su verdadera actividad profesional, pues por lo visto era agente de la INTERPOL.

Imagínense cómo cambió la percepción que teníamos de aquel hombre, al que empezamos a mirar desde entonces con un respeto casi religioso. Yo pasaba por delante de la ferretería cuando iba o venía del colegio y siempre me asomaba para verle enfundado en su guardapolvo gris, despachando clavos o tornillos con una naturalidad tal que parecía que no había hecho otra cosa en la vida. Y sin embargo, detrás de aquella apariencia se ocultaba todo un agente de la INTERPOL. Quizá en alguna ocasión me pregunté de dónde sacaría el tiempo para interpolar, teniendo en cuenta que no abandonaba nunca el mostrador, pero eran dudas pasajeras. Crecí con el convencimiento de que aquel hombre era lo que nos había dicho su hijo y cuando tuve edad de descubrir el engaño, jamás se lo eché en cara.

Pues bien, me acordé de mi amigo, decíamos, y conseguí localizarle e invitarle a comer. Le expliqué que me disponía a escribir un libro dedicado al peso que tiene en nuestras vidas lo irreal, lo que se nos ocurre, y que me ayudaría mucho que me hablara de su padre, el agente de la INTERPOL. Mi amigo dio un sorbo a su vaso de vino y compuso un gesto nostálgico antes de comenzar a hablar.
–Yo —dijo finalmente— he tenido dos padres, en efecto: uno real, el ferretero, y otro irreal, el agente de la INTERPOL. Lo curioso, Juanjo, es que el más importante para mí ha sido el irreal. De él he recibido los mejores consejos, así como las lecciones verdaderamente importantes para enfrentarme a la existencia. Mi padre real, como tú sabes, se pasaba la vida en la ferretería y jamás prestó mucha atención a su familia, en parte porque era un hombre muy limitado también. El padre irreal, en cambio, no solo llevaba una vida apasionante, sino que le gustaba pasarme la mano por encima del hombro, o eso imaginaba yo, y contarme experiencias inventadas por mí que constituyeron el espejo gracias al cual crecí y me hice un hombre.

Hasta qué punto lo que imaginamos acerca de nosotros nos constituye más que lo que nos sucede en la realidad.

A medida que mi amigo hablaba de su padre irreal, que paradójicamente era el verdadero, él mismo se quedaba asombrado del peso que tienen en la existencia las cosas que no existen. Ya en los postres me dijo que su padre real había fallecido el año anterior y que un día, cuando se encontraba muy enfermo, pensó que el ferretero no podía morir sin saber que había sido también un agente de la INTERPOL, de modo que se lo dijo. Le dijo: Papá, tú no has sido para mí un ferretero, sino un agente de la INTERPOL. Por lo visto, su padre se quedó mirándole con extrañeza durante unos segundos y al final dijo:

–¿Pues sabes que algo había notado yo?

O sea, que nunca sabemos dónde está realmente la frontera entre lo que nos ocurre y lo que se nos ocurre. [...]



miércoles, 24 de agosto de 2016

Hoy es más fácil ser astronauta que telefonista

Juan José Millás
Ilustración de Nicolás Aznárez
El asombro es patente: nadie les había dicho hasta ese instante que se podía ganar dinero leyendo, pero es así. Y se lo explico. Les explico que es absurdo el disgusto que se llevan muchos padres cuando alguno de sus hijos dice que quiere estudiar Humanidades. Quizá ese disgusto tenía razón de ser en otros tiempos; ahora no. Las carreras tradicionalmente bien consideradas, porque quienes las estudiaban se situaban muy bien en la vida, están hoy en declive, al menos en el mundo del que procedo. Hay demasiados arquitectos o ingenieros en paro o subempleados. En cambio, la demanda de personas que sepan leer y escribir es cada día mayor, porque el que sabe leer y escribir, como decíamos antes, domina la realidad. Las salidas profesionales para esta clase de personas son numerosísimas. Un buen creativo de publicidad, incluso uno mediocre, se puede ganar mejor la vida que un matemático, sin duda alguna. Y quien dice un creativo de publicidad dice un guionista de radio o de televisión o de cine, un editor de textos, un autor de reportajes, un escritor de conferencias para jefes de Estado, para ministros, o para abrir cursos universitarios.

Si algo necesita el mundo actual es lo que desde hace algún tiempo venimos llamando “proveedores de contenidos”. El desarrollo de la industria del ocio y sus alrededores ha llevado a la situación de que disponemos de gigantescos conductos (emisoras de radio o televisión, Internet) por los que de momento solo discurre un hilo de talento. Estamos de acuerdo en que llenar cien o doscientos canales de televisión de talento es muy difícil. Pero hay que llenarlos de algo, porque de momento van prácticamente vacíos, cuando no son meros dispensadores de materia fecal. Pues bien: ¿quiénes son las personas con capacidad para proveer de contenidos esas enormes tuberías? La gente que sabe leer y escribir, sin duda. Y la demanda de este tipo de profesionales es tan grande que algunas de las personas que viven instaladas en la industria del ocio, incluso en la industria cultural, no han tenido más remedio que recurrir al plagio para satisfacer la demanda creciente de sus compradores.

Todo esto que digo, en fin, es fácilmente demostrable, pero por si quedara alguna duda, pongo a los alumnos un ejemplo extraído de la vida real: hace unos años, salió en la prensa un anuncio por el que la Comunidad de Madrid convocaba seis o siete plazas de telefonista. Se presentaron del orden de las sesenta o las setenta mil personas para disputar esas plazas. Pueden ustedes imaginarse que entre los opositores había miles de titulados de todas las clases, desde ingenieros nucleares a arquitectos, pasando por ginecólogos, pediatras, marinos mercantes y abogados. No hay que hacer muchos números para advertir que, estadísticamente hablando, hoy es mucho más fácil ser astronauta que ser telefonista de la Comunidad de Madrid. Pero ahora viene lo más espectacular: también desde el punto de vista estadístico, cualquier español que sepa leer y escribir tiene muchísimas más posibilidades de ganar el premio Planeta que de obtener una plaza de telefonista. ¿Cuántas vidas habría que permanecer pegado a los mandos de una centralita para conseguir esa cantidad?

