- En agosto de 2016 se conmemoran los 80 años de su asesinato
Juan Jorganes Díez
Cuentan que Federico García Lorca se convertía en el centro
de cualquier reunión, familiar o social, entre viejos conocidos del pueblo o
entre la alegre y genial muchachada de la Residencia de Estudiantes en Madrid,
incluso en tierra extraña, entre extraños que hablaban una legua extraña. En
seguida, un corro a su alrededor disfrutaba de aquel granadino con un
extraordinario don de gentes, histriónico a veces, que tocaba el piano
maravillosamente y cantaba canciones y coplas, y que era capaz de sostener él
solo una velada con su risa y una gracia arrolladoras. “Pero no reían sus ojos”[i].
A lo largo de su vida, los amigos dejarán constancia de las ausencias
repentinas de Federico, ante ellos con la mirada perdida o desaparecido durante
horas o días.
Su capacidad creativa, esas
metáforas sorprendentes que rescatan poemas del Romancero gitano del precipicio costumbrista o pseudofolklórico o
que cincelan un monumento literario como Poeta
en Nueva York, formaba parte de su constitución mental como los pies planos
de su constitución física. En la vida cotidiana podría haberse perdido en la
sorpresa efímera del ingenio, que lo tenía y no nos cansaríamos de leer “las
cosas de Federico” contadas por parientes, amigos y conocidos, pero en la
literatura se convirtió en los versos más fascinantes o en dramas que nunca
bajan el telón tras la última escena.
Primero en Granada, luego en
Madrid, participó en los grupos de jóvenes modernos, en el buen sentido de la
palabra, inquietos, porque no se conformaban con lo establecido, que reflexionaban
sobre el arte y la cultura oteando el horizonte. En gran parte, esos grupos eran
el horizonte o llevarán el horizonte muy lejos. Lorca rodeó la luna y su
polisón de nardos, vadeó empapado de flamenco la pena negra del pueblo y caminó
por la cara oculta del amanecer neoyorkino. En ese recorrido mezcló las aguas
de los manantiales populares andaluces con las aguas sulfurosas del
surrealismo. El resultado es que tanto su obra como él mismo conforman una
estrella solitaria en la galaxia de las letras. Nadie se declara lorquiano como
poeta o dramaturgo porque no admite discípulos una obra excepcional, única.
La única carrera para la que estaba preparado desde niño
nunca fue tenida en cuenta por la Universidad española: “Mi emoción ante las
cosas”. El mal estudiante de bachillerato (¡Federico estudia! era la frase más
repetida en la casa), capaz de suspender Caligrafía, se convirtió en un mal
estudiante universitario, que acabó Derecho a empujones de la mala conciencia
para satisfacer a un padre que, dándoselo todo, le impidió la ampliación de los
estudios musicales en París y se empeñó en que fuera a la universidad. Llegó a
la universidad tropezando antes en uno de los exámenes del Grado de Bachiller,
el que le exigía una regla de tres simple, una regla de tres compuesta y el
volumen del tetraedro.
La música no le abandonará.
Impulsa el Concurso de Cante Jondo de 1922, colabora con Manuel de Falla o arregla
canciones populares como las que nos han llegado en la voz de La Argentinita acompañada al piano por el mismo Federico. Y
la música no faltará en la reuniones sociales de Lorca, para entretenimiento de
los allí reunidos y lucimiento del escritor.
En la infancia inicia su
vocacional emoción ante las cosas: los juegos, las narraciones y músicas de
tradición popular, el teatro de títeres, el paisaje de la Vega granadina. “Amo
a la tierra”, “toda mi infancia es pueblo”, “oír hablar a la gente”: es la
memoria poética, el gran archivo del escritor. Sus andares torpes no le aíslan
de los demás niños y ya aparece el Federico popular en el grupo, mandón, porque
había que hacer lo que él dijera en cuanto los juegos entraban en la casa
familiar y porque era el niño rico entre una mayoría de niños pobres. Su
capacidad para inventar juegos de niños permanecerá para deleite de los hijos
de sus amigos a los que podía fascinar con una carta invisible cogida en el
aire o leyendo una piedra recogida en el suelo: “Queridos niños: estoy aquí
desde hace muchos años, muchísimos años…”.
