martes, 27 de diciembre de 2016

Es él


Juan José Millás
Metro de Sevilla
Recibo una llamada de un desconocido que me acusa de imitarle en el modo de vestir, de peinarme, de moverme, de andar. También de tomar el metro a las mismas horas que él y de bajarme en las mismas estaciones. Se despide pidiéndome que le deje en paz y cuelga. Al día siguiente salgo a la calle y tomo el metro para acudir al trabajo. Entro en el vagón, me siento, y echo disimuladamente un vistazo al resto de los viajeros. A unos metros de mí, junto a la puerta central, descubro a un tipo con zapatillas deportivas, vaqueros, camisa blanca y un jersey azul, de los de pico, cubierto por una cazadora negra. La misma indumentaria que llevo yo. Su pelo, peinado hacia atrás, como el mío, es sin embargo más abundante.

Comienzo a mirarle con hostilidad, a ver si vuelve la cabeza y se fija en mí. Pero el tipo va a lo suyo, ajeno completamente a todo, y parece normal. En esto, suena mi móvil, lo cojo y cuando estoy hablando con mi mujer, observo que a él también le ha telefoneado alguien. Continúa leyendo en El País

La fuerza del lenguaje


sábado, 17 de diciembre de 2016

Buero Vallejo y la doble historia


Juan Jorganes Díez
Antonio Buero Vallejo nació el 29 de septiembre de 1916 en Guadalajara. Se han cumplido, pues, cien años de su nacimiento. Cualquier disculpa es buena para llamar la atención sobre obras y autores para que en el recuerdo reconozcamos con respetuoso agradecimiento a quienes dedicaron su vida a la creación, un acto del que se beneficia la sociedad y que, además, hereda dos veces: en el momento de su publicación o representación y setenta años después de muerto el autor pues los derechos se socializan.

Empinada escalera

Primer ejemplo de una doble historia: Pasar del patio de la cárcel condenado a muerte al patio de butacas del Teatro Español coronado por los laureles del premio y del éxito. Aquel desconocido que ganó el Premio Lope de Vega en 1949 resultó ser un comunista excarcelado que había sorteado la condena a muerte por la misma sinrazón por la que fue condenado, aquella que asolaba el país tras su victoria. Buero había compartido cárcel con Miguel Hernández, cuyo rostro pintó para un retrato muy conocido.

Teatro María Guerrero (Madrid), 2003
La obra premiada se titulaba Historia de una escalera. Su estreno fue apoteósico y el éxito obligó a prorrogar durante meses las representaciones previstas para dos semanas. Se ha convertido en una referencia del teatro del siglo XX. Un suceso así marca la carrera de cualquier escritor para bien y para mal. Buero llegó a hablar de la “maldita escalera”, quizá con ironía, quizá harto de volver al pasado, quizá porque “es más difícil superar un éxito que un fracaso”, quizá porque la pereza de periodistas, críticos y manuales ignoraba otras obras que él apreciaba mucho más.

En la literatura que ocultaba un país con endecasílabos de mármol o que llenaba los escenarios de trivialidades o la narración de ardor guerrero, aparecieron en unos pocos años algunas obras  cercanas a la realidad, a la vida desolada de la inmensa mayoría: Hijos de la ira (1944) en la poesía,  Historia de una escalera (1949) en los escenarios, Nada (1945) y  La colmena (1951) en la narrativa. Tanto se acercaron a la realidad que sufrieron la censura a pesar de que sus autores fueran más (Cela) o menos (Alonso)  afectos al régimen. Era previsible en el caso de Buero dados sus antecedentes.

Tragedia y esperanza

En una entrevista a Buero, lejana en el tiempo y la memoria, Rosa Montero titulaba: “Perfil de cuchillo”. Acertada aposición que describía el físico y la escritura. Buero Vallejo optó por la tragedia para trasladarnos la esperanza. No es lo mismo triste que trágico, nos dice: “Mis textos tienen la pretensión de observar trágicamente la vida humana, pero el meollo de la tragedia no es la desesperación, sino la esperanza”. Entiéndase: no habrá finales felices de los que reconfortan a los espectadores porque los personajes han asegurado sus incertidumbres y nos han confirmado un porvenir dichoso. El final esperanzado de Historia de una escalera llega a través de unos jóvenes enamorados, que reviven en el mismo lugar el amor y los proyectos de otros jóvenes (su madre y su padre) cuyas vidas frustradas ya conocemos. Otra doble historia.

Las obras de Buero no se cierran con un consejo a la manera del ayo Patronio, ni la resolución del drama concluye con un mensaje que el espectador se lleva como receta para aliviar los males sociales o personales. Buscar la verdad y enfrentarse a sus consecuencias, porque siempre las tiene, generan el conflicto que el autor traslada en personajes que cargan con ellas. ¿El espectador también? Podríamos hablar de una liberación catártica en el escenario. ¿También en el patio de butacas?

El protagonista se enfrenta al grupo porque no acepta sus convenciones y cuestiona las reglas en las que se basa su convivencia apaciguada. El grupo, una representación de la sociedad, y el protagonista se enfrentan mediante diálogos en los que el segundo lleva la ética vinculada a la verdad como guía. No habrá pactos entre la sociedad y el individuo porque este no los acepta, porque asume siempre el precio de su rebeldía. “Sed digno, pero sed hábil”, le aconseja su único amigo a Velázquez, protagonista de Las meninas.  La respuesta podría dársela el Larra de La detonación: “Mi deber es decir verdades”.

