viernes, 22 de julio de 2016

Literatura ‘queer’

  • La literatura gay existe como etiqueta de producción, y también como canal de expresión de un universo fantasmático que representa una experiencia de disidencia
  • Utilizar esta categoría es una manera de dar carta de naturaleza a las posibles (plausibles) relaciones entre escritores homosexuales en términos de creatividad


Alberto Mira
Alberto Mira
El escritor Gore Vidal siempre cuestionó que el deseo homosexual fuera una posición que marcase la creatividad y por lo tanto rechazó con sarcasmo la etiqueta “literatura gay”. […] Vidal no está solo en su rechazo hacia la idea de que exista una literatura gay (y “existir” es un término más problemático que “literatura” o “gay”): en nuestro país escritores que no tienen problemas de armario como Luisgé Martín, Álvaro Pombo o José Luis Collado han justificado una distancia similar frente al término. A menudo esta corriente justifica su posición mediante dos lemas: “no me gustan las etiquetas” (preferido por escritores homosexuales) o el legendario “la literatura no es gay ni heterosexual, es sólo buena o mala” (favorecido por críticos heterosexuales).

Pero también existe gente como Edmund White, Tom Spanbauer, Luis Antonio de Villena o Eduardo Mendicutti, que no ven problema alguno en etiquetar y, aunque sus propuestas sean distintas, explicar los términos en que se propone la etiqueta: escritores gais, sugieren, perciben el mundo de una manera que no puede sino colorear la literatura que producen. Etiquetar no es proponer esencias, es llamar a las cosas del mundo; hay que perder el miedo a las etiquetas, devolverles un carácter precario y abierto; las cosas pueden tener más de un nombre y ningún nombre agota lo que la cosa es. Aunque sus libros no sean solo gais (ningún libro es “solo” nada), son, inevitablemente, literatura gay. Algún otro caso como Jeanette Winterson se inició promocionando su lado “gay” para, cuando obtuvo éxito comercial, intentar una calculada distancia. Y es cierto que las grandes editoriales prefieren esquivar la etiqueta porque está en su lógica llegar “a todos” y saben que lo gay puede alienar a parte del público, mientras que las editoriales especializadas la abrazan. Al final parece ser que de lo único que hablamos aquí es de posicionamiento en el mercado y de estrategias de venta. No es el único modo en que se puede hablar de literatura.

[…] La literatura gay existe sin duda como etiqueta de producción y de consumo, y también existe como canal de expresión de un universo fantasmático que no es heterosexual, que representa una experiencia de disidencia y que, además, mira la heterosexualidad desde fuera. […]

El binarismo homo/hetero es central en el imaginario cultural. Dada la importancia de los modelos heterosexuales en la construcción de nuestros fantasmas, apostar por fantasías o modos de desear alternativos no es cosa baladí. No hablamos simplemente de temática, es también cuestión de mirada, del lugar desde el que se escribe, de la comunicación con un lector que, idealmente, no tiene por qué ser homosexual. Esto no implica que la literatura homosexual sea necesariamente una etiqueta rígida. En El público, de Federico García Lorca, hay una obra homosexual dentro de una obra de vanguardia que asimila la óptica surrealista (o viceversa: a veces las prioridades del crítico no son las del autor). Que se acepte que “vanguardia” o “surrealismo” son etiquetas útiles para el estudio de la obra pero que se evite situarla en estructuras emocionales homosexuales de los años treinta sólo puede ser resultado de prejuicios. 

www.trentqueercollective.com
Por otra parte, un significante en una novela puede tener más de un sentido. Las protagonistas femeninas de ciertas obras de Álvaro Pombo no están ahí necesariamente porque Pombo sea homosexual, pero dada la prominencia de las identificaciones con modelos femeninos por parte de autores de la tradición homosexual, resulta fructífero leerlas en esos términos y probablemente hay algo que une la experiencia del escritor con su decisión de crear esos personajes y articular sus voces. Aunque sólo el análisis puede proporcionar respuestas, no es lícito descartar la hipótesis de que la decisión de Pombo pueda relacionarse, en cierto modo, con decisiones similares de Tennessee Williams, Todd Haynes, Pedro Almodóvar, Reiner Werner Fassbinder (su Petra Von Kant, Maria Braun o Veronika Voss) o Truman Capote. O nuestro Ángel Vázquez, autor de La vida perra de Juanita Narboni, una gran novela sobre una mujer locuaz al borde de un ataque de nervios. Hablar de “literatura gay” es una manera de dar carta de naturaleza a las posibles (plausibles) relaciones entre Pombo y Vázquez en términos de creatividad, es establecer cierta conexión entre ellos a partir de fuentes de inspiración.