Cuando yo era joven, explico a los alumnos, y le decías a tu padre que querías ser escritor, lo normal es que te diera una torta. Pero si se trataba de un padre tolerante, además de la torta te daba un consejo.

—Hijo, no te digo que renuncies a escribir si es lo que verdaderamente te gusta, pero de eso no se vive, por lo que te aconsejo que hagas una oposición a Correos para disfrutar de un sueldo seguro. Luego, por las tardes, si tienes verdadera vocación, te dedicas a escribir.

Hoy, esa conversación no sería posible. O habría que darle la vuelta. Si un hijo te dice que quiere ser telefonista de la Comunidad de Madrid, tendrías que darle una torta y, si eres un padre tolerante, añadir un consejo:


—Hijo mío, eso es más difícil que ser astronauta. Para cubrir las últimas siete plazas que salieron a concurso se presentaron sesenta o setenta mil personas, muchas de ellas con varias carreras y dominando seis o siete idiomas. Te aconsejo que te hagas escritor y luego, por las tardes, si de verdad tienes vocación de telefonista, yo mismo te regalo una centralita y te pasas la tarde cambiando las clavijas de sitio.

Leer novelas fortalece el Aparato Imaginario

Juan José Millás
Ilustración de Nicolás Aznárez
[…] Si fuéramos capaces de amueblar bien nuestra cabeza, la realidad extramental mejoraría en seguida como efecto secundario. Hay que actuar, pues, sobre el Aparato Imaginario, pero cómo actuar sobre algo cuya existencia no está reconocida. Tendríamos que aceptar que existe para, en un paso posterior, mejorar su funcionamiento.

Como no hay ninguna esperanza de que eso vaya a suceder (al contrario, la enseñanza está cada vez más dirigida al conocimiento de lo meramente cuantificable), termino recomendando a los alumnos que lean novelas, pues ése es el modo más eficaz de fortalecer tal aparato. Cuando uno lee una buena novela, les aseguro, es más sabio que antes de haberla leído, aunque no sea capaz de explicar por qué. El problema es que vivimos en un mundo donde aquello que no se puede cuantificar no existe. Todas las campañas de promoción de la lectura caen sin excepción en la trampa de asociar la lectura a la adquisición de conocimientos prácticos. Si lees, te dicen, sabrás dónde se encuentra el Polo Norte. Y no es eso, no es eso. Si yo aprendiera hoy a dividir, podría irme a la cama asegurando que sé una cosa más. Pero si leo Madame Bovary habré aprendido también infinidad de cosas que no sabía antes, aunque desgraciadamente no se puedan enumerar ni cuantificar. Es más, hay un tipo de conocimiento sobre la realidad que solo se puede adquirir a través de la literatura.


[…] Hubo, desde mi punto de vista, en algún momento de la historia de la enseñanza, un suceso catastrófico a partir del cual se jodió todo. Me refiero a ese instante en el que se comenzó a pensar que bastaba, para conocer el mundo, con los contenidos de la ciencia y del pensamiento racional. A partir de ese instante se nos empezó a hurtar toda aquella información sobre la realidad de la que había sido proveedora el mito, la literatura de viajes, los libros de aventuras. El mito se dirige a una parte de nuestro ser a la que no se puede acceder de otro modo. Sin el cultivo de esa parte estamos incompletos. Peor aún, estamos inválidos y a merced de quien nos quiera manipular.

22 sugerentes y sabias palabras con la S

Ilustración: Luis Demano

La letra S procede de un ideograma egipcio que representaba un lago del que salían juncos o lotos. Otra versión sugiere que vendría de un ideograma que representa unos dientes. Es la cuarta letra más frecuente en español: 7,98 de cada cien letras es una S. Hay que recordar que en nuestro idioma sirve para formar plurales, por ejemplo. Como letra inicial se usa más de un 5% de las veces, siendo la octava que más palabras encabeza.



Sacapotras. Mal cirujano.

Sápido, da. Dicho de una sustancia: Que tiene algún sabor.

Saudoso, sa. Soledoso, nostálgico.

Secundípara. Dicho de una mujer: Que pare por segunda vez.

Senescente. Que empieza a envejecer.

Serendipia. Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. El descubrimiento de la penicilina fue una serendipia. Adaptación del inglés serendipity, y este de Serendip, hoy Sri Lanka, por alusión a la fábula oriental The Three Princes of Serendip, Los tres príncipes de Serendip.

Seroja. Hojarasca seca que cae de los árboles. Residuo o desperdicio de la leña. Viruta que se le saca al tronco de los pinos sometidos a resinación, al refrescar la herida que va formando la entalladura, por medio de las picas practicadas con la azuela o escoda.
Serondo. Dicho de un fruto: tardío.

Sicalipsis. Malicia sexual, picardía erótica.

Sicofanta. Impostor, calumniador. También, sicofante.

Sinarquía. Gobierno constituido por varios príncipes, cada uno de los cuales administra una parte del Estado. Influencia, generalmente decisiva, de un grupo de empresas comerciales o de personas poderosas en los asuntos políticos y económicos de un país.

Sinecura. Empleo o cargo retribuido que ocasiona poco o ningún trabajo.

Sinología. Estudio de las lenguas y culturas de China.

Solercia. Industria, habilidad y astucia para hacer o tratar algo.

Sopitipando. Accidente, desmayo.

Sororal. Perteneciente o relativo a la hermana.

