jueves, 26 de octubre de 2017

El bum del ‘boom’

Las onomatopeyas son palabras creadas de oído. Quizás los idiomas nacieron de ellas, gracias a los sonidos que evocaban el viento, los truenos o los animales.

Usamos dos tipos de onomatopeyas (del griego onomatopoiía): las que se forman con un significado concreto a partir de una percepción sonora relacionada con él (por ejemplo, “murmullo”, “tintineo”, “tiritar”...) y las que intentan reproducirlo: (“el puente hizo catacrac”, “ya oigo el tictac”, “ay, qué vaca tan salada, tolón tolón”).

El español dispone de onomatopeyas hermosísimas. En el mundo de los sonidos suaves decimos “susurro”, “cuchichear”, “bisbiseo”…; y en el de los ruidos, “estruendo”, “rugir”, “traqueteo”, “carraca”, “roncar”, “rasgar”, “bomba”… Las letras de nuestro alfabeto se acercan a esos sonidos de forma lo suficientemente aproximada como para que entendamos de qué vibración sonora se trata, aunque no puedan reproducirlos con exactitud.

Sin embargo, algunos de esos sonidos se han entendido de distinta manera en cada idioma. Por ejemplo, el gallo canta en inglés cock-a-doodle-doo (coc-a-dudel-du), y en francés cocorico, mientras que para nosotros hace quiquiriquí. El perro inglés dice wow wow y el español guau guau, mientras que el perro catalán, si es bilingüe, puede decir también bup bup.

Pero otros sonidos los oímos igual, aunque cada idioma los adapte a sus grafías. Por ejemplo, clic (que en inglés se escribe click) o crac (crack en aquella lengua). Y así sucede también con el ruido de una explosión o un golpe fuerte. Los anglosajones escriben la onomatopeya boom a fin de pronunciar “bum” cumpliendo con su sistema de correspondencias entre grafemas y fonemas. Y nosotros… Ay, nosotros también escribimos “boom”.

Leemos muy a menudo “el boom de la literatura hispanoamericana”, “la botella hizo boom”, “el boom inmobiliario”, “ese disco ha sido un boom”… y otros muchos estallidos de algo que se expande como si procediera de una explosión.

Las Academias de la lengua española incluyeron en su Diccionario panhispánico de dudas la entrada “bum” con dos sentidos: la mera interjección que imita el ruido de un golpe o de una explosión (“de repente, ¡bum!, la lámpara se cayó al suelo”) y la expresión usada para señalar el auge o el éxito repentino de algo (“hoy vivimos el bum de las redes sociales”).
Pero el banco de datos de la Real Academia Española permite observar cómo esta opción ha ido siendo derrotada paulatinamente por su equivalente inglesa.

Por tanto, ahora vivimos el bum de boom; pero al menos tendremos el consuelo de que los gallos sigan diciendo “quiquiriquí” y los perros “guau guau”, sin que a ellos pueda aquejarles ningún complejo de inferioridad. Eso sí, el día en que un gallo español cante cock-a-doodle-doo, que no se extrañe nadie. 

Extracto del artículo de Álex GrijelmoEl texto completo en El País

lunes, 9 de octubre de 2017

100 cuentos de Julio Cortázar y Jorge Luis Borges

Los dos reyes y los dos laberintos
Jorge Luis Borges

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

                                                                        FIN


miércoles, 4 de octubre de 2017

El español es el único idioma que utiliza signos de interrogación y admiración dobles

La historia de esos dos signos es antigua. El signo de admiración ya se encuentra en manuscritos latinos medievales y, a decir de la Real Academia de la Lengua, el de interrogación se lo debemos a los carolingios, la dinastía de origen francés que dominó Europa Occidental entre los siglos VIII y X.

Pero, en sus orígenes, esos dos signos se empleaban únicamente al final de las frases.
Tardaron bastante en empezar a utilizarse también en la apertura de las frases interrogativas y exclamativas. De hecho, fue sólo en la segunda edición de la Ortografía de la Real Academia de la Lengua, publicada en 1754, cuando el signo de inicial de interrogación hizo su irrupción.

Los académicos estuvieron debatiendo largamente sobre el asunto y llegaron a la conclusión de que el signo de interrogación final no bastaba, sobre todo en ciertas frases largas.

"Por lo tocante a la nota de interrogación se tuvo presente que, además del uso que tiene en fin de oración, hay periodos o cláusulas largas en que no basta la nota que se pone al fin y es necesario desde el principio indicar el sentido y tono interrogante con que debe leerse, por lo que la Academia acuerda que, en estos casos, se use la misma nota interrogante poniéndola tendida sobre la primera voz de la cláusula o periodo con lo que se evitará la confusión y aclarará el sentido y tono que corresponde. Y aunque esto es novedad, ha creído la Academia no debe excusarla siendo necesaria y conveniente", se lee en el acta de una de las reuniones que mantuvieron.

Con ese argumento, el 17 de octubre de 1753 los académicos tomaron una decisión histórica: habría también signos de interrogación de apertura que se colocarían al comienzo de las frases interrogativas, y que se señalaría con el mismo signo que ya existía pero invertido. Más en BBC