viernes, 15 de julio de 2016

Excursiones al pasado

  • Ya se trate de romanos en China o de samuráis en Sevilla, todo cabe en una novela histórica


Carlos García Gual
Tal vez el verano sea un buen momento para leer novelas históricas. Las vacaciones animan a hacer excursiones a otros tiempos y, a falta de otra máquina más eficaz para los viajes a otras épocas, uno puede recurrir a lecturas de intriga para periplos imaginarios a escenarios de vivaz colorido y atractivos personajes. El escenario, que aquí no es sólo un decorado más o menos extraño, sino la evocación animada de otro marco histórico, resulta casi tan importante como la trama misma, aunque sea ésta lo que determina que la novela atrape o no al lector. Los aficionados a este género tienen algunas novelas recientes que invitan a reencontrase con temas y figuras de un pasado reconstruido en tramas de extraordinario dramatismo muy distintas entre sí.


El cruce entre la novela histórica y la de aventuras (otras veces la policiaca) suele dar excelentes relatos. El samurái de Sevilla, de John J. Healey, es un claro ejemplo. En 1614, a Sevilla llega una embajada de nobles japoneses, en un temprano intento por poner en contacto las dos culturas lejanas e impulsar la difusión de la fe católica y el comercio en el Extremo Oriente. En ella está el samurái Shiro, protagonista de lances de espada y amores ardientes en la sociedad sevillana y en la corte de Felipe III (el rey tiene un buen papel en el relato). Healey narra muy bien los episodios de una trama que bordea el melodrama romántico. La evocación de esa sociedad tradicional y esa atmósfera de la antigua Sevilla, con sus tipos nobles y sus villanos y sus apasionantes damas, está muy lograda. Tanto el ritmo y el colorido emotivo como la ágil construcción del relato invitan a leerlo con fervor y de un tirón.



Con La legión perdida cierra Santiago Posteguillo la trilogía que ha dedicado a la época imperial de Trajano. Este tercer tomo renueva sus caminos y escenarios inmensos, desde Roma hasta la Mesopotamia del imperio parto y al imperio chino, relata las aventuras viajeras de varios personajes e impone una tensión frenética a sus escenas, tanto de espectaculares batallas como en los trágicos encuentros personales.

También El hijo de César evoca la Roma clásica. Octavio, proclamado “hijo de César”, que heredó el poder y se convirtió en “Augusto”, es el protagonista de esta magnífica trama epistolar. John Williams publicó esta novela con gran éxito en 1972. Es una recreación tersa y admirable animada por las voces de los primeros actores de una época trágica y trascendental: Cicerón, Bruto, Casio, Marco Antonio y algunas figuras femeninas revelan su intimidad por medio de sus cartas, redactadas con gran finura psicológica.

Mientras, José Luis Corral, acreditado maestro del relato histórico, vuelve al espacio y la época que conoce más a fondo: la España de los Reyes Católicos. Los Austrias. El vuelo del águila tiene como protagonista indiscutible a Fernando de Aragón. En una dinámica serie de diálogos, la trama evoca con buen ritmo los vaivenes y conflictos de unos tiempos turbios de honda agitación: la muerte de Felipe el Hermoso, intrigas en torno a la loca reina cautiva, Cisneros, el Gran Capitán, conflictos con Francia y los berberiscos, el fracaso de Fernando de lograr un hijo de su nueva y joven esposa…


Por su parte, El impresor de Venecia, de Javier Azpeitia, nos introduce en la Italia renacentista, donde la joven imprenta va mostrando —desde finales del siglo XV— su poder de difusión cultural. Azpeitia es un buen conocedor de ese ambiente y un narrador de muy ágil estilo, de modo que su recreación de ese ambiente libresco y de esa sociedad    —robo de manuscritos, trucos mercantiles, fervores epicúreos, damas cultas y lances eróticos— resulta enormemente atractiva.

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