Es verdad que más allá de cuestiones esencialistas, las dificultades para aceptar la etiqueta están implícitas en el propio término “gay”: politizado, reduccionista, que no recoge (ni lo pretende) toda la experiencia más allá de los (también reduccionistas) patrones de la heterosexualidad oficial. Para muchos hoy en día “gay” es sinónimo absoluto de “homosexual”, pero la historia es algo más compleja.  […]. Así, Edmund White, Larry Kramer, Andrew Holleran, Luis Antonio de Villena o Mendicutti serían claramente escritores gays mientras que la etiqueta es mucho más problemática cuando se aplica a Lorca, Patricia Highsmith, Oscar Wilde o Jean Genet, dado que adquiere prominencia en determinadas circunstancias y a partir de cierto momento.

En este sentido las acusaciones de reduccionismo están plenamente justificadas. Pero, ¿y si, al menos provisionalmente, llamamos las cosas de otro modo?. […] ¿Y si proponemos un término que permita incluir sin reparos a Highsmith, Lorca, Cernuda, James, Proust, Gide, Genet, Winterson, Pombo, Juan Goytisolo o Vidal al tiempo que White, Mendicutti, Terenci Moix o Kramer? El caso es que ese término existe. Desde los años noventa del siglo pasado, las limitaciones de “gay” apuntadas se superan a través del concepto “queer”, que introduce Teresa de Lauretis como intento de identificar (etiquetar al fin) modos no heterosexuales de identidad y deseo. Se refiere a identidades que no se ciñen al modelo heteronormativo mayoritario, que no acaban de encajar en las fantasías sobre sexualidad que se promueven por defecto.

[…] La literatura de la experiencia queer no tiene por qué tener contenidos explícitamente queer. La poesía de Vicente Aleixandre necesitaría atención desde esta perspectiva utilizando marcos que visibilicen (en lugar de ocultar) el significado de su excentricidad, y estudios sobre Hart Crane muestran atisbos de una experiencia queer recodificada hasta resultar casi invisible. Otras veces, se ha manifestado como lucha o como trauma, pero también como triunfo: para muchos identificarse con “eso”, con lo abyecto, fue, hasta antes de ayer, una verdadera revolución vital, que ha dado lugar a una voz determinada, con una especificidad literaria que se manifiesta en corrientes sentimentales o estéticas. Conceptos como traición o abyección en la obra de Jean Genet son incomprensibles si no se tiene en cuenta esta lucha, y el análisis de la lucha de Gore Vidal por encontrar un final adecuado para La ciudad y el pilar de sal no se entiende si no entramos a fondo en las dinámicas sobre representación de lo queer en la América de los años cuarenta.

[…]
Todo escritor consciente de su evolución y de sus sinapsis con la cultura dominante (que incluye configuraciones de la sexualidad y el deseo) tendrá que negociar sus tensiones, su yo frente a lo otro. Y la negociación llevará, a menudo, a las mismas cuestiones, que acaban siendo lugares comunes de esa experiencia queer (y me centro aquí en la experiencia masculina): teatralización, matrocentrismo, identificación con posiciones femeninas (especialmente la diva o la “mujer fuerte”), esnobismo, ironía camp, parodia, énfasis en el estilo, transgresión […].


Podemos reconsiderar cómo llamamos las plasmaciones de esta excentricidad, y queda dicho que llamarlo “literatura gay” puede no ser lo más oportuno. Pero resulta innegable que creamos desde una posición, que esa posición está marcada, entre otras cosas por el género, que nuestra experiencia dentro del entramado de género en una cultura es parte central de nuestras vidas y que, por supuesto da lugar a temas y estilos en la práctica artística que son compatibles con otras corrientes. Por volver a lo dicho, si se puede hablar de “literatura surrealista”, al fin y al cabo un movimiento generado a partir de un cambio de perspectiva hacia las implicaciones de la realidad, ciertamente podemos llamar “literatura homosexual/gay/queer” a los textos que reconocen ciertas corrientes culturales y emocionales que divergen de mitologías y promesas de la visión ortodoxa basada en la heterosexualidad.

Extracto del artículo de Alberto Mira. El texto íntegro en InfoLibre

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