viernes, 29 de diciembre de 2017

´Aporofobia´, palabra del año 2017

Aporofobia, el neologismo que da nombre al miedo, rechazo o aversión a los pobres, ha sido elegida palabra del año 2017 por la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia Efe y BBVA.

Esta es la quinta ocasión en la que la Fundéu BBVA da a conocer su palabra del año, escogida entre aquellos términos que han estado presentes en mayor o menor medida en la actualidad informativa durante los últimos meses y tienen, además, interés desde el punto de vista lingüístico.

Tras elegir escrache en 2013, selfi en 2014, refugiado en 2015 y populismo en 2016, el equipo de la Fundación ha optado en esta ocasión por aporofobia, un término relativamente novedoso que alude, sin embargo, a una realidad social arraigada y muy antigua.

La voz aporofobia ha sido acuñada por la filósofa española Adela Cortina en varios artículos de prensa en los que llama la atención sobre el hecho de que solemos llamar xenofobia o racismo al rechazo a inmigrantes o refugiados, cuando en realidad esa aversión no se produce por  su condición de extranjeros, sino porque son pobres.

Este término se acaba de incorporar al Diccionario de la lengua española y el pasado mes de septiembre el Senado español aprobó una moción en la que pide la inclusión de la aporofobia como circunstancia agravante en el Código Penal.

A estos hechos, se suma el interés lingüístico de un neologismo a cuya creación se le puede poner fecha y autor, y el social e informativo de un término capaz de designar una realidad palpable, pero a menudo invisible.

«Aporofobia pone nombre a una realidad, a un sentimiento que, a diferencia de otros, como la xenofobia o la homofobia, y aun estando muy presente en nuestra sociedad, nadie había bautizado», señala el director general de la Fundación, Joaquín Muller.

«Conviene recordar -agrega Muller- la importancia de poner nombre a las cosas para hacerlas visibles. Si no lo tienen, esas realidades no existen o quedan difuminadas. No se pueden defender o denunciar. En esta ocasión, la filósofa valenciana ha hecho una gran aportación a la sociedad y al idioma, y Fundéu ha considerado que es merecedora de ser elegida palabra del año». Más en Fundéu


martes, 19 de diciembre de 2017

Jardiel, la risa inteligente

Enrique Jardiel Poncela y la actriz
Berta Singerman,
durante el rodaje de la película
 'Nada más que una mujer' (1934)
en Hollywood.
En el verano de 1932, el ya entonces afamado autor de comedias español Enrique Jardiel Poncela viajó a Hollywood para incorporarse a la plantilla de los estudios Fox como adaptador de guiones al castellano. La meca del cine estadounidense estaba en plena expansión y, a falta de sistemas de doblaje o subtitulado, necesitaba rodar dos o tres veces la misma película: de día, la versión original en inglés; de noche, las mismas escenas en otros idiomas. Pero Jardiel tuvo un problema al llegar: acostumbrado a escribir siempre en los bares y cafés de Madrid, se bloqueó cuando lo instalaron en una oficina y no era capaz de redactar una línea allí dentro. Así que la Fox tiró por la calle de en medio: ordenó a sus escenógrafos que reprodujeran un café madrileño en el despacho de su nuevo empleado.

Aquello fue mano de santo. Desde ese momento Jardiel empezó a versionar guiones sin parar (que en muchos casos mejoraban el original, según afirman los estudiosos de su obra) y su extravagante rincón de trabajo se hizo popular entre la fauna hollywoodiense con el nombre de Poncella's Office. Entre esa fauna estaban Charles Chaplin y los hermanos Marx, con quienes el madrileño congenió de forma especial por su disparatada manera de entender el humor, cuyo rastro puede advertirse en exitosas comedias posteriores de Jardiel como Un marido de ida y vuelta (1939), Eloísa está debajo de un almendro (1940), Los ladrones somos gente honrada (1941) o Madre el drama padre (1941).

Así era muchas veces la vida de Jardiel: descacharrante e inverosímil, como él quería que fuera su teatro. Y así se puede comprobar en una de las mayores exposiciones retrospectivas que se ha realizado hasta la fecha sobre su trayectoria, que se ha podido ver en Zaragoza este otoño con el nombre de Poncella's Office y que desde hoy hasta final de enero se muestra en la sede central del Instituto Cervantes en Madrid con otra denominación, Jardiel, la risa inteligente. Continúa en El País

lunes, 18 de diciembre de 2017

La generación del 27 cumple 90 años

De izquierda a derecha: 1. Rafael Alberti; 2. Federico García Lorca; 3. Juan Chabás; 4. Mauricio Bacarisse; 5. José María Platero (presidente de la sección de literatura del Ateneo); 6. Manuel Blasco Garzón (presidente del Ateneo de Sevilla); 7. Jorge Guillén; 8. José Bergamín; 9. Dámaso Alonso, y 10. Gerardo Diego.

