Ciertas palabras entran en desuso porque aquello que nombran
desaparece de nuestras vidas. En muchos casos, se agradece. Por ejemplo, ya no
solemos preocuparnos de sabañones, bubas, landres o tabardillos, ante los
cuales nuestros bisabuelos debían andarse con mucho tiento.
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Messi en el banquillo |
Y mientras algunas palabras se iban, otras consiguieron
adaptarse a los cambios. Hemos usado una de ellas estos días, gracias a que un
juez decidió lo que cualquier entrenador evitaría: sentar a Messi en el banquillo.
Este diminutivo andaba ya por los diccionarios del siglo
XVII con la lógica definición de “banco pequeño”. La Academia le incorporó en
1869 una nueva acepción: “Asiento donde se coloca el acusado ante el tribunal”.
Hasta 1989 no añadirá que también se designa con esa palabra el “lugar donde
esperan los jugadores suplentes y entrenadores, fuera del juego”.
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Messi en el banquillo |
Los banquillos de hoy en día nos traen a la memoria ese
fenómeno curioso que se da con algunas palabras: sus significantes permanecen,
los significados cambian. Porque estos banquillos de ahora no son bancos
pequeños. Messi declaró desde una silla; y los suplentes de un equipo se
acomodan en confortables asientos individuales con respaldo y reposacabezas.
Sin embargo, el significante “banquillo” no se ha alterado.
Ese empeño de algunas palabras por mantenerse incólumes
mientras cambia la realidad que nombran alcanza a muchos términos. Las plumas
con las que se firman los grandes acuerdos ya no son de ave (y por tanto no son
plumas). Los caballos del coche no son caballos, ni el coche es ya aquel
carruaje. La azafata que asistía a la reina con su azafate (o bandeja) viaja
ahora en un avión. Aún decimos que hay que tirar de la cadena (incluso en
sentido metafórico) cuando ya sólo accionamos una palanca; y que colgamos el
teléfono cuando pulsamos una tecla virtual en la pantalla del móvil. (Una tecla
que ya no es una tecla, por otro lado). Llamamos “correspondencia” a las cartas
a las que no correspondemos; y “manuscrito” al original que un novelista
elaboró en su computadora; la “pizarra” del aula ya no es de pizarra, y
apagamos la luz sin echarle agua.
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