lunes, 22 de agosto de 2016

Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud

Juan José Millás
Ilustración de Nicolás Aznárez
[…] Si os preguntara dónde está o en qué consiste la capacidad de fantasear, de imaginar, os quedaríais mudos porque no hay una sola asignatura, ni siquiera una lección de una asignatura, en la que se estudie que además de todos los aparatos mencionados [locomotor, respiratorio, circulatorio, digestivo, etcétera], tenemos otro, al que vamos a llamar por entendernos el Aparato Imaginario, que sirve precisamente para levantar fantasías sobre nosotros mismos y sobre los demás, fantasías que por suerte o por desgracia tarde o temprano se realizan. Todo lo que pasa por la cabeza, pasa tarde o temprano por la calle. Ahí tienen el submarino, el autogiro, el viaje a la Luna o la caída de las Torres Gemelas. Lleva cuidado con lo que deseas en la juventud, decía Henry James, me parece, porque lo tendrás en la edad madura.

Y bien, pregunto a los alumnos y alumnas, ¿no os parece escandalosa la ausencia, en los planes de estudio, de este Aparato, el Imaginario, cuando se usa mucho más que el digestivo y que el locomotor, mucho más incluso que el aparato sexual, cuyo funcionamiento depende en gran medida de la imaginación? ¿Qué hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos?: fantasear. No hay más que mirar, digo, la cara que lleva la gente por la mañana en el interior de los coches o en el metro para darse cuenta de que van imaginando que les toca la lotería, que se muere su jefe, que la vida, en fin, va a empezar a tratarles como se merecen. Y si entramos en un aula y contemplamos las caras de los alumnos mientras el profesor hace ecuaciones en la pizarra, en seguida advertiremos que muchos de esos alumnos están en otra parte. […]

Pues bien, ¿por qué ese interés desmesurado en que nos aprendamos el aparato digestivo con todos sus píloros y todas sus vesículas y todas sus glándulas y todos sus jugos, y esa falta de interés en que averigüemos algo, aunque sea poco, acerca de nosotros mismos? He conocido a mucha gente que se sabía los nombres de todos los huesos de los que estamos compuestos, pero que vivía en una oscuridad terrible respecto de sí misma. ¿No resulta sospechoso ese acuerdo universal en que no se estudie el Aparato Imaginario? Quizá sí, porque quien descubre dentro de sí la existencia de ese Aparato y llega a conocer cómo funciona se convierte en un individuo difícil de manipular, en un individuo libre. Quien lo ignora, por el contrario, vivirá alienado, generando deseos y fantasías de otro. Será un esclavo. No verá más, cuando abra los ojos, que lo que espera ver y contribuirá al fortalecimiento de un sistema con el que seguramente no está de acuerdo.


Ignorar la existencia del aparato imaginario, en fin, como si no perteneciera a la realidad tiene consecuencias catastróficas tanto individuales como sociales. Si la vida entera es un malentendido, se debe a esta omisión, pues lo que llamamos realidad […] es el producto de lo que venimos denominando con poca fortuna el Aparato Imaginario. En efecto, digo a los chicos y chicas, observad este vaso de agua, esta botella, este micrófono, esta mesa... Todo, en fin, cuando hay a vuestro alrededor ha sido un fantasma en la cabeza de alguien antes de convertirse en un objeto real. De manera que no es que el Aparato Imaginario, del que lo ignoramos todo, exista, sino que de él depende la existencia de la realidad extramental, de la realidad que hay al otro lado de la cabeza. Cualquier cosa que seamos capaces de nombrar, desde las leyes a los sacapuntas, pasando por las bañeras, las lavativas, el reloj de arena, el Ajax Vim Cloro o las compresas extraplanas con alas, es el resultado de la actividad de ese Aparato.

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