La imagen que acompaña estas líneas es probablemente la más famosa de la generación del 27. Tomada durante unas jornadas poéticas celebradas en Sevilla hace exactamente 90 años en honor de Luis de Góngora, se considera algo así como el acta fundacional del grupo.

La amistad es el elemento aglutinador más repetido al hablar de un colectivo de lo más heterogéneo, en sus edades y sus poéticas.

Así, el 15 de diciembre, Dámaso Alonso, José Bergamín, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Juan Chabás, Federico García Lorca y Rafael Alberti cogieron el tren diurno hacia Sevilla con la firme intención de defender, en dos jornadas organizadas por el Ateneo hispalense, el legado gongorino y, de paso, la “nueva literatura” que ellos representaban. “Terminaron por hablar de sí mismos y por decir sus poemas y los de los jóvenes poetas de Sevilla que los recibieron: Cernuda y los agrupados en torno a la revista Mediodía”, escribe el profesor de la Universidad de Granada Andrés Soria Olmedo. 

Las dos veladas poéticas se celebraron los días 16 y 17 en el salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País (el Ateneo estaba ocupado por los donativos para la fiesta de Reyes).

Su impacto fue relativo y, mientras Alberti lo recordó después como un “éxito inusitado”, Alonso hablaba con pesar de auditorios de “40 o 50 personas”, mientras que al banquete organizado como despedida el día 18, fueron "¡oh sorpresa! [...] ¡400 comensales!". En todo caso, su reflejo en la prensa (tres medios publicaron la famosa imagen tomada la noche del 16 al 17) fue mucho mayor que el de los actos gongorinos organizados meses antes en Madrid. Continúa en El País

lunes, 11 de diciembre de 2017

La cola del cometa

  • Sindicalismo e independencia, según el Noi del Sucre.
  • Antonio Soler novela la biografía de Salvador Seguí, el Noi del Sucre, en Apóstoles y asesinos.


Juan Jorganes Díez
En una literatura contemporánea en la que el trabajo nunca es el centro de la trama -y si aparece forma parte del paisaje, del telón de fondo-, resulta una novedad digna de reseñarse encontrar una novela en cuyo conflicto narrativo esté presente el trabajo y la protagonice un sindicalista.

Antonio Soler (Málaga, 1956) novela la biografía de Salvador Seguí, el Noi del Sucre, en Apóstoles y asesinos (Galaxia Gutenberg, 2016). Seguí formaría parte de la mitología sindical si tal cosa existiese. Sin duda fue una referencia en la Barcelona de las primeras décadas del siglo XX. Lo fue por su capacidad de liderazgo en las reivindicaciones laborales, por su trabajo organizativo y porque permanecen vivas sus teorías sobre el papel del sindicato, la unidad sindical, o la inseparabilidad de la presión y la negociación, que puede llevar al pacto. De la mano de Seguí asistimos a la fundación de la CNT como central sindical.

Salvador Seguí nació en Tornabous (Lleída) en 1886 y murió asesinado en Barcelona en 1923. Como su muerte se conoce, carece de interés para la tensión narrativa desarrollar unos hechos que desemboquen en el asesinato del personaje principal. Por eso, Soler dedica el primer capítulo al asesinato de Seguí. Ahora el autor tiene que manejar toda la documentación histórica sobre el personaje y su entorno de manera que presente al lector una narración interesante y no un informe del servicio de documentación. Lo consigue. Mezcla los datos con la descripción de un ambiente, traídos al presente de la lectura las ideas, los miedos, alegrías y peripecias del protagonista y de una ciudad dividida entre una clase obrera explotada, que comenzaba a organizarse y a luchar por sus derechos, sin que faltaran las bombas y las pistolas, y una burguesía que tenía de su parte el poder político, lo que incluía la policía, y el militar, y que, llegado el caso, defendía sus privilegios con las armas, reclutando matones cuando le parecía necesario.

Aquella Barcelona de comienzos del siglo XX da para muchas novelas.

Aquella Barcelona

A Eduardo Mendoza le dio para dos novelas: La verdad sobre el caso Savolta (1975) y La ciudad de los prodigios (1986). Ambas tuvieron éxito entre el público y la crítica, recibieron premios varios y llevaron a su autor a la nómina de ilustres de nuestras letras (se le concedió el Premio Cervantes en 2016). Los autores contemporáneos a los hechos que novela Soler no les prestaron atención en sus obras, al menos entre los más importantes. Solo Valle-Inclán deja constancia de la lucha obrera y su represión en Luces de bohemia con el personaje de El Preso, un obrero barcelonés con quien comparte celda Max Estrella durante unas horas. “Barcelona alimenta una hoguera de odio”, le dice a Max. Levantó un motín en la fábrica y fue condenado. “Conozco la suerte que me espera: Cuatro tiros por intento de fuga”.

