viernes, 26 de agosto de 2016

El ferretero que era agente de la Interpol


Juan José Millás
[...] Recordé entonces que el hijo del ferretero nos había dicho en cierta ocasión a los amigos más íntimos que la ferretería era una tapadera bajo la que su padre ocultaba su verdadera actividad profesional, pues por lo visto era agente de la INTERPOL.

Imagínense cómo cambió la percepción que teníamos de aquel hombre, al que empezamos a mirar desde entonces con un respeto casi religioso. Yo pasaba por delante de la ferretería cuando iba o venía del colegio y siempre me asomaba para verle enfundado en su guardapolvo gris, despachando clavos o tornillos con una naturalidad tal que parecía que no había hecho otra cosa en la vida. Y sin embargo, detrás de aquella apariencia se ocultaba todo un agente de la INTERPOL. Quizá en alguna ocasión me pregunté de dónde sacaría el tiempo para interpolar, teniendo en cuenta que no abandonaba nunca el mostrador, pero eran dudas pasajeras. Crecí con el convencimiento de que aquel hombre era lo que nos había dicho su hijo y cuando tuve edad de descubrir el engaño, jamás se lo eché en cara.

Pues bien, me acordé de mi amigo, decíamos, y conseguí localizarle e invitarle a comer. Le expliqué que me disponía a escribir un libro dedicado al peso que tiene en nuestras vidas lo irreal, lo que se nos ocurre, y que me ayudaría mucho que me hablara de su padre, el agente de la INTERPOL. Mi amigo dio un sorbo a su vaso de vino y compuso un gesto nostálgico antes de comenzar a hablar.
–Yo —dijo finalmente— he tenido dos padres, en efecto: uno real, el ferretero, y otro irreal, el agente de la INTERPOL. Lo curioso, Juanjo, es que el más importante para mí ha sido el irreal. De él he recibido los mejores consejos, así como las lecciones verdaderamente importantes para enfrentarme a la existencia. Mi padre real, como tú sabes, se pasaba la vida en la ferretería y jamás prestó mucha atención a su familia, en parte porque era un hombre muy limitado también. El padre irreal, en cambio, no solo llevaba una vida apasionante, sino que le gustaba pasarme la mano por encima del hombro, o eso imaginaba yo, y contarme experiencias inventadas por mí que constituyeron el espejo gracias al cual crecí y me hice un hombre.

Hasta qué punto lo que imaginamos acerca de nosotros nos constituye más que lo que nos sucede en la realidad.

A medida que mi amigo hablaba de su padre irreal, que paradójicamente era el verdadero, él mismo se quedaba asombrado del peso que tienen en la existencia las cosas que no existen. Ya en los postres me dijo que su padre real había fallecido el año anterior y que un día, cuando se encontraba muy enfermo, pensó que el ferretero no podía morir sin saber que había sido también un agente de la INTERPOL, de modo que se lo dijo. Le dijo: Papá, tú no has sido para mí un ferretero, sino un agente de la INTERPOL. Por lo visto, su padre se quedó mirándole con extrañeza durante unos segundos y al final dijo:

–¿Pues sabes que algo había notado yo?

O sea, que nunca sabemos dónde está realmente la frontera entre lo que nos ocurre y lo que se nos ocurre. [...]



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