Juan José Millás
Ilustración de Nicolás Aznárez |
[…] Si os preguntara dónde está o en qué consiste la
capacidad de fantasear, de imaginar, os quedaríais mudos porque no hay una sola
asignatura, ni siquiera una lección de una asignatura, en la que se estudie que
además de todos los aparatos mencionados [locomotor, respiratorio,
circulatorio, digestivo, etcétera], tenemos otro, al que vamos a llamar por
entendernos el Aparato Imaginario, que sirve precisamente para levantar
fantasías sobre nosotros mismos y sobre los demás, fantasías que por suerte o
por desgracia tarde o temprano se realizan. Todo lo que pasa por la cabeza,
pasa tarde o temprano por la calle. Ahí tienen el submarino, el autogiro, el
viaje a la Luna o la caída de las Torres Gemelas. Lleva cuidado con lo que
deseas en la juventud, decía Henry James, me parece, porque lo tendrás en la
edad madura.
Y bien, pregunto a los alumnos y alumnas, ¿no os parece
escandalosa la ausencia, en los planes de estudio, de este Aparato, el
Imaginario, cuando se usa mucho más que el digestivo y que el locomotor, mucho
más incluso que el aparato sexual, cuyo funcionamiento depende en gran medida
de la imaginación? ¿Qué hacemos desde que nos levantamos hasta que nos
acostamos?: fantasear. No hay más que mirar, digo, la cara que lleva la gente
por la mañana en el interior de los coches o en el metro para darse cuenta de
que van imaginando que les toca la lotería, que se muere su jefe, que la vida,
en fin, va a empezar a tratarles como se merecen. Y si entramos en un aula y
contemplamos las caras de los alumnos mientras el profesor hace ecuaciones en
la pizarra, en seguida advertiremos que muchos de esos alumnos están en otra
parte. […]
Pues bien, ¿por qué ese interés desmesurado en que nos
aprendamos el aparato digestivo con todos sus píloros y todas sus vesículas y
todas sus glándulas y todos sus jugos, y esa falta de interés en que
averigüemos algo, aunque sea poco, acerca de nosotros mismos? He conocido a
mucha gente que se sabía los nombres de todos los huesos de los que estamos
compuestos, pero que vivía en una oscuridad terrible respecto de sí misma. ¿No
resulta sospechoso ese acuerdo universal en que no se estudie el Aparato
Imaginario? Quizá sí, porque quien descubre dentro de sí la existencia de ese
Aparato y llega a conocer cómo funciona se convierte en un individuo difícil de
manipular, en un individuo libre. Quien lo ignora, por el contrario, vivirá
alienado, generando deseos y fantasías de otro. Será un esclavo. No verá más,
cuando abra los ojos, que lo que espera ver y contribuirá al fortalecimiento de
un sistema con el que seguramente no está de acuerdo.
Ignorar la existencia del aparato imaginario, en fin, como
si no perteneciera a la realidad tiene consecuencias catastróficas tanto
individuales como sociales. Si la vida entera es un malentendido, se debe a
esta omisión, pues lo que llamamos realidad […] es el producto de lo que
venimos denominando con poca fortuna el Aparato Imaginario. En efecto, digo a
los chicos y chicas, observad este vaso de agua, esta botella, este micrófono,
esta mesa... Todo, en fin, cuando hay a vuestro alrededor ha sido un fantasma
en la cabeza de alguien antes de convertirse en un objeto real. De manera que
no es que el Aparato Imaginario, del que lo ignoramos todo, exista, sino que de
él depende la existencia de la realidad extramental, de la realidad que hay al
otro lado de la cabeza. Cualquier cosa que seamos capaces de nombrar, desde las
leyes a los sacapuntas, pasando por las bañeras, las lavativas, el reloj de
arena, el Ajax Vim Cloro o las compresas extraplanas con alas, es el resultado
de la actividad de ese Aparato.
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