La vida del Noi transcurre señalada por grandes acontecimientos internacionales y nacionales: las dos exposiciones universales de Barcelona (1888 y 1929), la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la crisis española tras perder en 1898 las últimas colonias (Cuba y Filipinas), la Semana Trágica de Barcelona (1909) con la guerra de Marruecos al fondo, la Revolución Rusa (1917), el conflicto laboral de La Canadiense (Barcelona, 1919) o, como ya se ha adelantado, la fundación de la CNT (1911).

Las dos exposiciones renuevan la ciudad. Atraen a miles de personas en busca de trabajo, a otras tantas en busca de negocio y a un sinnúmero de buscavidas. La neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial convierte Barcelona en centro del contrabando de armas y base del espionaje internacional.

Mendoza se enfrenta a esa Barcelona libremente, sin atarse a los acontecimientos históricos ni a la biografía de un personaje real, con esa ironía descreída marca de la casa, tan cercana siempre a la caricatura. Soler está obligado a ser fiel a los hechos y a la vida de Salvador Seguí, el Noi del Sucre. Con planteamientos y estilos muy diferentes, Mendoza y Soler manejan elementos novelescos que surgen con fuerza, desde la realidad o desde la ficción, de una misma fuente: aquella Barcelona.

El Noi del Sucre

Salvador Seguí es hijo único de campesinos leridanos llevados a Barcelona por la misma ola que arrastró a tantos emigrantes, la de la Exposición Universal de finales del XIX. Su vida laboral comenzó a los once años. Después de trabajar en una panadería y en un garito de mala muerte, elige el oficio de pintor de brocha gorda. Muy pronto se aficiona a la lectura. Un compañero de la panadería le presta novelas y obras de autores que quieren cambiar el mundo: Kropotkin, Spooner, Max Stirner, Proudhom. En su habitación un retrato de Friedrich Nietzsche sustituirá en seguida la estampa de San Judas.

Extravertido, dicharachero, recorre las calles, charla y bromea con todo el mundo, asiste a reuniones de anarquistas, participa en ellas con vehemencia. “Resulta atractivo para las chicas del barrio. Sonríe con facilidad y también con bastante facilidad le aflora la ira”. Sublevar es el verbo que más conjuga en esta etapa de radicalismos. Con otros de su misma onda, forma el grupo “Els Fills de Puta”, toda una declaración de principios. Con quince años ya ha pasado unas horas en un calabozo por formar parte de un piquete y se considera un experto en la lucha obrera.

Su espíritu inquieto le empuja a buscar otros grupos obreros en los que debatir, con los ojos y los oídos muy abiertos. Su cabeza y su corazón están con los anarquistas, pero “tienen que encontrar una fórmula para ganar la confianza de la sociedad y hacerse cómplices de los trabajadores, que no deben ver en ellos a los representantes de un imposible sino un grupo organizado y decidido a alcanzar conquistas concretas. Justicia, pan, dignidad. Trabajo, salario, derechos”. Verá en la violencia más un peligro para la clase obrera que una forma de presión. “Su ideal no es otro que un obrero bien alimentado y bien educado”. Ha trazado las líneas de su ideario, que defenderá con toda la energía de su personalidad desbordante.

Hasta el día de su asesinato defenderá la organización obrera y contribuirá con todas sus fuerzas a la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT); luchará por la unidad sindical y vencerá todos los obstáculos para conseguirla con UGT, incluso con el amarillista Sindicato Libre; buscará siempre mejorar las condiciones laborales y peleará tanto en el enfrentamiento contra la injusticia como por el acuerdo que suponga un avance; rechazará la violencia armada, incluida la reacción contra los asesinatos de los pistoleros al servicio de la patronal o de la misma policía; separará el sindicato de la política; sus buenas relaciones con el catalanismo (es amigo íntimo de Companys), no le impiden ver la independencia de Cataluña como “la cola del cometa”.

Su defensa de la lucha obrera sin pistolas para conseguir mejoras concretas de las condiciones de vida de los trabajadores le convierten en el enemigo de una parte de sus propios compañeros, que le acusan de traidor (pacifista, contemporizador), y de la patronal, que duda de su victoria en ese terreno porque tiene la seguridad de que ganará en el enfrentamiento directo a sangre y fuego.