Sorrabar. Besar a un animal debajo del rabo. Era castigo infamante que se imponía antiguamente a los ladrones de perros. También, rogar con sumisión.



lunes, 22 de agosto de 2016

Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud

Juan José Millás
Ilustración de Nicolás Aznárez
[…] Si os preguntara dónde está o en qué consiste la capacidad de fantasear, de imaginar, os quedaríais mudos porque no hay una sola asignatura, ni siquiera una lección de una asignatura, en la que se estudie que además de todos los aparatos mencionados [locomotor, respiratorio, circulatorio, digestivo, etcétera], tenemos otro, al que vamos a llamar por entendernos el Aparato Imaginario, que sirve precisamente para levantar fantasías sobre nosotros mismos y sobre los demás, fantasías que por suerte o por desgracia tarde o temprano se realizan. Todo lo que pasa por la cabeza, pasa tarde o temprano por la calle. Ahí tienen el submarino, el autogiro, el viaje a la Luna o la caída de las Torres Gemelas. Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud, decía Henry James, me parece, porque lo tendrás en la edad madura.

Y bien, pregunto a los alumnos y alumnas, ¿no os parece escandalosa la ausencia, en los planes de estudio, de este Aparato, el Imaginario, cuando se usa mucho más que el digestivo y que el locomotor, mucho más incluso que el aparato sexual, cuyo funcionamiento depende en gran medida de la imaginación? ¿Qué hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos?: fantasear. No hay más que mirar, digo, la cara que lleva la gente por la mañana en el interior de los coches o en el metro para darse cuenta de que van imaginando que les toca la lotería, que se muere su jefe, que la vida, en fin, va a empezar a tratarles como se merecen. Y si entramos en un aula y contemplamos las caras de los alumnos mientras el profesor hace ecuaciones en la pizarra, en seguida advertiremos que muchos de esos alumnos están en otra parte. […]

Pues bien, ¿por qué ese interés desmesurado en que nos aprendamos el aparato digestivo con todos sus píloros y todas sus vesículas y todas sus glándulas y todos sus jugos, y esa falta de interés en que averigüemos algo, aunque sea poco, acerca de nosotros mismos? He conocido a mucha gente que se sabía los nombres de todos los huesos de los que estamos compuestos, pero que vivía en una oscuridad terrible respecto de sí misma. ¿No resulta sospechoso ese acuerdo universal en que no se estudie el Aparato Imaginario? Quizá sí, porque quien descubre dentro de sí la existencia de ese Aparato y llega a conocer cómo funciona se convierte en un individuo difícil de manipular, en un individuo libre. Quien lo ignora, por el contrario, vivirá alienado, generando deseos y fantasías de otro. Será un esclavo. No verá más, cuando abra los ojos, que lo que espera ver y contribuirá al fortalecimiento de un sistema con el que seguramente no está de acuerdo.


Ignorar la existencia del aparato imaginario, en fin, como si no perteneciera a la realidad tiene consecuencias catastróficas tanto individuales como sociales. Si la vida entera es un malentendido, se debe a esta omisión, pues lo que llamamos realidad […] es el producto de lo que venimos denominando con poca fortuna el Aparato Imaginario. En efecto, digo a los chicos y chicas, observad este vaso de agua, esta botella, este micrófono, esta mesa... Todo, en fin, cuando hay a vuestro alrededor ha sido un fantasma en la cabeza de alguien antes de convertirse en un objeto real. De manera que no es que el Aparato Imaginario, del que lo ignoramos todo, exista, sino que de él depende la existencia de la realidad extramental, de la realidad que hay al otro lado de la cabeza. Cualquier cosa que seamos capaces de nombrar, desde las leyes a los sacapuntas, pasando por las bañeras, las lavativas, el reloj de arena, el Ajax Vim Cloro o las compresas extraplanas con alas, es el resultado de la actividad de ese Aparato.

Al fin una droga buena para la salud: leer alarga la vida

Berna González Harbour
[...] Leer alarga la vida, y cuanto más, mejor. Aquí no hay dietas y el único milagro está en la mayor cantidad: los lectores de 3,5 horas a la semana de media viven un 17% más que los que no abren un libro; quienes leen más tiempo aún, un 23% más. Son casi dos años —¡dos años!— de propina que merece la pena tener en cuenta.

Un estudio sobre salud y jubilación realizado por investigadores de la Universidad de Yale ha evaluado durante 12 años a 3.635 personas y, después de eliminar los factores correctores de sexo, raza, situación de salud y posibles obesidad o depresión, certifica limpiamente que leer alarga la vida.

El estudio, publicado en Social Science & Medicine, concluyó que los lectores de libros suelen ser mujeres con estudios y mayor poder adquisitivo, pero no es eso lo determinante sino, simplemente, leer. “La gente que lee media hora al día ya tiene una ventaja de supervivencia significativa con respecto a los que no leen nada”, explica Becca R. Levy, profesora de Epidemiología de Yale y principal autora del estudio, a The New York Times. “Y esa ventaja permanece tras corregir la salud, la educación, las habilidades cognitivas y muchas otras variables”.

El estudio no evalúa géneros literarios ni calidades, y aparentemente Cervantes o Dickens tienen las mismas posibilidades de alargarnos la vida que Ildefonso Falcones o Dan Brown. La prensa, nos dicen, no cuenta igual. ¿Tal vez el siguiente paso para Yale es medir con qué autores podemos vivir un poco más? Es una idea.


Ahora ya sabemos que la poesía no aporta antioxidantes como el arroz integral y que, sin embargo, Rafael Cadenas o Claribel Alegría son pura gimnasia para la cabeza; como el ensayo no tiene que ver con las grasas monoinsaturadas ni la novela con el riesgo cardiovascular, y sin embargo un Houellebecq o José Luis Sampedro nos pueden mantener el nivel de las palpitaciones adecuadas. Es un hallazgo genial para acabar el verano: por una vez, la droga que queremos en vena es buena para la salud. A ser posible, con una tostada integral en la otra mano.

domingo, 21 de agosto de 2016

A mí, de adolescente, me prohibieron las novelas

Juan José Millás
[…] Me llaman a veces de los institutos de enseñanza media y yo acudo, no siempre con el mismo ánimo, para explicar a los jóvenes que la lectura es ya una de las pocas actividades transgresoras en una sociedad en la que prácticamente todo está permitido. O, peor aún, en una sociedad que es muy permisiva con lo que se debería prohibir y muy prohibitiva con lo que debería permitir. Les explico que los lunes por la mañana, cuando salgo a pasear por el parque cercano a mi domicilio, veo indefectiblemente rotos los cristales de una o dos marquesinas de autobús y tres o cuatro papeleras arrancadas de sus soportes. Son destrozos llevados a cabo durante el fin de semana por jóvenes que no son capaces de expresar su malestar de otro modo. Odian el sistema y apedrean por tanto los símbolos externos de ese sistema practicando un modo de delincuencia atenuada que les compensa momentáneamente del dolor de vivir en un mundo sin salida, sin horizonte moral o laboral, en un mundo loco.