 Al protagonista –y, por lo tanto, a los espectadores- se le presentan alternativas, se le anticipan los perjuicios que le provocará su actitud. Se mantendrá firme. Sus diálogos están cargados con toda la fuerza moral de la que carecen sus antagonistas. Esta descompensación empuja al espectador hacia un lado desde el principio, hacia el lado en el que el autor expresa sus argumentos, su tesis. No hay moraleja final porque queda en el aire la pregunta de si cada cual hubiera hecho lo mismo. En la posibilidad de una respuesta afirmativa radica la esperanza de la tragedia. Hoy el espectador agradecería que se le dejara pensar un poquito más, que se le presentara más difusa la línea que separa el bien del mal, la verdad de la mentira (tan difusa, al menos, como la propia condición humana).

El teatro posible

Buero Vallejo muere en el año 2000. Sobrevive 25 años a Franco. 36 los pasó bajo su dictadura. Estrenó con asiduidad, aunque la censura cortara aquí y allá, le prohibiera La doble historia del doctor Valmy y tuviera que salir de España a buscarse las habichuelas tras la firma del manifiesto de un grupo de intelectuales contra la represión brutal en Asturias a raíz de la huelga de la minería (1962), la conocida como Carta de los 102. Defendió que lo fundamental era llevar a los escenarios las ideas que pretendía, aunque hubiera que dar un rodeo, aunque se tuvieran que presentar indirectamente, camufladas. Este planteamiento le enfrentó a quienes lo consideraban una concesión inaceptable.

Es imposible desvincular las obras de Buero del momento en que se escribieron y representaron. No pretendiendo un teatro político, lo era porque cada obra se traducía a la realidad política y social del momento. Siempre se asistía a una doble historia. Sin embargo, sus obras se alejan de un teatro coyuntural, escrito para el momento, incomprensible en otros tiempos y para otras gentes. El conflicto de revelar la verdad, arrancar las máscaras y asumir las consecuencias, enfrentándose al poder del grupo, trasunto de la sociedad, se mantiene en la España actual y en cualquier sistema político.

Para su teatro posibilista, los símbolos y los personajes históricos resultaron imprescindibles. La ceguera simbólica aparecerá en dos obras importantísimas: En la ardiente oscuridad y El concierto de San Ovidio. Velázquez y Larra protagonizan Las meninas y La detonación respectivamente. Ambos defenderán la justicia y la verdad frente al poder absoluto de los monarcas (Velázquez ante Felipe IV y Larra ante Fernando VII), y –muy importante- frente a la corte que les rodea y apoya; o, incluso, en La detonación, frente a las ambigüedades reformistas de los gobiernos liberales.

Buero presenta una simbología comprensible. Hubiera caído en una contradicción si nos presentara una obra críptica, incompatible con un teatro posible, y, sobre todo, con un público posible, necesario para sostener obras que exigían un elenco amplio y que Buero quería reconocido. Eran los tiempos de las segundas y terceras lecturas, a las cuales se entregaba con deleite una parte de la afición. Fastidiaban a la otra parte porque el hermetismo de algunas obras literarias o cinematográficas les parecía un galimatías incomprensible o, sencillamente, una tomadura de pelo. Los teatros necesitaban a todo el público para mantenerse. Buero también.

Su biografía y su obra lo convierten en un referente y muy pronto en un clásico vivo. Nada de eso le gustará y renegará de ello. Lo segundo lo tomaba como una retirada obligada, cuando él consideraba que aún le quedaba por escribir. Su última obra (Misión al pueblo desierto) subió al escenario en octubre de 1999, recién cumplidos los 83 años.

La detonación se estrenó en septiembre de 1977, unos meses después de las primeras elecciones generales tras la muerte de Franco. Aquella tarde acudieron al teatro Bellas Artes de Madrid los representantes políticos más significados, tanto los herederos del franquismo como los opositores. Expresos y excarceleros compartían el patio de butacas. La atención no se dirigía, pues, en exclusiva al escenario. Estrenaba su primera obra en democracia un represaliado, un firmante de la Carta de los 102, un superviviente del franquismo.

Años después de este estreno, Buero daría su No a la OTAN en el referéndum convocado por el Gobierno socialista para decidir la entrada o no de España en esa organización. Otros tiempos y otras circunstancias, mismo perfil de cuchillo.

[Publicado en el núm. 79 de la Revista de Estudios y Cultura de la Fundación 1º de Mayo]


viernes, 9 de diciembre de 2016

Compañeras


Videopoema creado por Daniel Etura a partir de los versos de Marwan y música de Funambulista.




Lo mejor que puede hacer un hombre cuando ve a una mujer besar a su hijo, cuando ve a una mujer romperle la cara al invierno y partirse la espalda por el resto es apartarse, observar atentamente, ponerse en pie. Decía Escandar que mirara donde mirara solo veía mujeres luchando. Mujeres cargando, mujeres abriendo, mujeres curando. Madres que se crujen el alma agachándose para quitar las piedras que le salieron a tu camino, para que yo no tropiece.


Las verás siempre dispuestas, lobas que amamantan, cuidan a sus cachorros, cuidan todo, madres de brazos abiertos, de pecho abierto, de alma abierta. Son perfectas por el simple hecho de existir, de haber nacido, de devolver ese regalo dando a luz otra vida. Deberías aplaudirlas al verlas pasar, limpiando el mundo, con sus hijos, con febrero a la espalda, a cargo de la casa, a cargo de la producción, a cargo de la vida. Están en todas partes, abriendo el camino, trayéndote luz, borrando de tu frente los fantasmas. Continúa en InfoLibre

lunes, 5 de diciembre de 2016

Eduardo Mendoza gana el Premio Cervantes 2016

Eduardo Mendoza es el ganador del Premio Cervantes 2016, el máximo galardón de las letras españolas. El Nobel de las letras en castellano, dotado con 125.000 euros, ha seguido, un año más, la tradición no escrita de alternar entre un escritor español y uno latinoamericano. En 2015 recayó en el escritor mexicano Fernando del Paso. El Cervantes, creado en 1975 por el Ministerio de Cultura, reconoce la trayectoria de un escritor que con el conjunto de su obra haya contribuido a enriquecer el legado literario hispano.

