miércoles, 24 de agosto de 2016

Hoy es más fácil ser astronauta que telefonista

Juan José Millás
Ilustración de Nicolás Aznárez
El asombro es patente: nadie les había dicho hasta ese instante que se podía ganar dinero leyendo, pero es así. Y se lo explico. Les explico que es absurdo el disgusto que se llevan muchos padres cuando alguno de sus hijos dice que quiere estudiar Humanidades. Quizá ese disgusto tenía razón de ser en otros tiempos; ahora no. Las carreras tradicionalmente bien consideradas, porque quienes las estudiaban se situaban muy bien en la vida, están hoy en declive, al menos en el mundo del que procedo. Hay demasiados arquitectos o ingenieros en paro o subempleados. En cambio, la demanda de personas que sepan leer y escribir es cada día mayor, porque el que sabe leer y escribir, como decíamos antes, domina la realidad. Las salidas profesionales para esta clase de personas son numerosísimas. Un buen creativo de publicidad, incluso uno mediocre, se puede ganar mejor la vida que un matemático, sin duda alguna. Y quien dice un creativo de publicidad dice un guionista de radio o de televisión o de cine, un editor de textos, un autor de reportajes, un escritor de conferencias para jefes de Estado, para ministros, o para abrir cursos universitarios.

Si algo necesita el mundo actual es lo que desde hace algún tiempo venimos llamando “proveedores de contenidos”. El desarrollo de la industria del ocio y sus alrededores ha llevado a la situación de que disponemos de gigantescos conductos (emisoras de radio o televisión, Internet) por los que de momento solo discurre un hilo de talento. Estamos de acuerdo en que llenar cien o doscientos canales de televisión de talento es muy difícil. Pero hay que llenarlos de algo, porque de momento van prácticamente vacíos, cuando no son meros dispensadores de materia fecal. Pues bien: ¿quiénes son las personas con capacidad para proveer de contenidos esas enormes tuberías? La gente que sabe leer y escribir, sin duda. Y la demanda de este tipo de profesionales es tan grande que algunas de las personas que viven instaladas en la industria del ocio, incluso en la industria cultural, no han tenido más remedio que recurrir al plagio para satisfacer la demanda creciente de sus compradores.

Todo esto que digo, en fin, es fácilmente demostrable, pero por si quedara alguna duda, pongo a los alumnos un ejemplo extraído de la vida real: hace unos años, salió en la prensa un anuncio por el que la Comunidad de Madrid convocaba seis o siete plazas de telefonista. Se presentaron del orden de las sesenta o las setenta mil personas para disputar esas plazas. Pueden ustedes imaginarse que entre los opositores había miles de titulados de todas las clases, desde ingenieros nucleares a arquitectos, pasando por ginecólogos, pediatras, marinos mercantes y abogados. No hay que hacer muchos números para advertir que, estadísticamente hablando, hoy es mucho más fácil ser astronauta que ser telefonista de la Comunidad de Madrid. Pero ahora viene lo más espectacular: también desde el punto de vista estadístico, cualquier español que sepa leer y escribir tiene muchísimas más posibilidades de ganar el premio Planeta que de obtener una plaza de telefonista. ¿Cuántas vidas habría que permanecer pegado a los mandos de una centralita para conseguir esa cantidad?

Cuando yo era joven, explico a los alumnos, y le decías a tu padre que querías ser escritor, lo normal es que te diera una torta. Pero si se trataba de un padre tolerante, además de la torta te daba un consejo.

—Hijo, no te digo que renuncies a escribir si es lo que verdaderamente te gusta, pero de eso no se vive, por lo que te aconsejo que hagas una oposición a Correos para disfrutar de un sueldo seguro. Luego, por las tardes, si tienes verdadera vocación, te dedicas a escribir.

Hoy, esa conversación no sería posible. O habría que darle la vuelta. Si un hijo te dice que quiere ser telefonista de la Comunidad de Madrid, tendrías que darle una torta y, si eres un padre tolerante, añadir un consejo:


—Hijo mío, eso es más difícil que ser astronauta. Para cubrir las últimas siete plazas que salieron a concurso se presentaron sesenta o setenta mil personas, muchas de ellas con varias carreras y dominando seis o siete idiomas. Te aconsejo que te hagas escritor y luego, por las tardes, si de verdad tienes vocación de telefonista, yo mismo te regalo una centralita y te pasas la tarde cambiando las clavijas de sitio.

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