Intento explicarles que lo que ellos toman como un acto de rebelión fortalece al sistema hasta extremos que no podrían ni imaginar. La sociedad, les explico, puede prescindir de otras personas, pero no de los delincuentes. "El delincuente -decía Octavio Paz en un ensayo de juventud- confirma la ley en el momento mismo de transgredirla". Les explico que cuando beben cuatro cervezas y arrancan de raíz ese semáforo con el que yo tropiezo el lunes por la mañana, están haciendo gratis algo por lo que les deberían pagar. Estoy convencido, les digo, de que si un día, de la noche a la mañana, desaparecieran los delincuentes, el Ministerio del Interior no tardaría ni 48 horas en convocar oposiciones para cubrir urgentemente todas esas vacantes.

El joven, pues, que el sábado por la noche se emborracha y que al amanecer, antes de regresar a casa, llena de silicona la ranura de un cajero automático para no irse a dormir sin haber contribuido a la liquidación del sistema, no sabe hasta qué punto está contribuyendo a reproducir lo que detesta. Ese chico no es peligroso; en realidad, es un funcionario que trabaja gratis para el sistema. Destroza el mobiliario urbano con el mismo gesto de rutina con el que el funcionario de Hacienda nos dice que volvamos mañana.

Cuando digo esto en institutos difíciles, aunque también en los de clase media, los chicos se quedan lógicamente sorprendidos. Les explico a continuación, porque así lo creo, que el joven verdaderamente peligroso es aquel que un viernes o un sábado por la noche se queda en casa leyendo Madame Bovary. Por lo general, no saben quién es madame Bovary, pero he comprobado les suena bien, por lo que no suelo cambiar de título.


Ese individuo que se queda a leer Madame Bovary, les aseguro, es una bomba. ¿Por qué?, noto que me preguntan con la mirada. Porque la realidad, les explico, está hecha de palabras, de modo que quien domina las palabras domina la realidad. Ellos dudan, claro, porque miran a su alrededor y no acaban de ver la relación entre la realidad y las palabras. Entonces les recuerdo el cuento aquel de Andersen, El rey desnudo, o El traje nuevo del emperador, según la traducción. Todos ustedes lo conocen. No me digan que no les resulta sorprendente el éxito de ese relato si consideramos que se narra en él la historia de un pueblo que ve vestido a un señor que va desnudo. Parece una historia inviable por inverosímil, pero lleva años cautivando a niños y a mayores de todas las nacionalidades. ¿Por qué?, me pregunto en voz alta delante de los alumnos a los que intento convencer de las bondades de la lectura. Pues porque lo que ocurre en ese cuento, respondo tras unos segundos de tensión teatral, es lo que nos ocurre cada día desde la noche a la mañana a todos y cada uno de nosotros: que salimos a la calle y vemos lo que nos dicen que veamos. Si la orden de ese día es ver al Rey vestido, lo veremos vestido, aunque vaya en pelotas. En otras palabras, vemos lo que esperamos ver. Y esto es así de simple y así de espectacular. Las palabras son generadoras de realidad. Y la ausencia de palabras también. Por eso invito siempre a los alumnos a preguntarse hasta qué punto es real la realidad.

jueves, 18 de agosto de 2016

31 rotundas y rutilantes palabras con la R

Ilustración: Luis Demano


La R romana procedía de la griega rho, que a su vez venía del signo fenicio rosas, que significaba “cabeza”. Representa dos sonidos distintos (pero y perro, por ejemplo). Esta letra encabeza el 5,06% de las palabras del diccionario, siendo la novena en el ranking y la quinta más frecuente en cualquier texto (6,87 letras de cada 100 son erres).




Rábula. Abogado indocto, charlatán y vocinglero.

Rahez. Vil, bajo, despreciable. Refez (barato, que vale poco). También, de poco trabajo, fácil.

Raque. Acto de recoger los objetos perdidos en las costas por algún naufragio o echazón.

Rascatripas. Persona que con poca habilidad toca el violín u otro instrumento de arco.

Rataplán. Onomatopeya para imitar el sonido del tambor. En los diarios, resumen en primera página de una noticia que se publica en el interior.

Rayada. Dolor penetrante.

Rebatiña. Acción de coger deprisa algo entre muchos que quieren cogerlo a la vez.

Rebudio. Gruñido del jabalí.

Recatón. Que vende al por menor. Que regatea el precio mucho.

Regolaje. Buen humor, buen temple de una persona.

Regosto. Apetito o deseo de repetir lo que con delectación se empezó a gustar o gozar.

Remediavagos. Libro o manual que resume una materia en poco espacio, para facilitar su estudio. Procedimiento destinado a hacer algo con el mínimo esfuerzo.

Remusgar. Barruntar o sospechar.

Repentista. Persona que improvisa un discurso, una poesía, etc. Persona que repentiza en el canto o en la música.

Repullo. Movimiento violento del cuerpo, especie de salto que se da por sorpresa o susto. Demostración exterior y violenta de la sorpresa que causa algo inesperado. Rehilete (flecha pequeña).

Resobrino, na. Hijo del sobrino de una persona.

Réspice. Respuesta seca y desabrida. Reprensión corta, pero fuerte.

Roncero. Tardo y perezoso en ejecutar lo que se manda. Regañón y malhumorado. También, que usa roncerías para conseguir un intento. Y en marina, dicho de una embarcación: Tarda y perezosa en el movimiento.

