lunes, 21 de noviembre de 2016

Literatura y trabajo


Juan Jorganes Díez


 Cuando Isaac Rosa publicó La mano invisible (2011), llamó la atención que el trabajo estuviera presente no sólo como tema de la novela sino en cada una de las páginas y se destacó su ausencia en la narrativa española más reciente. Si ocupa una parte fundamental de las vidas reales, ¿cómo es posible que desaparezca de las vidas de ficción? El trabajo solo forma parte del atrezo, como el mobiliario, el vestuario o la escenografía, en unas ocasiones, y en otras muchas, ni siquiera sabremos cómo se ganan la vida los personajes.

La mano que trabaja es invisible y los conflictos relacionados con el trabajo también no sólo en la narrativa española sino en los medios de comunicación. Su narración de la realidad social se estanca mes tras mes en las cifras oficiales del aumento o disminución de las listas del paro. Esa información, como toda la relacionada con la economía, sigue el mismo patrón que la meteorológica, en la que los frentes fríos, las borrascas o lo anticiclones se suceden por causas naturales.


Capital

Desde los años ochenta la ideología neoliberal, triunfante entonces y hoy dominante, consideró los conflictos laborales inoportunos, en el mejor de los casos, y trasnochadas las organizaciones de los trabajadores, es decir, los sindicatos. El trabajador, individual y colectivamente, dejó de ser imprescindible porque el beneficio del capital y de quien lo poseía, el capitalista, se convirtió en lo único importante. El beneficio justificaba los medios. Así, el cierre de una fábrica aquí se puede justificar porque allí gana más. Trabajadores prescindibles, responsabilidad social nula.

Belén Gopegui publicó La conquista del aire (1998) reclamando que había que hablar de dinero en la narrativa porque no se hacía a pesar de su importancia en nuestra sociedad. Entre un grupo de amigos, el préstamo que les pide uno de ellos a los demás provocará inquietudes, contradicciones, traiciones de ideales.

Se podría argumentar que el dinero se presenta como causa de la perversión individual o colectiva porque se mira con el cristal de la moral cristiana, que incluyó la avaricia entre los pecados capitales (aquellos que originaban otros). La consideración calvinista del trabajo personal y del beneficio material que produce como valores morales cambió la perspectiva de las sociedades europeas influidas bien por el cristianismo católico bien por el protestante. Simplificando, las sociedades católicas mantienen sus reticencias ante el dinero y las protestantes lo bendicen. Y, simplificando también, unas y otras esconderán sus contradicciones en el equilibrio nunca logrado del contrapeso de la virtud cristiana de la generosidad al pecado capital de la avaricia, es decir, de la acumulación excesiva de bienes.

El neoliberalismo eliminó los controles en la economía y el comercio. El Estado no ha de intervenir, todo quedará regulado por la mano invisible del mercado: desde las finanzas especulativas a la sanidad, la educación, los ferrocarriles o las materias primas.  Se desataron las ataduras de una fiera, el capitalismo, cuya historia había demostrado que provocaba sucesivas crisis de consecuencias sociales terribles, desde la burbuja de los tulipanes (s. XVII) hasta el crack del 29. Es imposible entender el éxito de las propuestas económicas y políticas que encabezaron Reagan en EE UU y Thatcher en Reino Unido sin vincularlas a un cambio de valores éticos y morales en las sociedades occidentales.

La generosidad dejó de ser una virtud contra el pecado capital de la avaricia y el pecado capital se convirtió en virtud. El gran éxito de las teorías económicas neoliberales es que se convirtieron en teorías sociales que fueron aceptadas sorprendentemente por la mayoría contra la que iban destinadas. La sociedad aceptó la avaricia y la codicia como ejes éticos indiscutibles. El cambio de valores éticos (la degradación ética) de la sociedad española tiene su cronista en Rafael Chirbes y sus novelas Crematorio (2007) y En la orilla (2013).

En la primera, la muerte de uno de los personajes provoca un repaso de lo que fueron los ideales juveniles de todos ellos y de todas las trampas que se tendieron a sí mismos para convertirlos en ceniza. Van a quemar el cadáver de quien recuperó sus orígenes y sus valores en la tierra, en la agricultura, quienes ya quemaron los suyos arrasando con la tierra y la agricultura, y con cuanto se les interpusiera. En la segunda novela, un pantano de aguas estancadas, a cuya orilla han llegado los pecios del naufragio social (escombros y un cadáver), sustituye al crematorio como símbolo.

En algunas novelas encontramos, pues, la repuesta a la pregunta de cómo hemos podido llegar a esto.


Trabajo

La mayor parte de la riqueza mundial procede de productos financieros, es decir, de la pura especulación. La riqueza no está vinculada a la producción sino a la especulación con “activos financieros”. Las materias primas imprescindibles para mantener el tinglado también entran en ese planeta, compuesto de un 90% de aire y un 10% de tierra, llamado Wall Street, bolsa de Fráncfurt o city de Londres. Si a los Gobiernos franceses se les acusó siempre de proteccionismo (herejía en tiempos neoliberales) por defender los productos agrícolas nacionales, los Gobiernos británicos defienden la city, su producto nacional más preciado, sin miedo a contravenir los principios fundamentales neoliberales porque tales fundamentos residen en la city.

