Sergio Ramírez, escritor nicaragüense |
Soy un escritor de una lengua vasta, cambiante y múltiple,
sin fronteras ni compartimientos, que en lugar de recogerse sobre sí misma se
expande cada día, haciéndose más rica en la medida en que camina territorios,
emigra, muta, se viste y de desviste, se mezcla, gana lo que puede otros
idiomas, se aposenta, se queda, reemprende viaje y sigue andando, lengua
caminante, revoltosa y entrometida, sorpresiva, maleable. Puedo volar toda una
noche, de Managua a Buenos Aires, o de la ciudad de México a Los Ángeles, y
siempre me estarán oyendo en mi español centroamericano.
Español de islas y tierra firme, deltas, pampas,
cordilleras, selvas, costas ardientes, páramos desolados, subiendo hacia los
volcanes y bajando hacia la mar salada, ningún otro idioma es dueño de un
territorio tan vasto. Me oirán en la Patagonia, y en Ciudad Juárez, un
continente de por medio, y en el Caribe de las Antillas Mayores, y en el arco
del Golfo de México, y del otro lado del dilatado Atlántico también me oirán, y
oiré, en tierras de Castilla, y en las de Extremadura, y en las de León, en las
de Aragón. Y en Guinea Ecuatorial, y en el desierto saharaui. Nos oiremos,
hablaremos. Sabremos de qué estamos hablando, porque en la lengua, somos
idénticos, estamos ungidos por la misma gracia.
Augusto Roa Bastos es un híbrido del español y el guaraní,
de otra manera no existiría Hijo de Hombre. La sintaxis
quechua entra en la escritura de José María Arguedas, de otra manera no
existiría Los ríos profundos. Sin la lengua yoruba, congo o
mandinga y su profundo palpitar de tambores, no existiría Songoro
Cosongo de Nicolás Guillén, ni Tuntún de pasa y grifería de
Luis Palés Matos, y sin el quiché tampoco Hombres de Maíz de
Miguel Ángel Asturias.
Aguas revueltas de ríos distintos, una sola en su vasta y
caótica diversidad que ya del lado de los emigrantes hispanos a Estados Unidos,
se vuelve más vasta y sigue nutriéndose y transformándose. Porque una lengua
viva, que emigra, y no se queda enclaustrada en su propia casa, siempre lleva
las de ganar.
Cuando en América hablamos acerca de
la identidad compartida, nuestro punto de partida, y de referencia común, es la
lengua. No somos una identidad étnica, no somos una multitud homogénea, no
somos una raza, somos muchas razas. La diversidad es lo que hace la identidad.
Tendremos identidad mientras la busquemos y queramos encontrarnos en el otro.
Pero somos una lengua, que tampoco es homogénea. La lengua desde la que vengo,
y hacia la que voy, y que mientras se halla en movimiento, me lleva consigo de
uno a otro territorio, territorios reales o territorios verbales.
Estratos geológicos superpuestos, palabras escondidas abajo,
y encima la agobiante modernidad que trastoca los vocablos que buscan el cauce
de las necesidades tecnológicas, porque quien no inventa tecnología tampoco
inventa los términos de la tecnología, y entonces la lengua abre sus valvas
para recibir esas palabras ajenas, y volverlas propias, el inglés como antes el
árabe. Leer más
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