La cola del cometa

Salvador Seguí y Lluís Companys se reencuentran por casualidad en Barcelona. Ambos proceden del campo leridano, Companys hijo de terratenientes y Seguí de humildes trabajadores.  Companys ha estudiado Derecho y lleva un bufete cuya principal clientela se compone de “obreros represaliados, militantes y trabajadores perseguidos por su filiación política o sindical”. Un propósito magnífico y un negocio funesto. Las intenciones del niño bien y del pintor de brocha gorda coinciden en tantas cosas que se iniciará una amistad inquebrantable  junto con Francesc Layret, amigo de Companys desde el bachillerato, también abogado, también con un despacho cargado de ideales y trabajo, pero muy escaso de ingresos.

Layret morirá asesinado, acribillado por casi veinte disparos, el 30 de noviembre de 1920, dos años y medio antes que Seguí.

Companys y Layret participan durante la primavera de 1917 en la fundación del Partit Republicà Català, futura Esquerra Republicana de Catalunya. La relación del trío se mantiene irrompible incluso cuando en el sindicalismo catalán domina la desconfianza hacia los políticos. “Especialmente hacia los políticos de derecha y, especialmente, hacia la derecha catalanista. Cambó se ha convertido en el traidor oficial”. Para el Noi, los de la Lliga, el partido de Cambó, y los que no son de la Lliga pero están con ellos no quieren realmente la independencia de Cataluña. “Lo único que quieren es usar Cataluña como un chantaje. […] Y los trabajadores, nuestras condiciones laborales, nuestra explotación, es la moneda de cambio”.

Companys y Lairet se quejan de que Seguí les incluya en el mismo saco que a Cambó. Ellos sí han apoyado la huelga general y lo han pagado con represalias. Seguí les replica que tienen en común el catalanismo. Layret le pregunta si le parece mal que sean catalanistas. Responde Seguí: “No me parece nada. O sea, nada en absoluto. Es un adorno. Es un acto secundario. Es lo que viene después de lo que viene luego. Es la cola del cometa. ¿O de verdad me queréis decir que a uno de nuestros trabajadores, cuando lo entierren a causa del hambre o por un tiro de un guardia civil, le va a importar que la bandera que esté colgada en el gobierno civil tenga las rayas más anchas o más estrechas?”.

“Antes que la independencia queremos todo lo demás. La justicia social, por ejemplo”. Habla el Noi “con su voz ligeramente ahuecada, como un trueno en una bóveda”.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Bernarda Alba también es un hombre

  • Con un reparto masculino, Carlota Ferrer dirige el clásico de García Lorca, todo un canto a la libertad de las mujeres

Y de pronto, desde un rincón del público, surge la voz de Bernarda Alba. Es un rugido feroz, una cruel amenaza: “En ocho años de luto, en esta casa no entrará el viento de la calle”. Así comienza la tragedia en esa casa de paredes blanquísimas, habitada solo por mujeres y cerrada al mundo por la viuda de Antonio María Benavides, su segundo marido. Unas mujeres que también son hombres. Una Bernarda que puede estar y está entre el público, entre cada uno de nosotros. Así lo vive la directora Carlota Ferrer (Madrid, 1977) que estrena un potente y radical montaje en el que las mujeres de esta obra escrita por Federico García Lorca en 1936, muy poco antes de morir, son aquí hombres. Es la visión feminista de este drama lorquiano, en medio de una sociedad cómplice del silencio, que se estrena el próximo día 14 en los Teatros del Canal, en Madrid, donde estará en cartel hasta el 7 de enero. Eusebio Poncela, en la piel de Bernarda Alba, encabeza un reparto en que los hombres (Ygor Yebra, Óscar de la Fuente, Jaime Lorente, David Luque, Guillermo Wickert, Arturo Parrilla y Diego Garrido) son los encargados de dar la palabra a las mujeres, acompañados de una sola actriz, Julia de Castro. Esto no es la casa de Bernarda Alba es el título de este espectáculo que combina teatro, imagen, poesía, música y danza.

“Muchos de los personajes de Lorca manifiestan su deseo de ser hombres para poder gozar de libertad”, explica Carlota Ferrer, codirectora junto con Dario Facal del Corral de Comedias de Alcalá de Henares, que firma esta versión de La casa de Bernarda Alba junto con el dramaturgo José Manuel Mora, con el que ganó el Premio Max al Mejor Espectáculo Revelación en 2015 por Los nadadores nocturnos. “Al poner en boca de hombres las palabras de Lorca se pone en evidencia la fragilidad de la mujer ante la visión dominante del orden heteropatriarcal y su gestión del mundo a través del miedo. Son hombres que narran una determinada historia de mujeres” añade la directora, tras un ensayo en una de las salas de los teatros del Canal, no sin antes advertir de la libertad absoluta que tiene como dramaturga para romper todo tipo de convenciones. Continúa en El País