Juan José Millás
Ilustración de Nicolás Aznárez |
[…] Si fuéramos capaces de amueblar bien nuestra cabeza, la
realidad extramental mejoraría en seguida como efecto secundario. Hay que
actuar, pues, sobre el Aparato Imaginario, pero cómo actuar sobre algo cuya
existencia no está reconocida. Tendríamos que aceptar que existe para, en un
paso posterior, mejorar su funcionamiento.
Como no hay ninguna esperanza de que eso vaya a suceder (al
contrario, la enseñanza está cada vez más dirigida al conocimiento de lo
meramente cuantificable), termino recomendando a los alumnos que lean novelas,
pues ése es el modo más eficaz de fortalecer tal aparato. Cuando uno lee una buena
novela, les aseguro, es más sabio que antes de haberla leído, aunque no sea
capaz de explicar por qué. El problema es que vivimos en un mundo donde aquello
que no se puede cuantificar no existe. Todas las campañas de promoción de la
lectura caen sin excepción en la trampa de asociar la lectura a la adquisición
de conocimientos prácticos. Si lees, te dicen, sabrás dónde se encuentra el
Polo Norte. Y no es eso, no es eso. Si yo aprendiera hoy a dividir, podría irme
a la cama asegurando que sé una cosa más. Pero si leo Madame Bovary habré aprendido también infinidad de cosas que no
sabía antes, aunque desgraciadamente no se puedan enumerar ni cuantificar. Es
más, hay un tipo de conocimiento sobre la realidad que solo se puede adquirir a
través de la literatura.
[…] Hubo, desde mi punto de vista, en algún momento de la
historia de la enseñanza, un suceso catastrófico a partir del cual se jodió
todo. Me refiero a ese instante en el que se comenzó a pensar que bastaba, para
conocer el mundo, con los contenidos de la ciencia y del pensamiento racional.
A partir de ese instante se nos empezó a hurtar toda aquella información sobre
la realidad de la que había sido proveedora el mito, la literatura de viajes,
los libros de aventuras. El mito se dirige a una parte de nuestro ser a la que
no se puede acceder de otro modo. Sin el cultivo de esa parte estamos
incompletos. Peor aún, estamos inválidos y a merced de quien nos quiera
manipular.
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