Mendoza (Barcelona, 1943) inició su carrera literaria en 1975, con la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, que recibió el Premio de la Crítica. Desde entonces ha publicado 15 novelas, dos libros de relatos, dos obras de teatro y cuatro ensayos. El jurado, según recoge el acta, le ha otorgado el premio “porque, con la publicación en 1975 de La verdad sobre el caso Savolta, inaugura una nueva etapa de la narrativa española en la que se devolvió al lector el goce por el relato y el interés por la historia que se cuenta, que ha mantenido a lo largo de su brillante carrera como novelista". Eduardo Mendoza, continúa el comunicado, "en la estela de la mejor tradición cervantina, posee una lengua literaria llena de sutilezas e ironía, algo que el gran público y la crítica siempre supieron reconocer, además de su extraordinaria proyección internacional".

Su consagración llegó en 1986 con La ciudad de los prodigios, una novela que muestra la evolución social y urbana de Barcelona entre las dos exposiciones universales de 1988 y 1929.


Mendoza ha alcanzado un gran éxito de ventas con la serie protagonizada por un peculiar detective ingresado en un manicomio (El misterio de la cripta embrujada, La aventura del tocador de señoras) que mezcla la parodia con el género policiaco. Su última obra, El secreto de la modelo extraviada, es la quinta entrega de la serie. Más en El País


La mitad invisible, programa de TVE dedicado a La ciudad de los prodigios.

sábado, 26 de noviembre de 2016

No sé


Juan José Millás
A mi amigo R. lo despertó en medio de la noche un alarido escalofriante de su mujer, a cuyo lado dormía. ¿Qué ocurre?, preguntó. He tenido una pesadilla, dijo ella, soñaba que paría un abejorro. ¿Un abejorro?, preguntó él frotándose los ojos. Sí, dijo ella, un abejorro negro, del tamaño de una aceituna, con pelos en el abdomen. Mi amigo, dada la agitación de su esposa, encendió la luz al objeto de que se tranquilizara. Entonces vieron un insecto de las características que ella acababa de describir posado en el espejo del armario. R. tomó de la mesilla de noche una revista, la enrolló y ya se dirigía hacia el abejorro con intención de acabar con él, cuando su mujer le gritó que se detuviera. ¿Qué pasa ahora?, preguntó. Ni se te ocurra tocarlo, dijo ella.


Tras unos instantes de tensión, él regresó a la cama, ella le pidió que apagara la luz y volvieron a adoptar la postura en la que dormían habitualmente. Ella se durmió antes, como extenuada por el parto, y él permaneció despierto media hora, un poco inquieto por la presencia del animal en el dormitorio. Por la mañana, Continúa en El País

La última batalla de la Tizona del Cid

La Tizona en el Museo de Burgos. Foto de Patricia González
Más de mil años después de dejar de servir a Rodrigo Díaz de Vivar, considerado su primer dueño, la Tizona, la histórica espada del Cid Campeador, ha sido protagonista de un largo pleito judicial al que ahora ha puesto fin el Tribunal Supremo. La sala de lo Civil ha determinado que José Ramón Suárez-Otero Velluti, XVI marqués de Falces, era el titular por herencia de la espada y podía disponer íntegramente de ella, como hizo al venderla en 2008 por 1,5 millones de euros. Los compradores, un grupo de empresarios burgaleses, la donaron luego a la Junta de Castilla y León.

La Tizona, una espada de 93 centímetros de largo y 4,5 de ancho forjada posiblemente en Sevilla, fue depositada en julio de 1944 en el Museo del Ejército de Madrid, donde permaneció expuesta al público hasta que en 2007, el actual marqués de Falces la vendió por 1,5 millones de euros a un grupo de empresarios que la donó a la Junta de Castilla y León. El Gobierno castellano-leonés depositó la espada en el Museo de Burgos y fue entonces cuando las herederas de Pedro Velluti conocieron la existencia de la Tizona y se plantearon la posibilidad de que fuera parte su herencia. Pero el Supremo no les ha dado la razón. La noticia completa en El País

lunes, 21 de noviembre de 2016

"Empoderar" toma el poder

El verbo “empoderar” y el sustantivo “empoderamiento” menudean en el léxico de los movimientos sociales y desatan la perplejidad de muchos hablantes cuando los oyen en la vida pública.

Quienes tachan “empoderar” y “empoderamiento” de horribles neologismos quizá se sorprendan al saber que ambos términos ya circulaban en los diccionarios de español del XVI y el XVII (obras anteriores a la creación de la Real Academia). Sin embargo, cayeron pronto en desuso, desplazados por sus sinónimos “apoderar” y “apoderamiento”.

Pero mientras que “empoderar” agonizaba en español, cobraron fuerza en inglés to empower y empowerment, traducidos tradicionalmente a nuestra lengua como “apoderar” y “apoderamiento”, pues eso mismo significaban. Sin embargo, ambos vocablos adquirirían en aquel idioma un sentido adicional: la acción o el efecto de que una colectividad alcance un poder que antes tenía vedado (“el empoderamiento de la mujer”, por ejemplo).

Así que los sociólogos y los movimientos sociales no tardaron en clonar to empower como “empoderar”, pese a que disponían de “apoderar” (hasta entonces equivalente del verbo inglés) y de la posibilidad de estirar una de sus acepciones —“hacerse fuerte”— como había sucedido en aquella lengua.

