miércoles, 19 de diciembre de 2018

´La casa de Bernarda Alba´ es la historia de Frasquita Alba


  • La casa de Frasquita Alba en la realidad, la de Bernarda en la literatura, ha sido restaurada y se suma a los lugares lorquianos de Granada



La casa de Bernarda Alba es la historia de Frasquita Alba, sus hijas, sus criadas y José Benavides —Pepe, El Romano, en el drama literario—, casado con una de esas hijas y vuelto a casar con otra años después. Todo ocurrió en el pueblo granadino de Asquerosa, ahora Valderrubio, a principios del siglo XX. Allí se trasladó Lorca siendo un niño de 8 años y allí vivió entre 1906 y 1907. Posteriormente, volvería algunos veranos de su infancia y juventud. Y así, pared con pared a la casa de su tía Matilde, según contó el escritor a un amigo, “vivía doña Bernarda, una viuda de muchos años que ejercía una inexorable y tiránica vigilancia sobre sus hijas solteras. Prisioneras privadas de todo albedrío, jamás hablé con ellas, pera las veía pasar como sombras, siempre silenciosas y siempre vestidas de negro”. Aquella casa, la de Frasquita en la realidad, la de Bernarda en la literatura, ha sido restaurada y desde esta semana se suma a los lugares lorquianos de la provincia de Granada. La historia de Bernarda, de sus ocho años de luto y el recorrido teatral de ese drama quedan ahora a la vista del público que la visite.

La casa de Frasquita Alba ha sido restaurada y forma
parte de los lugares lorquianos de Granada
La historia de Bernarda Alba nace de la necesidad del joven Lorca de fisgonear en las conversaciones de sus vecinos para entender por qué viven en un “infierno mudo y frío en ese sol africano, sepultura de gente viva bajo la férula inflexible de cancerbero oscuro”, contó Lorca a Carlos Morla Lynch. Y elemento fundamental en ese fisgoneo, en esa necesidad de comprender, es el pozo medianero que compartían los Alba y la tía Matilde. Un pozo, entonces sin agua, según el poeta, al que bajaba él de joven porque desde allí oía las conversaciones del otro lado. “Para espiar a esa familia extraña cuyas actitudes enigmáticas me intrigaban”, explicó Lorca. Ese pozo, hoy ya con agua, forma parte del nuevo centro lorquiano de Valderrubio, inaugurado por la presidenta de la Junta de Andalucía y con la sobrina nieta del poeta, presente y “llena de emoción” en un acto que redondea la llegada del legado lorquiano a Granada.

Paco Reina, escritor de Valderrubio y especialista en Lorca, explica por qué el joven dramaturgo era visitante frecuente de la casa de la tía Matilde. Aquel pueblo no era entonces un lugar en el que la oferta cultural saciara las necesidades de Lorca. Pero en casa de su tía Matilde estaba, afortunadamente, su prima Isabel que, en lo que podía, saciaba esos deseos de Federico enseñándole música y a tocar la guitarra. Y, probablemente en esas sesiones, Federico se asomaba a ese pozo compartido a escuchar las conversaciones de los Alba. Y a buen seguro que lo que escuchaba era impresionante, porque lo recordó hasta dos décadas después cuando escribió la obra, en 1935. Hacía ya, además, más de una década de la muerte de Frasquita Bernarda Alba. Recuerdos impresionantes y vividos, porque la obra fue escrita en pocos meses. El poeta fue asesinado en agosto de 1936. Nunca llegó a ver representada la obra.

Se estrenó en 1945 en Buenos Aires con gran éxito. La buena relación entre las familias se cortó tan pronto como tuvieron conocimiento del estreno y del contenido de la obra. La nieta de Frasquita e hija de José Benavides demandó sin éxito a los herederos del poeta y pidió su retirada de librerías y teatros. La obra tardó años en estrenarse en España. Más en El País

lunes, 17 de diciembre de 2018

La palabra "puta" fue un eufemismo


Álex Grijelmo
La palabra “puta” (en latín, putta) se convirtió hace siglos en sustituto biensonante de “mujer pública” […]. De tal forma, su significado original de “niña” o “muchacha” desapareció para contaminarse con el que pretendía reemplazar.

Fragmento de la Madonna Sistina, de Rafael Sanzio,
conocido como I putti de Raffaelo
¿Así que “puta” fue un eufemismo?

Pues sí. Esto suena sorprendente hoy en día, salvo que se conozca, o se intuya, la teoría del dominó que formuló el lingüista norteamericano Dwight Bolinger […].

Según esa formulación, las palabras que sustituyen a otras que nos suenan mal (aunque se refieran a lo mismo) tienen una vida limitada porque son sustituidas a su vez tras absorber la fuerza peyorativa de la anterior.

Hemos presenciado muchos casos así en los últimos decenios, al nombrar realidades que preferiríamos que no existiesen. Por ejemplo:

• La palabra “viejos” quedó sustituida en el lenguaje políticamente correcto por “ancianos”, que a su vez se volvió negativa. Llegó entonces “personas de la tercera edad”, que reemplazamos ahora por “personas mayores”.

• Los “países subdesarrollados” se convirtieron en “países del Tercer Mundo” o “tercermundistas”, hasta que eso se consideró un insulto. Así que decidimos denominarlos “países en vías de desarrollo”, locución que empieza a sustituirse por “países emergentes”.

[…]

• Los “mongólicos” recibieron con esa palabra una designación descriptiva, que se tornó perversa. Surgió entonces “subnormales”, impulsada por las propias asociaciones de familiares: “Asociación de Familiares de Niños y Adultos Subnormales” (Afanias). Años más tarde se debió sustituir en el lenguaje correcto por “retrasados” o por “deficientes”, más tarde por “insuficientes mentales” o “discapacitados psíquicos”, y finalmente por “niño con síndrome de Down” o, ahora, “un Down”.

• El juego de los eufemismos desechó en su día los términos “tullidos” y “lisiados” para elegir “inválidos”, pero el efecto dominó aportó “minusválidos”, y luego “disminuidos” y más tarde “discapacitados”. [...] El texto íntegro en El País