Nunca olvidará el aprendizaje
emocional infantil. El niño rico que siempre fue tampoco olvidará a los otros
niños, a los pobres, sean los gitanos de la pena negra, las mujeres subyugadas
por las bernardas de mil caras, los hombres “que aman al hombre y queman sus
labios en silencio”, los negros (“¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem!/No hay
angustia comparable a tus ojos oprimidos”), o la ciudad, capital del capital,
donde “A veces las monedas en enjambres furiosos/ taladran y devoran abandonados
niños”.
Ese archivo convertido en memoria
poética se enriquecerá a lo largo de su vida porque nunca dejó de sorprenderle
el arte popular en el lenguaje vivaz de una respuesta o de un comentario
original, o su admiración por el flamenco que él y Falla, entre otros, pretenden
sacar de los bajos fondos musicales y sociales para colocarlo entre las bellas
artes musicales con la dignidad que otorga el respeto. Del archivo saldrán
todas las obras poéticas y dramáticas y, porque la emoción ante las cosas no
concluyó jamás, se escribirán con las innovaciones vanguardistas del momento de
manera que lo viejo y lo nuevo se combinaron para permanecer, superando las
modas efímeras y el rancio costumbrismo.
Lorca y Dalí |
Sabemos de la importancia de sus vínculos familiares por sus
cartas y por su presencia constante en la casa familiar -unas veces por deber,
otras por gusto. No se trataba solo de una dependencia económica sino de una
dependencia emocional que le llevará a meterse en la ratonera de la Granada
ocupada por los falangistas. Recientemente se ha sabido que, con el viaje final
a Granada, Lorca quiso despedirse de su familia antes de salir hacia México con
su último gran amor, Juan Ramírez de Lucas[ii].
El machismo atraviesa los siglos,
las ideologías, las vanguardias artísticas y los genios. Los jóvenes modernos
(hombres y mujeres) de los años 20 y 30 del siglo pasado, iconoclastas, cultos,
rompedores de las convenciones sociales burguesas, referencia de la ciencia, la
filosofía y de las bellas artes, que traerán el séptimo arte desde las barracas
de feria en las que se exhibían las primeras películas, convivirán con la
dolorosa
contradicción interna de la liberación y la represión. Su heterodoxia sexual bulle
entre el rechazo social y el de una parte de los compañeros de la Residencia de
Estudiantes.
Juan Ramírez de Lucas |
Homofobia y misoginia van de la
mano. Las mujeres sufrirán el secular machismo social, que se manifiesta entre
sus compañeros de generación en que las dejarán en los márgenes o en los
rincones oscuros, invisibles, de su historia. El proyecto actual de Las Sinsombrero intenta dar la luz a
todas aquellas desaparecidas de cualquier nómina vinculada con la generación
del 27.
Entre “la Federica” de sus
compañeros de bachiller al “le metí dos tiros en el culo por maricón”, con que
fanfarroneaba un falangista granadino tras el asesinato del poeta, Lorca vivió
su homosexualidad con la angustia y el miedo comprensibles en aquella sociedad machista.
Su familia tampoco ayudaba: su padre no lo toleraba y su hermano Francisco se
negó siempre a hablar de ello. Pasados los años, más se pareció a un tabú
familiar que al deseo de respetar la intimidad de su pariente más ilustre.
La religión se convertirá en un refugio
en el que buscaba la paz interior que no tenía ante un dios contra el que
tantas veces se rebelaría.
Los amigos madrileños conocían
sus relaciones y, aunque no soportaran a uno de sus novios, Emilio Aladrén,
nunca manifestaron la hostilidad de Luis Buñuel. A diferencia de Cernuda, Lorca
renuncia a mostrar claramente su homosexualidad por discreción ante la
intolerancia social y por evitar la exhibición de sus demonios interiores y del
dolor por los desengaños amorosos, con
Aladrén y Dalí, por ejemplo, que tanto le hirieron.