La Real Academia Española adoptó para el Diccionario de 2014 una doble decisión:
1. Rescatar el vetusto “empoderar” del XVI —13 años después de haberlo desechado en 2001— con la etimología de en- y poder (otorgar un poder); pero marcándolo de nuevo como término en desuso.
2. Añadir una segunda entrada de “empoderar”, con origen en el verbo inglés y con su significado moderno clonado al español: hacer fuertes o poderosos a quienes antes se hallaban desfavorecidos.

Por tanto, este viejo verbo castellano que un día estuvo moribundo se ha revitalizado y ha crecido en época reciente… gracias al inglés.

Extracto del artículo de Álex Grijelmo. El texto completo en El País

Literatura y trabajo


Juan Jorganes Díez


 Cuando Isaac Rosa publicó La mano invisible (2011), llamó la atención que el trabajo estuviera presente no sólo como tema de la novela sino en cada una de las páginas y se destacó su ausencia en la narrativa española más reciente. Si ocupa una parte fundamental de las vidas reales, ¿cómo es posible que desaparezca de las vidas de ficción? El trabajo solo forma parte del atrezo, como el mobiliario, el vestuario o la escenografía, en unas ocasiones, y en otras muchas, ni siquiera sabremos cómo se ganan la vida los personajes.

La mano que trabaja es invisible y los conflictos relacionados con el trabajo también no sólo en la narrativa española sino en los medios de comunicación. Su narración de la realidad social se estanca mes tras mes en las cifras oficiales del aumento o disminución de las listas del paro. Esa información, como toda la relacionada con la economía, sigue el mismo patrón que la meteorológica, en la que los frentes fríos, las borrascas o lo anticiclones se suceden por causas naturales.


Capital

Desde los años ochenta la ideología neoliberal, triunfante entonces y hoy dominante, consideró los conflictos laborales inoportunos, en el mejor de los casos, y trasnochadas las organizaciones de los trabajadores, es decir, los sindicatos. El trabajador, individual y colectivamente, dejó de ser imprescindible porque el beneficio del capital y de quien lo poseía, el capitalista, se convirtió en lo único importante. El beneficio justificaba los medios. Así, el cierre de una fábrica aquí se puede justificar porque allí gana más. Trabajadores prescindibles, responsabilidad social nula.

Belén Gopegui publicó La conquista del aire (1998) reclamando que había que hablar de dinero en la narrativa porque no se hacía a pesar de su importancia en nuestra sociedad. Entre un grupo de amigos, el préstamo que les pide uno de ellos a los demás provocará inquietudes, contradicciones, traiciones de ideales.

Se podría argumentar que el dinero se presenta como causa de la perversión individual o colectiva porque se mira con el cristal de la moral cristiana, que incluyó la avaricia entre los pecados capitales (aquellos que originaban otros). La consideración calvinista del trabajo personal y del beneficio material que produce como valores morales cambió la perspectiva de las sociedades europeas influidas bien por el cristianismo católico bien por el protestante. Simplificando, las sociedades católicas mantienen sus reticencias ante el dinero y las protestantes lo bendicen. Y, simplificando también, unas y otras esconderán sus contradicciones en el equilibrio nunca logrado del contrapeso de la virtud cristiana de la generosidad al pecado capital de la avaricia, es decir, de la acumulación excesiva de bienes.

El neoliberalismo eliminó los controles en la economía y el comercio. El Estado no ha de intervenir, todo quedará regulado por la mano invisible del mercado: desde las finanzas especulativas a la sanidad, la educación, los ferrocarriles o las materias primas.  Se desataron las ataduras de una fiera, el capitalismo, cuya historia había demostrado que provocaba sucesivas crisis de consecuencias sociales terribles, desde la burbuja de los tulipanes (s. XVII) hasta el crack del 29. Es imposible entender el éxito de las propuestas económicas y políticas que encabezaron Reagan en EE UU y Thatcher en Reino Unido sin vincularlas a un cambio de valores éticos y morales en las sociedades occidentales.

La generosidad dejó de ser una virtud contra el pecado capital de la avaricia y el pecado capital se convirtió en virtud. El gran éxito de las teorías económicas neoliberales es que se convirtieron en teorías sociales que fueron aceptadas sorprendentemente por la mayoría contra la que iban destinadas. La sociedad aceptó la avaricia y la codicia como ejes éticos indiscutibles. El cambio de valores éticos (la degradación ética) de la sociedad española tiene su cronista en Rafael Chirbes y sus novelas Crematorio (2007) y En la orilla (2013).

En la primera, la muerte de uno de los personajes provoca un repaso de lo que fueron los ideales juveniles de todos ellos y de todas las trampas que se tendieron a sí mismos para convertirlos en ceniza. Van a quemar el cadáver de quien recuperó sus orígenes y sus valores en la tierra, en la agricultura, quienes ya quemaron los suyos arrasando con la tierra y la agricultura, y con cuanto se les interpusiera. En la segunda novela, un pantano de aguas estancadas, a cuya orilla han llegado los pecios del naufragio social (escombros y un cadáver), sustituye al crematorio como símbolo.

En algunas novelas encontramos, pues, la repuesta a la pregunta de cómo hemos podido llegar a esto.


Trabajo

La mayor parte de la riqueza mundial procede de productos financieros, es decir, de la pura especulación. La riqueza no está vinculada a la producción sino a la especulación con “activos financieros”. Las materias primas imprescindibles para mantener el tinglado también entran en ese planeta, compuesto de un 90% de aire y un 10% de tierra, llamado Wall Street, bolsa de Fráncfurt o city de Londres. Si a los Gobiernos franceses se les acusó siempre de proteccionismo (herejía en tiempos neoliberales) por defender los productos agrícolas nacionales, los Gobiernos británicos defienden la city, su producto nacional más preciado, sin miedo a contravenir los principios fundamentales neoliberales porque tales fundamentos residen en la city.

