Eduardo Arroyo |
Eusebio Lázaro
[...] Cervantes fue y es un raro en España. Hace poco, y ya
adentrados en esta mortecina conmemoración de su muerte, he oído, en boca de
diversas personas (algunas, escritores de mérito), el dictum de que Cervantes fue un perdedor, un fracasado. Ignoro el
modo, la medida, en que se pueda basar tan contundente sentencia sobre una de
las vidas más misteriosas y, ciertamente apasionantes, de esa época difícil.
Tal vez, sea un reflejo del concepto de éxito o fracaso que se ha impuesto en
nuestra economía liberal, tal vez un nuevo ejemplo de la incomprensión que la
figura de Cervantes despertó siempre entre algunos críticos de su obra (aunque,
por fortuna, han surgido en los últimos tiempos nuevos análisis y estudios con
mayores alcances). Cervantes vivió para acumular la vida que precisaban sus
obras y obtuvo mayor fama en vida que cualquiera de sus contemporáneos. Conoció
de primera mano los ambientes de todas las clases sociales y de todas las
categorías morales. De ahí que pudiera después, en sus obras, mostrarnos el
espejo, realista, sí, pero envuelto en el vaho ambiguo y en la multitud de
capas que la realidad puede ocultar.
Naturalmente aquí, en la España que defendió y sufrió, fue
ninguneado y, hasta hace relativamente poco, al lego Cervantes (lego: falto de
formación o ciencia), se le reconocía el talento casi como un azaroso
precipitado que cuajó en el Quijote;
al resto de su obra, magnífica y adelantada, se la clasificaba de menor
(Menéndez Pelayo y otros), cuando no se calificaba al autor mismo de persona
vulgar y sin interés. Unamuno expresa bien ese sentir tan incongruente y tan
español: “¿No hemos de tener por el milagro mayor de Don Quijote el que hubiese
hecho escribir la historia de su vida a un hombre que, como Cervantes, mostró
en sus demás trabajos la endeblez de su ingenio?”. Algo más entendió Ortega de
lo que no se entendía de Cervantes al decir en sus Meditaciones al Quijote: “¡Cervantes (…) se halla sentado en los
elíseos prados hace tres siglos y aguarda, repartiendo en derredor melancólicas
miradas, a que le nazca un nieto capaz de entenderle!”.
No, no creo que Cervantes fuera un perdedor (tal vez en el
juego) ni un fracasado; no al menos en su inmenso propósito literario, que
logró ver plasmado en otras lenguas y geografías; pienso más bien, a la luz de
la respuesta de muchos de sus ilustres colegas, que fue claramente un
maltratado, un raro en España, un hombre capaz de guiar su mirada y su pensamiento
de la manera más libre posible, a contrapelo de su época, y, en cierta manera,
de las que han ido sucediéndose. Pruébalo la disposición general de su país
ante el IV Centenario de su muerte.
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