Rusticar. Salir al campo, habitar en él, sea por distracción o recreo, sea por recobrar o fortalecer la salud.


Rutinero, ra. Que ejerce un arte u oficio, o procede en cualquier asunto, por mera rutina.

martes, 16 de agosto de 2016

17 palabras con la Q para llegar al quid de la quisicosa

Ilustración: Luis Demano

Esta letra ya era un problema para los romanos al coincidir su sonido con la C y la K. Viene de la letra griega qoppa, que a su vez viene del fenicio qof, tomada del jeroglífico egipcio que representaba la cabeza de un mono. Es la decimonovena letra más frecuente en cualquier texto y solo encabeza un 0,57% de las palabras.






Queo. Interjección usada para avisar de la presencia de algo o de alguien, especialmente si constituyen un peligro.

Quequier. Uno indeterminado, cualquiera.

Querendón. Muy cariñoso. También, querido. (Muy usado en América).

Querulante. Querellante patológico.

Quesiqués. Cosa que se pregunta difícil de averiguar o de explicar.

Quibla. Muro de una mezquita que está orientado hacia La Meca.

Quimbambas. “En las quimbambas”: en sitio lejano o impreciso. Según cuenta Alberto Buitrago Jiménez en su Diccionario de dichos y frases hechas, Quimbambas “es una localidad situada en el centro de Cuba, en la provincia de Las Tunas. La expresión llegó al español peninsular desde el español hablado en la isla caribeña, donde, seguramente por su curiosa sonoridad, se convirtió en paradigma de lo extraño o lejano”.

Quisicosa. Enigma u objeto de pregunta muy dudosa y difícil de averiguar.

Quistarse. Hacerse querer. Llevarse bien con los demás.

Quitamotas. Persona aduladora que anda quitando las motas de la ropa a otra persona.


Quitasueño. Aquello que causa preocupación o desvelo.

lunes, 15 de agosto de 2016

Lorca era una galaxia

  • El jueves 18 de agosto se cumplen 80 años del fusilamiento en Granada de Federico García Lorca 
  • Especialistas en su obra retratan a este escritor poliédrico y universal

Mito
Por Agustín Sánchez Vidal
Lorca fue una leyenda en vida. Su obra sólo es un pálido reflejo del aura que irradiaba el personaje. Él mismo tenía un fuerte sentido del mito, un certero instinto para acuñarlo. Y son esas raíces primigenias las que lo hacen tan universal. Buñuel y Dalí, que le reprocharon su “costumbrismo”, no calibraron ese entramado que subyace bajo el fulgor de las metáforas, ni el pasadizo hacia la modernidad inaugurado por el ciclo neoyorquino.
El asesinato hizo cerrar filas en torno a su memoria a séniors como Antonio Machado, a sus compañeros de la generación de 1927 o a sucesores como Miguel Hernández, quien tenía en la celda donde murió un ejemplar del Romancero gitano.
El mito no dejó de crecer. Cuando el presidente Eisenhower visitó España en diciembre de 1959, en su entrevista con Franco puso el nombre de Lorca sobre la mesa. Le informó del manifiesto publicado por intelectuales estadounidenses, acusándolo de tender la mano a los asesinos del poeta. El Caudillo atribuyó su muerte a incontrolados, y el primer mandatario norteamericano lo dejó en evidencia indicándole detalles muy precisos, proporcionados por sus servicios secretos. A las dos décadas de su fusilamiento, ya era una cuestión de Estado.

Popular
Por Mario Hernández
La obra entera de Federico García Lorca, del Romancero gitano a Bodas de sangre, Doña Rosita la soltera, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, Seis poemas galegos o Diván del Tamarit, está atravesada por un profundo sentido de lo popular español, que atiende tanto a saberes, creencias y sentimientos como al modo de celebración de la vida (y la muerte) en las manifestaciones folclóricas de toda la Península. Su maestro de elección, Manuel de Falla, alabó públicamente su condición de folclorista y musicólogo, y esa vertiente le sitúa en la estela de poetas como Juan del Encina, Lope de Vega o Luis de Góngora, incluida su rica variedad de registros. Lorca es, a su vez, como los tres, un poeta capaz de expresarse en formas líricas o dramáticas, dentro de una tradición literaria que, sin desconexión con la cultura europea, trata de dar voz a anhelos colectivos. Esa raíz popular aparece en él quintaesenciada, transgredida, refinadamente transfigurada. ‘La casada infiel’, por ejemplo, no es una celebración machista de un don Juan gitano, sino la versión lírica y exquisitamente irónica de la narración originaria. Lorca es, en definitiva, un poeta siempre consciente y culto, capaz de renovar una voz anónima de siglos.

Moderno
Por Luis García Montero
García Lorca fue un moderno. A principios del siglo XX, se sumó en Granada a la rebelión de las provincias para regenerar España con maestros como Fernando de los Ríos y Manuel de Falla. Fue también un moderno cuando llegó a la Residencia de Estudiantes en 1919 y buscó a Juan Ramón Jiménez. Pronto abandonó la elocuencia sentimental para ensayar la síntesis de las canciones y el poder conceptual de los versos. Fue moderno al comprender el valor de las metáforas ultraístas y al acompañar a Salvador Dalí en su paso del cubismo al surrealismo, un viaje que Lorca caracterizó con las etapas de la imaginación, la inspiración y la evasión. Por si fuese poco viajó en 1929 a Nueva York, leyó a Whitman y a Eliot y sintió de manera muy personal la deriva al vacío de la civilización contemporánea. Quizá por esto colocó a Garcilaso y san Juan de la Cruz sobre la tierra baldía, porque dudó del camino lineal que se llama progreso y quiso habitar un presente perpetuo o un eterno retorno en el que actualizar el pasado. No es raro que buscase en su último libro, Diván del Tamarit, un abrazo entre los aires clásicos y la expresión radicalizada.