El trabajo ya no es imprescindible para la producción de riqueza. La economía financiera, apodada economía de casino, no necesita mano de obra, ni barata ni cara. Solo necesita a unos miles de brokers y analistas que mantengan el casino en funcionamiento. También precisa de publicistas, con fines obvios, aunque en este departamento van sobrados de espontáneos.

Este nuevo orden mundial alimenta La mano invisible, la novela de Isaac Rosa citada al principio.  Muestra el trabajo como una actividad nada dignificante para el ser humano que lo ejecuta, en un tiempo sin determinar, cuando ya constituye un hecho adecuado para la exhibición, sin fin productivo, inútil, como esos desfiles de carrozas o esas casetas que una vez al año, en algunas fiestas patronales, exhiben viejas labores vinculadas a un mundo rural muerto e idealizado. Tradiciones las llaman y esa palabra justifica cuanto tienen de falsario. La mano invisible no llega a este punto, el trabajo no ha traspaso aún la frontera del folklore hueco, aunque, tras el punto final, podemos temer lo peor.

El tiempo presente de la novela no añora un pasado feliz, una Edad de Oro del trabajo. Sin embargo, el pasado que se deja fuera del foco narrativo vivirá en la memoria del lector o este tendrá que aprender que el saber acumulado en el oficio (la experiencia) traía consigo un estatus reconocido entre los suyos y ante el patrón.  Se establecían unos vínculos internos que comprometían en vertical a todas las partes: al obrero y a la obrera con su trabajo, pues se reconocían en él, y al patrón con sus trabajadores, pues eran la garantía de un buen producto y, por tanto, de la propia empresa. Trabajo cualificado, trabajador y trabajadora imprescindibles (o casi).

La desaparición de ciertos oficios es inevitable, pero otros cayeron porque el modelo empresarial se transformó y troceó hasta el infinito cada uno de los puestos. Los trocitos resultantes apenas requieren formación para su desempeño y, evidentemente, ninguna experiencia. Trabajo sin cualificación, trabajador y, sobre todo, trabajadora prescindibles. Por otro lado, la tecnificación sin límites de los puestos de trabajo ha supuesto que solo se necesiten unos pocos especialistas y una mayoría –casi siempre sobrecualificada- para tareas simples y repetitivas. Una mayoría, pues, de la que es fácil desprenderse, a la que se puede despedir sin problemas porque es fácilmente reemplazable.  

Se rompe, así, el compromiso del trabajador y de la trabajadora con su empresa y del empresario con sus trabajadores. También se dificultan o impiden las conexiones de base, la organización horizontal, y se buscan las relaciones laborales individuales.

La asumida desvalorización del trabajo explica que en la novela de Rosa ninguna de las personas contratadas (mal se les puede llamar trabajadores o trabajadoras) se planteé por qué hace lo que hace, aunque se den cuenta de que no sirve para nada y no entiendan para qué realizan esas tareas en ese lugar, ni siquiera por qué han sido contratados.
El troceo de los puestos de trabajo también dividió las relaciones colectivas, con lo cual deterioró la cooperación horizontal, las relaciones entre los trabajadores, la fuerza de la unión, su organización. El conflicto en la novela surge, así, cuando alguien intenta resolver dudas, establece relaciones con otros y rompe el individualismo.

El Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) data la primera cita por escrito de la locución “mercado laboral” en 1980. El lenguaje señala, acota, nombra la realidad. Quedó asumido que el trabajo formaba parte de un mercado como una mercancía más. Antes de que se impusiera el nuevo lenguaje que designaba la nueva realidad, se hablaba de trabajo: buscar trabajo, hay o no trabajo, un trabajo sacrificado, prepararse para un buen trabajo, etc. Al relacionarse con una mercancía, se degrada la persona a ser inanimado y se despersonalizan sus cualidades o habilidades laborales.  Se reavivan las escenas más oscuras del mundo laboral: por ejemplo, las furgonetas que ahora llegan a algunas plazas a seleccionar caprichosamente mano de obra entre quienes se ofrecen desde las primeras horas del día como en otros tiempos aparecían a caballo los capataces en otras plazas de otros tantos pueblos del sur de España.

Uno de los grandes errores de la socialdemocracia se basó en la creencia de que tras la Segunda Guerra Mundial no había vuelta atrás en la domesticación del capitalismo, que en las décadas posteriores se había logrado su civilización definitiva. Pero la llamada crisis o Gran Recesión de 2008, bajo cuyo régimen aún vivimos, ha demostrado que el capitalismo, animal salvaje, devora a sus entusiastas, bienintencionados e ilusos domadores.

Publicado en el núm. 78 de la Revista de Estudios y Cultura de la Fundación 1º de Mayo


viernes, 18 de noviembre de 2016

Si alguna vez callásemos

Constantino Molina, premio Nacional de Poesía Joven ´Miguel Hernández´ 2016.
Más en El Cultural

Si alguna vez callásemos

Si alguna vez callásemos
como callan los árboles, las nubes
y las piedras, podrían escucharse
los árboles, las nubes y las piedras.

También en estas cosas se escucha una canción.
Y desde su silencio nos invitan
a creer en la voz que sin verbo habla.

Así,
mientras alguien fabula estrategias que calmen
su incertidumbre,
un lúgano le canta a la mañana
y el cielo le regala los colores del bosque.

Mientras alguien disfraza con plegarias su miedo,
un milano dibuja su vuelo entre las nubes
y esparce libertad.

Y mientas alguien busca con palabras
la respuesta que salve su alegría,
la primavera llega, tan callada,
y expande los secretos de la dicha.

El mundo nos entona su canción.
Una canción en blanco,
sin dictado ni acorde, sin ciencia ni conciencia,
que de la nada viene y en todo se refleja.