El histriónico Federico se vuelve
comedido en este asunto. Así se entienden los versos de la ´Oda a Walt Whitman´
contra los maricas “Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,/ abiertos en
las plazas con fiebre de abanico”, y no contra “los confundidos, los puros,/
los clásicos, los señalados, los suplicantes”, ni “contra el niño que escribe/
nombre de niña en su almohada,/ ni contra el muchacho que se viste de novia/ en
la oscuridad del ropero,/ ni contra los solitarios de los casinos/ que beben
con asco el agua de la prostitución”.
El viaje a Nueva York y Cuba
también lo fue por su interior. Llegaría a un destino también desconocido: la
aceptación plena de su homosexualidad.
El entusiasmo popular al proclamarse la república el 14 de
abril de 1931 lo compartió el grupo de intelectuales españoles más brillante
del siglo XX. Hicieron suyos o, mejor dicho, coincidían con sus ideales los
promulgados por los primeros Gobiernos reformistas. Se comprometieron con los
planes republicanos de llenar España de escuelas y de llevar la cultura a los
últimos rincones del país. No se limitaron a un apoyo verbal o a firmar en un
papel. Incluso Luis Cernuda, tímido hasta la hosquedad, participó en las
Misiones Pedagógicas.
Lorca había manifestado muchas
veces su veneración por la cultura popular, cuya influencia en su obra es
evidente. Ya se ha mencionado su devoción por el cante jondo, recopiló
canciones populares por todos los lugares por los que viajó y grabó con La
Argentinita sus arreglos de un puñado de ellas. Formaban parte del programa
habitual en sus reuniones sociales, entre amigos, o de sus conferencias. Así
que, cuando surge la idea de llevar teatro clásico al pueblo, hace suyo el
proyecto de La Barraca con esa arrebatada excitación tan característica en él.
Era devolver a la cultura popular
una parte de lo que la cultura popular le había dado, convencido, además, de
que la cultura no pertenecía por herencia o patrimonio a una minoría. Los
conflictos que estallarán por la política republicana los provocará esa minoría
que no quiere ceder ni la más pequeña parcela de su poder secular, ideológico,
religioso, económico y cultural.
Conmueven hoy los relatos y las
imágenes de la llegada de las Misiones Pedagógicas a lugares a los que solo se
podía acceder mediante caballerías. Allí nadie había llegado nunca a dar nada.
Ahora se acercaban, enviados por el Gobierno, un grupo de jóvenes con cuadros,
libros, incluso con películas. Sobrecogen todavía los silencios que constan en
las crónicas mientras la compañía universitaria de La Barraca representa
entremeses de Cervantes o La vida es
sueño de Calderón en la plaza de alguna aldea.
Las críticas de los partidos más
derechistas y ultracatólicos, que se agruparían en la CEDA, y de la prensa que
los apoyaba tanto a las Misiones como a La Barraca nos dejan ver el compromiso
político que asumían quienes participaban en aquel empeño republicano de
democratizar la educación y la cultura.
Un autor de éxito que apoya la República,
homosexual, que afirma que su partido es el de los pobres, que critica la
crueldad del capitalismo y que, hijo de un terrateniente liberal, se viste con
el mono azul de los obreros para llevar teatro clásico por los rincones de
España, quedó señalado con una cruz -nunca
mejor dicho- en las listas negras de la intolerancia y del fascismo.
Que el final lo traiga la música
popular y lo cante Violeta Parra:
Así el mundo quedó en duelo
y está llorando a porfía
por Federico García
con un doliente pañuelo;
no pueden hallar consuelo
los pueblos con tal hazaña.
¡Qué luto para la España,
qué vergüenza para el planeta
de haber matado a un poeta
[i] Laura de
los Ríos. Este y otros datos proceden de la biografía de Federico García Lorca
escrita por Ian Gibson.
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