Dramático
Por Lluís Pasqual
El teatro para Federico García Lorca fue siempre “la máscara” —el yo que adoptamos para relacionarnos con los demás— convertida en arte. A la que había que dominar y contra la que había que luchar. Lo intuyó desde niño cuando oficiaba ceremonias teatrales en forma de misa para las mujeres de la casa. Luego vendrían los títeres y más tarde las pequeñas funciones en la entrada de la Huerta de San Vicente. Después se apropió de la forma del teatro (como de tantas otras formas para salirse de sí mismo) con el acercamiento de los tímidos, buscando el antídoto contra la angustia de la soledad. El teatro es un espacio para compartir siempre con “otro”. Con el público por su misma naturaleza, y también con los compañeros de aventura en los ensayos que preparan ese encuentro, ya sea en Granada, en el Teatro Español o en cualquier pueblo de España de gira con La Barraca. El hombre de teatro, y Federico lo era, necesita siempre a los demás. Todos los personajes de Lorca están solos, desde Yerma hasta el director de El público. Y alivian su soledad compartiéndola con nosotros mientras, en un juego de espejos, nosotros atemperamos la nuestra. La soledad de Federico y la nuestra aliviándose en una caricia mutua están en la raíz de su teatro.


Flamenco Por Pedro G. Romero
Dibujante Por Juan Manuel Bonet
Cinéfilo Por Román Gubern
Americano Por Reina Roffé
Universal Por Laura García Lorca

martes, 9 de agosto de 2016

Tres centenarios: Buero, Cela y Otero

  • Antonio Buero Vallejo, Camilo José Cela y Blas de Otero revolucionaron la novela, la poesía y el teatro de la posguerra. Este año se celebran sus centenarios


José-Carlos Mainer
Fernando Vicente
[...] El azar de sus nacimientos en 1916 ha juntado ahora a los tres nombres que quizá encarnaron mejor el mundo de aquella larga posguerra: Camilo José Cela o la pugna por hacerse con la notoriedad y la herencia de sus antecesores, a los que llamaba “los del 98”; Antonio Buero Vallejo o el empeño de desvelar la tragedia oculta y despertar así las conciencias dormidas; Blas de Otero o la fe en lo perdido y la decisión dolorosa, casi masoquista, de disentir. […]

Buero Vallejo, hijo de un militar (profesor de la Academia de Ingenieros de Guadalajara), quería ser pintor y estudió en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde era secretario de la FUE (Federación Universitaria Escolar, de signo republicano y avanzado). Rompió con sus creencias religiosas en 1931 y empezó a leer con voracidad filosofía y literatura. Cela, hijo de un funcionario de Aduanas que tenía una academia preparatoria en Madrid, fue un estudiante irregular; una temprana tuberculosis lo convirtió en un lector sistemático y, en aquellos años en los que tanto se celebraban los triunfos de la voluntad, fraguó la imagen de sí mismo que formuló en sus tempranas memorias de 1957: “Nuestro joven se siente poderoso y duro como el pedernal. El débil que se quede en el camino; no puede entorpecer la marcha de los demás hombres. La voluntad es la herramienta del éxito e ingrediente de mayor importancia que la inteligencia”. Blas de Otero nació en la familia acomodada a la que arruinó la crisis de los años veinte; fiel a los suyos, estudió Derecho, aunque hubiera preferido el camino de las letras, y mantuvo sus creencias religiosas y su lealtad doméstica por mucho tiempo. Fue reclutado por los Batallones Vascos que defendieron la República pero, sin depuración alguna, se incorporó al Ejército sublevado cuando cayó el frente del Norte.

Antonio Buero Vallejo
A Buero Vallejo, en tanto, le fusilaron a su padre por el mero hecho de ser militar, pero al año siguiente fue movilizado por el Gobierno legítimo y participó en trabajos de propaganda gráfica. Al final de la contienda, fue capturado por los vencedores pero desoyó la orden de presentarse periódicamente a la autoridad, lo que le llevó ante un tribunal castrense. Fue condenado a muerte y le conmutaron la pena; hasta marzo de 1946 estuvo en varias cárceles y, una vez liberado, se le prohibió residir en Madrid. Cela logró salir de la capital sitiada e hizo la guerra con los sublevados: sus andanzas por frentes y hospitales se reflejaron con buen humor y alguna fantasía en la novela Mazurca para dos muertos y en sus jocosas Memorias, inteligencia y voluntades. En 1938 se ofreció a las autoridades franquistas como informante sobre la intelectualidad roja de Madrid; no parece que se tuviera en cuenta el escrito pero, 30 años más tarde, Cela añoró el ambiente republicano de la ciudad en las páginas de una novela deslumbrante y algo oportunista, San Camilo 1936, que encabeza una dedicatoria reveladora: “A los mozos del ­reemplazo del 37, todos perdedores de algo: de la vida, de la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia” (y una cerril negativa de amparar en la misma comprensión “a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas”).

Camilo José Cela
Cela buscó la notoriedad pública y la consiguió, pero también se exigió a sí mismo una prosa que evocaba la sencillez de la de Pío Baroja y el fulgor de la de Valle-Inclán. En La familia de Pascual Duarte (1942), el artificio prepondera sobre la desarmante naturalidad; en Viaje a la Alcarria (1947), la nítida emoción gana la mano al artificio. Pero ambos son dos libros memorables y oportunos. En la última fecha, Blas de Otero trabajaba en los poemas de Ángel fieramente humano, que vieron la luz en 1949 y fundaron lo que Dámaso Alonso llamaba “poesía desarraigada”. No le dieron el Premio Adonáis, que ya tenía otorgado in pectore, y esa fue la mejor carta de presentación de Redoble de conciencia, en 1951. Por razones obvias, Buero empieza más tarde, pero en su domicilio de Algete escribe deprisa: casi a la vez, acaba En la ardiente oscuridad e Historia de una escalera, que en 1948 obtienen el accésit y el Premio Lope de Vega que el Ayuntamiento de Madrid ha vuelto a convocar. La primera en estrenarse fue la segunda, en 1949; En la ardiente oscuridad lo hizo en 1950 y, desde entonces, Buero fue la revelación de un teatro que abundaba en comedias humorísticas pero carecía de dramas.