Basta callar, dejar cantar al mundo,

y oír su voz fugaz para entenderlo.

jueves, 17 de noviembre de 2016

La cordobesa Ángeles Mora, premio Nacional de Poesía



La poeta Ángeles Mora Fragoso (Córdoba, 1952) ha sido galardonada hoy con el premio Nacional de Literatura en la modalidad de Poesía por la obra Ficciones para una autobiografía. El premio lo concede el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte para distinguir la obra de un autor español escrita en cualquiera de las lenguas oficiales del Estado y editada en 2015. Está dotado con 20.000 euros. Más en El País.





Entrevista en Canal Sur.

´Post-truth´, palabra inglesa del año

  • Posverdad es preferible a la forma post-verdad como traducción de la palabra inglesa post-truth


Con el neologismo post-truth se denomina en inglés a lo ‘relativo a las circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos a la hora de modelar la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal’.

Con motivo de la elección de este término como palabra del año por el diccionario de Oxford, en los medios se puede encontrar en frases como «Oxford destaca que la palabra “post-verdad” pasó de ocupar un lugar periférico en el uso cotidiano a ser eje de los comentarios políticos», «La sustancia fundamental de la ‘Post-Verdad’, corrompida y corruptora, es justamente que la verdad ya no importa» o «La comunicación ha entrado en una era que los expertos definen como la de la ‘post verdad política’».

La traducción posverdad puede considerarse válida, ya que el prefijo post– forma en español numerosos derivados en los que no solo añade el significado de ‘detrás’ o ‘después de’, sino que aporta la idea de que lo que queda atrás está, de algún modo, superado o que deja de ser lo relevante.

En cuanto al modo de escribir este prefijo, la Ortografía académica recomienda emplear la forma simplificada pos-, mejor que post-, en todas las palabras compuestas que lo incorporen (salvo en aquellas que comienzan por s, como postsurrealismo).


Además, de acuerdo con la norma académica, los prefijos se escriben unidos a la palabra a la que acompañan y, al no tratarse de un prefijo que anteceda a un término que comience por mayúscula o sea un número, no hay razón para emplear el guion intermedio.

Más en Fundéu (Fundación del Español Urgente)

viernes, 4 de noviembre de 2016

Veía muy bien (poema miope)

Andrés Neuman

Veía muy bien
(poema miope)


Debe haber un error,
yo veía muy bien,
el mundo era tan nítido,
su carne era matiz,
las formas se afilaban
y los colores daban brincos de conejo.

Debe haber un error,
algún malentendido prodigioso
para que mis pupilas se distraigan
de esta manera impropia
de sus antecedentes,
son los ojos de otro, no los míos,
sólo veo borrosas

visiones de un intruso.

*Andrés Neuman es escritor. Su último libro es una edición revisada de La vida en las ventanas (Alfaguara, 2016).




lunes, 31 de octubre de 2016

Los mejores libros en español de los últimos 25 años

  • 50 críticos, escritores y libreros de ambos lados del Atlántico eligen los hitos del último cuarto de siglo



Portada de uno de los libros seleccionados. Los otros 24 en El País. Los 25 títulos llevan un breve comentario.

domingo, 30 de octubre de 2016

Al loro, que esto mola


  • Retrato de cómo hemos cambiado a través de cuatro decenios de lenguaje coloquial en España
Álex Grijelmo


Casi nadie dice ya “¡ábate ése!” ni “¡chipén!”, expresiones conocidas en la España de principios del siglo XX. El lugar de la primera (formada con el imperativo del verbo “abarse”) ha sido ocupado por “¡ojo con ese!“, “¡cuidado con aquel!”; y el espacio de la segunda acoge hoy a “guay” (a veces del Paraguay). Del mismo modo, el “haiga” de otro tiempo se convirtió en un “buga”; y la “gachí” de antaño es hoy un “pibón”. Ahora los tacos se oyen incluso en los medios informativos, y no son reserva expresiva de los varones, pero antes cualquier sorpresa animaba a exclamar “cáspita”, “córcholis” o “caramba” para no decir “carajo” (término considerado entonces malsonante, más que ahora).

A veces un neologismo sirve para que los integrantes de un grupo se reconozcan entre sí, de tal modo que nadie puede pertenecer a determinada tribu si no usa el lenguaje que en ella se ha establecido tácitamente. Después, el término resultará gracioso o adecuado en otras colectividades, que lo adoptan como signo de modernidad.

Los años setenta y ochenta alumbraron una eclosión de vocablos, a menudo salidos del hampa, que dieron por vez primera el salto al lenguaje general y a los medios de comunicación, antes muy mojigatos.

Uno de los términos que más triunfaron llegó al lenguaje general desde el cheli (“jerga con elementos castizos, marginales y contraculturales”), y tiene valor de aviso: “¡Al loro!”. En otras épocas la prevención consistía en estar “al arma” (se supone que de ahí viene el término que une las dos palabras), pero con “al loro” se trataba de aguzar los sentidos y no la munición. Según Mariano Hormigos (Frases, timos y decires, Ediciones La Librería), en cheli se llamaba “loro” a la radio; y “estar al loro” significa en un principio hallarse informado, atento a las noticias; de lo cual se derivará el nuevo sentido figurado de permanecer en alerta para avisar a los demás si se atisbase un peligro.

La lengua y las jergas de los gitanos han aportado muchos de esos modismos, alentados por su prestigio como términos que denotaban una pertenencia alternativa. Del caló procedía, por ejemplo, “fetén” (1984: “auténtico”, “verdadero”); o “chungo” (1992: “feo”); y también es un gitanismo “pinrel” (pie) , incorporado por la Academia en 1936 y que se extendió mucho más en la segunda mitad del siglo XX gracias a la ayuda inestimable del humorista Forges; por ejemplo, en la expresión “le cantan los pinreles” (hermana de “le cantan los alerones”, en este caso para nombrar los sobacos).

