El Nuevo Diccionario Histórico del Español —cuyo
avance se ha hecho coincidir en estos días con la celebración del tercer
centenario de la Academia—- se define como una obra “relacional”, que descubre
los vínculos entre las distintas formas y los diferentes significados. La
novedad reside en el cambio de los medios, pero también en el método. Ya no se
trata de avanzar con papel y bolígrafo, sino con potentes ordenadores; y no por
orden alfabético, sino por familias léxicas; no se busca tanto la extensión
como la profundidad. El resultado sólo estará disponible en la Red (www.rae.es,
a partir del enlace “Fundación Rafael Lapesa”).
Construir un diccionario histórico requiere —también hoy— de
una paciencia infinita, porque las palabras se anudan unas a otras y a veces la
cuerda que las enlaza no se termina nunca. El cañón denominado “lombarda”
(seguramente porque procedía de Italia) se transformará a partir del
siglo<TH>XV en “bombarda”, y de ahí saldrán luego “bombardear”,
“bombardero” o “bombardeo”, y hasta se llegará regresivamente a dotar a “bomba”
de la acepción de “proyectil”, distinta de aquella que servía para garantizar
el riego. De modo que un fino cordel anuda a la lombarda, al avión que
bombardea, al que lanza las bombas y al que se apunta a un bombardeo; mientras
que por otro lado se enlazan la bomba hidráulica y quien la maneja, que ya no
es un bombardero sino un bombero. El fuego y el agua se intercalan en la
historia de la palabra.
“Ahora”, explica José Antonio Pascual, “estamos metidos de
lleno en el campo de los instrumentos musicales y en el de los instrumentos de
guerra. También llevamos ya estudiado un grupo importante de palabras referidas
a las enfermedades; y estamos empezando con lo que podríamos llamar conceptos
intelectuales, que suponen un verdadero reto. Y tenemos hechas en borrador una
serie de voces de recipientes".
Para ello, Pascual y Mar Campos Souto —su mano derecha,
profesora de la Universidad de Santiago— trabajan codo con codo con tres
lexicógrafos, dos en la Academia y otro en en el Instituto de Investigación de
San Millán de la Cogolla (Cilengua). Eso sí, muy apoyados por un pequeño grupo
de informáticos de la Academia. Nada que ver con los 140 filólogos que dedicó
Francia durante 50 años a elaborar su diccionario histórico. El presupuesto del
proyecto español ha sufrido además un notable recorte, al pasar en 2011 de
800.000 euros a unos 200.000, dinero con el que se pagan las licencias
informáticas, el equipo investigador (ahora más reducido) y el personal de
apoyo.
Con todo, este pequeño grupo aspira a estudiar a medio plazo
unos 50.000 lemas; y sus integrantes sueñan con que algún día verán definidos
unos 100.000 (el Diccionario contiene cerca de 90.000 vocablos
del uso actual). En el corto plazo se han propuesto dejar listos 25.000 lemas,
que formarían un tejido ya bien trabado para describir una parte importante de
la historia del léxico del español. Leer más
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