En 1952 Cela tuvo su primer conflicto con la censura —la prohibición de La colmena, que se publicó en Buenos Aires y goza del prestigio que merece— y en 1953 el primer desaire de su público, con Mrs. Caldwell habla con su hijo, un relato singular y desbocado pero muy suyo. Se fue a Venezuela, volvió con los dineros que le dieron por La catira y decidió modificar su imagen pública, buscando la respetabilidad y ofreciendo generosamente a sus amigos las posibilidades que le proporcionaba su estatus de escritor conocido: en 1956 ingresó en la Real Academia y en 1957 fundó una revista importante y bien hecha, Papeles de Son Armadans. Su literatura se acartonó, pero nadie le pudo disputar aquel bastión que defendía con fiereza: ser el primer prosista español. Buero había establecido en tanto un pacto leal y duradero con las plateas españolas, lo que le valió en 1960 una notable polémica con Alfonso Sastre: posibilismo contra rebeldía. Sastre buscaba algo diferente y nunca supo del todo qué, mientras Buero revelaba persuasivamente las frustraciones y las ocultaciones de cada día —Hoy es fiesta, Las cartas boca abajo— o planteaba sus dramas históricos que siempre hablaban de oportunidades colectivas perdidas: el primero fue Un soñador para un pueblo (1958); el mejor, El concierto de San Ovidio.

Blas de Otero
El año de La colmena Blas de Otero vivió en París, que le pareció “maravilloso e insoportable”; luego viajó por la España profunda, como hacía Cela, pero no para construir una suerte de folclore sentimental y caprichoso. Su libro de 1955, Pido la paz y la palabra, reveló su agudo oído para mezclar la poesía tradicional y la consigna política, y para transformar el masoquismo en piedad por los demás. El desarraigado de 1947 se había convertido en poeta revolucionario y sus libros —no siempre fáciles de conseguir— circularon con amplitud en medios universitarios o en grupos militantes, ciclostilados a menudo. […]

Una literatura de posguerra. Entre todos (y algunos más, por supuesto…) habían construido una literatura de posguerra que cercó y derrotó a la pretendida literatura de la victoria. Sus convicciones —el realismo, la compunción sofrenada, el afecto por un país desolado— fueron muy parecidas a las que reanudaron la historia de las letras en Italia, Alemania o incluso Francia. A los nuestros les favorecieron los inicios todavía toscos de un mercado cultural         —editoriales incipientes pero significativas, primeras galerías de arte, grupos de artistas con programas más maduros— y también el lento despliegue de una clase media lectora que asociaba las revelaciones literarias a los premios y la lectura de novelas a la pretenciosa encuadernación en tela con sobrecubierta. Y a la vez, presenciaron el vertiginoso desarrollo de una cultura popular y consolatoria, que ofrecía coplas y seriales radiofónicos, tebeos y novelas del Oeste, relatos rosas y melodramas cinematográficos.

Los años del franquismo comatoso y de la primera Transición presenciaron su último y merecido reconocimiento. Sin embargo, después del éxito de El tragaluz, el crédito de Buero menguó bastante. Cela, el empecinado, empezó a ser con frecuencia el peor enemigo de su imagen pública. Después del anticipo de Mientras (1970), Blas de Otero dedicó su quebrantada salud al libro póstumo Hojas de Madrid con La galerna, al que todavía no hemos hecho plena justicia. Puede que los tres escritores supieran entonces que cargar con el peso de una época es un duro trabajo que se paga caro y hace envejecer pronto. […] A ninguno le fue dado elegir su época, pero —cada cual a su manera— la amaron y la hicieron algo más llevadera. El texto completo en El País

lunes, 8 de agosto de 2016

¿Keniano o keniata? Guía de gentilicios para quedar bien en los Juegos Olímpicos


Hay gentilicios y topónimos que se nos atragantan. Y los Juegos Olímpicos son una ocasión inmejorable para aprenderlos de una vez por todas. A continuación, siguiendo las recomendaciones de Fundéu y de la Real Academia Española, os ofrecemos la guía definitiva para resolver las dudas más frecuentes.




¿Arabia Saudí o Arabia Saudita? Ambas formas son válidas. Y lo mismo ocurre con los gentilicios saudí y saudita.

Azerbaiyán. Cuando esta antigua república soviética patrocinó al Atlético de Madrid, en la camiseta de los jugadores figuraba el nombre del país en inglés: Azerbaijan. La forma correcta en español, en cambio, es Azerbaiyán, por lo que no se admite ni Azerbayán ni Azerbaijan. En cuanto a su gentilicio, se prefiere la forma azerbaiyano, aunque también se admite la palabra azerí. 

Brasil. Para referirse a las personas nacidas en Brasil, se admiten las formas brasileño y brasilero (más común en países americanos). La forma brasileiro debería escribirse en cursiva o entre comillas por ser un extranjerismo crudo. La Fundéu también recuerda que la palabra carioca se refiere específicamente a los habitantes de Río de Janeiro, por lo que no debe usarse como sinónimo de brasileño. Y que el gentilicio fluminense se usa para los habitantes del estado de Río de Janeiro, por lo que no equivale a carioca, que se emplea exclusivamente para los habitantes de la ciudad.

¿Catar o Qatar? La Ortografía de la lengua española recomendó que la grafía Catar sustituyera a Qatar, que era la que se usaba cuando, por ejemplo, ese país consiguió su primera medalla olímpica, en Barcelona'92. 

Estados Unidos. La forma más apropiada es estadounidense, aunque el Diccionario panhispánico de dudas también admite la grafía estadunidense, que se usa en algunos países hispanoamericanos. Aunque ese mismo diccionario acepta la forma norteamericano como sinónimo de estadounidense o estadunidense, hay que tener en cuenta que ese término también podría aplicarse a Canadá y a México. Por último, hay que evitar el uso de americano, por mucho que los estadounidenses o estadunidenses se refieran en ocasiones a su país como América.