El “chipén” originario también procedía del caló; y significaba “así es” o “en verdad”, pero luego tomó el camino de lo ponderativo para expresar un elogio: “extraordinario”, “fuera de lo común”. Pero como tantos otros términos de gran éxito en el lenguaje coloquial, su uso se fue diluyendo. En su lugar surgieron “chachi” y el ya mencionado “guay”: “Esta cerveza está chachi”, “qué fiesta tan guay”. Y como signo de aprobación se recuperó el viejo “dabuten” (antiguamente “de buten”). Sin olvidar el nuevo valor adverbial de “teta” en esa misma familia elogiosa: “Lo pasamos teta”. Seguir leyendo en El País



jueves, 27 de octubre de 2016

Una luciérnaga

Ledicia Costas
Una luciérnaga es una isla perdida en la noche más densa. Cien luciérnagas, una constelación misteriosa que marca el rumbo hacia otros universos. Así, con esa estrategia de luz, se organizan los libros que moran en las bibliotecas. Son caricias fosforescentes que incendian los sueños y recomponen los corazones grises hasta hacerlos recobrar su color rojo brillante. Cualquier individuo que padezca el síndrome del corazón gris, debería ponerse en manos de un experto y visitar una biblioteca.

Para escribir un libro, además de hacer malabarismos con las palabras hay que ser una desvergonzada o un loco. Un atrevido, una excéntrica descontrolada. Llevar un calcetín de lunares, otro de rayas y los pelos de punta. Una cresta como las que lucen las cacatúas sería un peinado muy interesante para un escritor. Solo las mentes más disparatadas son aptas para escribir libros.

Pero para custodiarlos no es suficiente con tener un desajuste en los cables cerebrales. Es indispensable ser de fuera. Un extraterrestre. Las bibliotecas albergan seres con antenas giratorias, cerebros millométricos que memorizan títulos rebuscados, rimbombantes, campanudos.

Las personas que custodian libros siempre me han parecido criaturas singulares. Están dotadas de extremidades retráctiles que estiran y estiran hasta alcanzar aquel volumen al que parecía  imposible acceder. Y a continuación, como si nada, se recomponen y todo vuelve a su posición natural. Parecen seres humanos, pero a poco que los observes percibirás que no son de aquí. Una de las cosas que más me fascina de los bibliotecarios es su cerebro. ¡Me parecen tan listos! Los libros fabrican pensamientos. Pasar tantas horas dentro de una factoría de ideas es bueno para tener un corazón rojo y brillante y una cabeza repleta de planes fantásticos.

Alguien me ha contado que el 24 de octubre es el Día de la Biblioteca. Sería genial organizar una fiesta con confeti y pompas de jabón. Celebrarlo por todo lo alto. Me encantaría vestirme para tal ocasión como el personaje de algún libro, sentarme en la mesa de una biblioteca de la ciudad donde vivo y esperar a que fuesen a visitarme. En las bibliotecas puedes ser quien tú quieras. Desde Mary Poppins hasta Matilda. Atreyu, Drácula o incluso Pippilotta Viktualia Rullgardina Krusmynta Efraimsdotter Långstrump. Puedes ponerte botas de pelo, plumas, zancos y sombreros.

¡Sombreros! ¡Eso es! Imagino a una pequeña lectora acercándose a mí discretamente, atraída por los colores y formas de mi sombrero:

—Sombrerera loca, ¡qué fiesta más maravillosa! ¿Sería tan amable de servirme una taza de té?

Yo se la serviría con mucho gusto, poniendo cara de mujer refinada, y luego ambas haríamos ruido al tragar. Sonaría algo parecido a glup glup glup. Y antes de que nos diese tiempo de romper a reír de forma desenfrenada, aparecería el bibliotecario, como surgido de la nada, que para eso poseen la facultad de materializarse delante de ti en el momento más inoportuno, y nos advertiría de que las bibliotecas no son merenderos. Hay que reconocer que son únicos custodiando tesoros.

Extraterrestres con el corazón rojo y brillante. Qué cosa tan extraordinaria. ¡Feliz Día de la Biblioteca!

domingo, 23 de octubre de 2016

La última búsqueda de Lorca termina sin resultados

Lugar de la excavación/ Alfredo Aguilar
El equipo multidisciplinar que buscaba fosas de la Guerra Civil en el Peñón del Colorado concluyó el jueves 20 de octubre sin éxito la intervención tras un mes de trabajos. Los arqueólogos no han podido localizar restos humanos, por lo que la zona ha quedado prácticamente descartada como destino final de los cuerpos de Federico García Lorca, Dióscoro Galindo González, Joaquín Arcollas Cabezas y Francisco Galadí Melgar, víctimas de la represión franquista en agosto de 1936.

«La fosa de Dióscoro Galindo y sus compañeros no está en el Peñón del Colorado», aseguró ayer con rotundidad el arqueólogo director del proyecto, Javier Navarro Chueca.
No obstante, los resultados obtenidos sobre el terreno por los técnicos descartaron únicamente la presencia actual de restos humanos y nada más. «Esto no quiere decir que no hayan estado aquí antes». En este sentido, los técnicos encontraron días atrás huellas antrópicas -modificaciones no naturales- en el nivel original del suelo en la zona donde se localizaron los dos primeros pozos. Ahí aparecieron elementos cerámicos que «podrían ser indicios de una excavación anterior».

Según señaló el arqueólogo director del equipo, el terreno muestra que ha sido ampliamente modificado desde 1936 y no se puede determinar si corresponde a la construcción del campo de fútbol en 1998, al uso de la parcela como pista de motocross a comienzos de los 90 o a una posible excavación anterior para retirar restos. «Esas son conjeturas y preferimos no entrar ahí».

