Al menos tres comentaristas políticos han escrito
recientemente el diminutivo “Riverita” para referirse al máximo dirigente de
Ciudadanos, Albert Rivera. ¿Por qué?
Los diminutivos sirven para representar la idea de un tamaño
reducido en lo que mencionamos: librito, arbolito, perrita. Pero otras veces
muestran la afectividad del hablante: “jugaremos un partidito”, “vamos a
hacernos una cenita”…, ocasiones en que no pensamos que el partido vaya a durar
poco ni que la cena conste sólo del primer plato.
Ahora bien, esa expresión de los afectos puede mostrarse en
sentido opuesto. Si alguien dice “niño, deja de dar patadas a la pelotita”,
notaremos una cierta molestia por su parte y poca confianza en esa futura
estrella del balón.
El sufijo -ito (o –ita) se ha venido llamando
tradicionalmente “diminutivo”, pero algunos lingüistas creen que su uso (tanto
el histórico como el de hoy) expresa más un componente emocional que
volumétrico.
He anotado en las últimas semanas las siguientes oraciones
de tres distintos columnistas: “Pero Riverita y su equipo necesitan marear la
perdiz”. “Lo de Riverita está resultando espectacular”. “Ahí es donde pesca
este Riverita telegénico”.
La presentación de los apellidos con diminutivos se usa
desde hace decenios en el mundo de la lidia (aunque con muy pocos casos) para
distinguir, entre toreros, a hijos y padres; o a los hermanos entre sí; y
siempre por su propia voluntad. Pero otra de las funciones de esta sufijación
viene todavía de más antiguo y consiste en mostrar desconsideración y
enemistad: Góngora llamó ya a Lope de Vega “Lopillo”; y Quevedo se refirió a
Góngora como “Gongorilla”.
Quienes desarrollan una actividad pública están expuestos a
la crítica de sus actos, pero el uso de formas despreciativas para nombrar a
esas personas emborrona tal vez la ecuanimidad del juicio, porque invita a
deducir que se ha construido a partir de la animadversión personal.
Extracto del artículo de Álex Grijelmo. El texto completo en El País
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