El trabajo ya no es imprescindible para la producción de riqueza. La economía financiera, apodada economía de casino, no necesita mano de obra, ni barata ni cara. Solo necesita a unos miles de brokers y analistas que mantengan el casino en funcionamiento. También precisa de publicistas, con fines obvios, aunque en este departamento van sobrados de espontáneos.

Este nuevo orden mundial alimenta La mano invisible, la novela de Isaac Rosa citada al principio.  Muestra el trabajo como una actividad nada dignificante para el ser humano que lo ejecuta, en un tiempo sin determinar, cuando ya constituye un hecho adecuado para la exhibición, sin fin productivo, inútil, como esos desfiles de carrozas o esas casetas que una vez al año, en algunas fiestas patronales, exhiben viejas labores vinculadas a un mundo rural muerto e idealizado. Tradiciones las llaman y esa palabra justifica cuanto tienen de falsario. La mano invisible no llega a este punto, el trabajo no ha traspaso aún la frontera del folklore hueco, aunque, tras el punto final, podemos temer lo peor.

El tiempo presente de la novela no añora un pasado feliz, una Edad de Oro del trabajo. Sin embargo, el pasado que se deja fuera del foco narrativo vivirá en la memoria del lector o este tendrá que aprender que el saber acumulado en el oficio (la experiencia) traía consigo un estatus reconocido entre los suyos y ante el patrón.  Se establecían unos vínculos internos que comprometían en vertical a todas las partes: al obrero y a la obrera con su trabajo, pues se reconocían en él, y al patrón con sus trabajadores, pues eran la garantía de un buen producto y, por tanto, de la propia empresa. Trabajo cualificado, trabajador y trabajadora imprescindibles (o casi).

La desaparición de ciertos oficios es inevitable, pero otros cayeron porque el modelo empresarial se transformó y troceó hasta el infinito cada uno de los puestos. Los trocitos resultantes apenas requieren formación para su desempeño y, evidentemente, ninguna experiencia. Trabajo sin cualificación, trabajador y, sobre todo, trabajadora prescindibles. Por otro lado, la tecnificación sin límites de los puestos de trabajo ha supuesto que solo se necesiten unos pocos especialistas y una mayoría –casi siempre sobrecualificada- para tareas simples y repetitivas. Una mayoría, pues, de la que es fácil desprenderse, a la que se puede despedir sin problemas porque es fácilmente reemplazable.  

Se rompe, así, el compromiso del trabajador y de la trabajadora con su empresa y del empresario con sus trabajadores. También se dificultan o impiden las conexiones de base, la organización horizontal, y se buscan las relaciones laborales individuales.

La asumida desvalorización del trabajo explica que en la novela de Rosa ninguna de las personas contratadas (mal se les puede llamar trabajadores o trabajadoras) se planteé por qué hace lo que hace, aunque se den cuenta de que no sirve para nada y no entiendan para qué realizan esas tareas en ese lugar, ni siquiera por qué han sido contratados.
El troceo de los puestos de trabajo también dividió las relaciones colectivas, con lo cual deterioró la cooperación horizontal, las relaciones entre los trabajadores, la fuerza de la unión, su organización. El conflicto en la novela surge, así, cuando alguien intenta resolver dudas, establece relaciones con otros y rompe el individualismo.

El Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) data la primera cita por escrito de la locución “mercado laboral” en 1980. El lenguaje señala, acota, nombra la realidad. Quedó asumido que el trabajo formaba parte de un mercado como una mercancía más. Antes de que se impusiera el nuevo lenguaje que designaba la nueva realidad, se hablaba de trabajo: buscar trabajo, hay o no trabajo, un trabajo sacrificado, prepararse para un buen trabajo, etc. Al relacionarse con una mercancía, se degrada la persona a ser inanimado y se despersonalizan sus cualidades o habilidades laborales.  Se reavivan las escenas más oscuras del mundo laboral: por ejemplo, las furgonetas que ahora llegan a algunas plazas a seleccionar caprichosamente mano de obra entre quienes se ofrecen desde las primeras horas del día como en otros tiempos aparecían a caballo los capataces en otras plazas de otros tantos pueblos del sur de España.

Uno de los grandes errores de la socialdemocracia se basó en la creencia de que tras la Segunda Guerra Mundial no había vuelta atrás en la domesticación del capitalismo, que en las décadas posteriores se había logrado su civilización definitiva. Pero la llamada crisis o Gran Recesión de 2008, bajo cuyo régimen aún vivimos, ha demostrado que el capitalismo, animal salvaje, devora a sus entusiastas, bienintencionados e ilusos domadores.

Publicado en el núm. 78 de la Revista de Estudios y Cultura de la Fundación 1º de Mayo


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