En cualquier caso, Navarro Chueca recordó que los trabajos no han podido concluir como se esperaba y que no todo el paraje ha podido ser investigado. «Hemos estudiado alrededor del 90% del terreno». Como señaló el arqueólogo, quedan al menos dos pequeñas áreas que no han sido tocadas. En concreto se tratan de la esquina más cercana a la carretera que une Víznar con Alfacar y de una zona colindante con el gran árbol que domina el Peñón del Colorado.


Ahora las dudas planean de nuevo sobre el destino final de Lorca y sus compañeros.

lunes, 10 de octubre de 2016

Para quienes siempre quieren tener la última palabra: 21 términos con la Z

La Z es la última letra del alfabeto español y “representa el fonema fricativo interdental sordo en los territorios no seseantes, y en las áreas seseantes el mismo fonema que la letra s”, según recoge el diccionario de la RAE.

Procede de la dseda o dseta griega, que se pronunciaba como /ts/ o /dz/. Y, por cierto, la ce cedilla vendría de la ceda visigótica, variante de la zeta latina, que era una zeta con un copete de adorno. El copete se fue haciendo cada vez más grande y la zeta quedó reducida a un rabito. Se usaba en castellano hasta el siglo XVIII, en palabras como cabeça, mançebo y braço.

La zeta es la vigésima letra que más palabras encabeza, el 0’87% y la vigesimosegunda en frecuencia (0,52%).

Zabarcero, ra. Persona que revende por menudo frutos y otros comestibles.

Zabazala. Encargado de dirigir la oración pública en la mezquita.

Zaborrero, ra. Dicho de un obrero: Que trabaja mal y es chapucero. Peón de la construcción que ayuda al cantero.

Zahorí. Persona a quien se atribuye la facultad de descubrir lo que está oculto, especialmente manantiales subterráneos. Persona perspicaz y escudriñadora, que descubre o adivina fácilmente lo que otras personas piensan o sienten.

Zalagarda. Emboscada dispuesta para coger descuidado al enemigo y dar sobre él sin que recele. Escaramuza (pelea de los soldados a caballo). Lazo que se arma para que caigan en él los animales.

Zaloma. Voz cadenciosa simultánea en el trabajo de los marineros.

Zamborotudo, da. Tosco, grueso y mal formado. Dicho de una persona: Que hace las cosas toscamente. Dicho del vino: Turbio o peleón.

Zangarriana. Enfermedad leve y pasajera, que repite con frecuencia; p. ej., la jaqueca periódica. Tristeza, melancolía, disgusto.

Zangolotino, na. Dicho de una persona joven: Aniñada o infantil en su comportamiento y en su mentalidad.

Zangón. Muchacho que estando ya en edad de trabajar se dedica a holgazanear.

Zarco, ca. Dicho especialmente de los ojos: De color azul oscuro.

Zipizape. Riña ruidosa o con golpes.

Zonzo, za. Soso, insulso, insípido. Tonto, simple, mentecato.

Zurriburri. Barullo, confusión. Sujeto vil, despreciable y de muy baja esfera. Conjunto de personas de la ínfima plebe o de malos procederes.


Zurumbático. Lelo, pasmado, aturdido.

viernes, 7 de octubre de 2016

Antología de castillos sombríos, espectros, diablos y pesadillas

Con el sugestivo subtítulo Antología de castillos sombríos, espectros, diablos y pesadillas aparece en librerías un estupendo «bouquet» de historias góticas escritas por autores españoles a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Son quince relatos en total, todos ellos de carácter gótico-fantástico. Hay escritores consagradísimos (Bécquer, Alarcón, Galdós, Blasco y doña Emilia), consagrados (Estébanez Calderón, Eugenio de Ochoa y Ros de Olano) y raros u olvidados (Urcullu, Pérez Zaragoza, J. A. de Ochoa, Álvaro Gil, Soler de la Fuente, Serrano Alcázar y Jorreto Paniagua).

El hecho de que los raros u olvidados sean mayoría supone una alegría para los lectores aficionados al género, que tendrán la oportunidad de circular por jardines no hollados. Es un buen momento para insistir en la normalización de las letras hispánicas en el terreno de lo maravilloso, lo fantástico, lo terrorífico y lo gótico. Tanto David Roas como Miriam López Santos han publicado últimamente excelentes monografías y han desmontado la vieja teoría según la cual nuestro país desatendió en su literatura la llamada de lo fantástico.

Uno de los mejores relatos fantásticos de la literatura española es «La mujer alta» (1881), de Pedro Antonio de Alarcón, recogido en el libro, que anula en este caso las fronteras entre lo gótico propiamente dicho y lo fantástico «stricto sensu». La diferencia entre el «gothic» inglés de un Walpole o una Radcliffe y el «fantastique» francés de un Potocki, de un Maupassant o de un Villiers estriba en que el «gothic» se sitúa en el límite entre lo posible y lo imposible, y el «fantastique» plantea sucesos aparentemente imposibles que luego tienen una explicación racional.


Los autores de este «Panteón» pasean sus historias por caminos góticos, pero sin renunciar a los senderos fantásticos ni a las rutas de lo maravilloso (este último marbete se emplea para designar aquel tipo de literatura que se sitúa de principio en el territorio de lo imposible y no sale de ahí en ningún momento). Pero lo importante es disfrutar, y uno disfruta mucho con este florilegio de castillos umbríos, de fantasmas y demás horrores, entre otras cosas porque el horror es el «leitmotiv» de la existencia humana y el terror procedente de la literatura es la única vacuna que tenemos para superar ese otro terror de verdad que nos rodea. O, por lo menos, para olvidarlo durante el Tiempo sin tiempo que dedicamos a la lectura de libros como el que ha sido objeto de este comentario.