¿Finés o finlandés? Aunque ambas palabras pueden usarse como sinónimos, el Diccionario panhispánico de dudas recomienda el uso de finlandés como gentilicio y de finés para el idioma que se habla en dicho país.

Gran Bretaña. La organización deportiva de Reino Unido es un pequeño trabalenguas que trataremos de aclarar. La isla de Gran Bretaña está formada por Gales, Inglaterra y Escocia. Y estos países, unidos a Irlanda del Norte y a otras islas menores, componen el estado del Reino Unido, que compite en los Juegos Olímpicos bajo una misma bandera. Aunque la idea de competir en el mismo equipo no gusta a todos. Por ejemplo, Reino Unido ha decidido no enviar equipo de fútbol a Río porque las asociaciones de los diferentes países que lo integran no llegaron a un acuerdo. Irlanda, por su parte, aunque comparte territorio insular con su vecina del norte, no forma parte del Reino Unido y participa por su cuenta en los Juegos Olímpicos. El gentilicio de los integrantes del Reino Unido es británico, aunque en rigor Irlanda del Norte no forme parte de Gran Bretaña.

¿Pero cuántas Guineas hay? Hay tres países con la palabra Guinea en su nombre. Guinea-Bisáu es el que se sitúa más al norte, su capital es Bisáu y su gentilicio es guineano. Este país comparte frontera y gentilicio con Guinea -a secas-, cuya capital es Conakri. A veces se le llama Guinea-Conakri, que es una forma aceptada, para diferenciarlo más claramente de Guinea-Bisáu. Por último, más al sur se encuentra Guinea Ecuatorial, que fue colonia española hasta 1968, cuya capital es Malabo y cuyo gentilicio es ecuatoguineano.

Hong Kong. En el Diccionario panhispánico de dudas encontramos que el gentilicio recomendado es hongkonés, mientras que se desaconsejan las formas honkonés, hongkongués y hongkonguense, que son de uso minoritario.

India. Este país asiático suele despertar confusión, sobre todo en lo que se refiere a su gentilicio. Se recomienda el uso de la grafía indio, y no de hindú, un término que suele reservarse a asuntos religiosos. Ahora bien, el uso de hindú como gentilicio no puede considerarse del todo incorrecto, ya que se aplica para los naturales del Indostán, que es el nombre histórico para la región que comprende países como India, Pakistán, Bangladés y Sri Lanka, entre otros. En cuanto al nombre del país, aunque su uso sea opcional, se recomienda el uso del artículo: la India, mejor que India.

¿Irak o Iraq? La forma más extendida entre los hispanohablantes es Irak, y de ahí que sea la grafía recomendada por la Ortografía de la lengua española. Eso sí, el gentilicio correcto es iraquí e iraquíes.

¿Keniano o keniata? El Diccionario Panhispánico de dudas explica que el gentilicio recomendado es keniano. Sin embargo, aunque minoritaria, también reconoce como válida la forma keniata, probablemente surgida del apellido de Yomo Kenyatta o Keniata, líder de la independencia y primer presidente del país.

Cervantes, un raro en España

Eduardo Arroyo
Eusebio Lázaro
[...] Cervantes fue y es un raro en España. Hace poco, y ya adentrados en esta mortecina conmemoración de su muerte, he oído, en boca de diversas personas (algunas, escritores de mérito), el dictum de que Cervantes fue un perdedor, un fracasado. Ignoro el modo, la medida, en que se pueda basar tan contundente sentencia sobre una de las vidas más misteriosas y, ciertamente apasionantes, de esa época difícil. Tal vez, sea un reflejo del concepto de éxito o fracaso que se ha impuesto en nuestra economía liberal, tal vez un nuevo ejemplo de la incomprensión que la figura de Cervantes despertó siempre entre algunos críticos de su obra (aunque, por fortuna, han surgido en los últimos tiempos nuevos análisis y estudios con mayores alcances). Cervantes vivió para acumular la vida que precisaban sus obras y obtuvo mayor fama en vida que cualquiera de sus contemporáneos. Conoció de primera mano los ambientes de todas las clases sociales y de todas las categorías morales. De ahí que pudiera después, en sus obras, mostrarnos el espejo, realista, sí, pero envuelto en el vaho ambiguo y en la multitud de capas que la realidad puede ocultar.

Naturalmente aquí, en la España que defendió y sufrió, fue ninguneado y, hasta hace relativamente poco, al lego Cervantes (lego: falto de formación o ciencia), se le reconocía el talento casi como un azaroso precipitado que cuajó en el Quijote; al resto de su obra, magnífica y adelantada, se la clasificaba de menor (Menéndez Pelayo y otros), cuando no se calificaba al autor mismo de persona vulgar y sin interés. Unamuno expresa bien ese sentir tan incongruente y tan español: “¿No hemos de tener por el milagro mayor de Don Quijote el que hubiese hecho escribir la historia de su vida a un hombre que, como Cervantes, mostró en sus demás trabajos la endeblez de su ingenio?”. Algo más entendió Ortega de lo que no se entendía de Cervantes al decir en sus Meditaciones al Quijote: “¡Cervantes (…) se halla sentado en los elíseos prados hace tres siglos y aguarda, repartiendo en derredor melancólicas miradas, a que le nazca un nieto capaz de entenderle!”.


No, no creo que Cervantes fuera un perdedor (tal vez en el juego) ni un fracasado; no al menos en su inmenso propósito literario, que logró ver plasmado en otras lenguas y geografías; pienso más bien, a la luz de la respuesta de muchos de sus ilustres colegas, que fue claramente un maltratado, un raro en España, un hombre capaz de guiar su mirada y su pensamiento de la manera más libre posible, a contrapelo de su época, y, en cierta manera, de las que han ido sucediéndose. Pruébalo la disposición general de su país ante el IV Centenario de su muerte.