domingo, 3 de julio de 2016

Pero no reían sus ojos

  • En agosto de 2016 se conmemoran los 80 años de su asesinato


Juan Jorganes Díez
Cuentan que Federico García Lorca se convertía en el centro de cualquier reunión, familiar o social, entre viejos conocidos del pueblo o entre la alegre y genial muchachada de la Residencia de Estudiantes en Madrid, incluso en tierra extraña, entre extraños que hablaban una legua extraña. En seguida, un corro a su alrededor disfrutaba de aquel granadino con un extraordinario don de gentes, histriónico a veces, que tocaba el piano maravillosamente y cantaba canciones y coplas, y que era capaz de sostener él solo una velada con su risa y una gracia arrolladoras.  “Pero no reían sus ojos”[i]. A lo largo de su vida, los amigos dejarán constancia de las ausencias repentinas de Federico, ante ellos con la mirada perdida o desaparecido durante horas o días.

Su capacidad creativa, esas metáforas sorprendentes que rescatan poemas del Romancero gitano del precipicio costumbrista o pseudofolklórico o que cincelan un monumento literario como Poeta en Nueva York, formaba parte de su constitución mental como los pies planos de su constitución física. En la vida cotidiana podría haberse perdido en la sorpresa efímera del ingenio, que lo tenía y no nos cansaríamos de leer “las cosas de Federico” contadas por parientes, amigos y conocidos, pero en la literatura se convirtió en los versos más fascinantes o en dramas que nunca bajan el telón tras la última escena.

Primero en Granada, luego en Madrid, participó en los grupos de jóvenes modernos, en el buen sentido de la palabra, inquietos, porque no se conformaban con lo establecido, que reflexionaban sobre el arte y la cultura oteando el horizonte. En gran parte, esos grupos eran el horizonte o llevarán el horizonte muy lejos. Lorca rodeó la luna y su polisón de nardos, vadeó empapado de flamenco la pena negra del pueblo y caminó por la cara oculta del amanecer neoyorkino. En ese recorrido mezcló las aguas de los manantiales populares andaluces con las aguas sulfurosas del surrealismo. El resultado es que tanto su obra como él mismo conforman una estrella solitaria en la galaxia de las letras. Nadie se declara lorquiano como poeta o dramaturgo porque no admite discípulos una obra excepcional, única.

Mi emoción ante las cosas
La única carrera para la que estaba preparado desde niño nunca fue tenida en cuenta por la Universidad española: “Mi emoción ante las cosas”. El mal estudiante de bachillerato (¡Federico estudia! era la frase más repetida en la casa), capaz de suspender Caligrafía, se convirtió en un mal estudiante universitario, que acabó Derecho a empujones de la mala conciencia para satisfacer a un padre que, dándoselo todo, le impidió la ampliación de los estudios musicales en París y se empeñó en que fuera a la universidad. Llegó a la universidad tropezando antes en uno de los exámenes del Grado de Bachiller, el que le exigía una regla de tres simple, una regla de tres compuesta y el volumen del tetraedro. 

La música no le abandonará. Impulsa el Concurso de Cante Jondo de 1922, colabora con Manuel de Falla o arregla canciones populares como las que nos han llegado en la voz de La Argentinita acompañada al piano por el mismo Federico. Y la música no faltará en la reuniones sociales de Lorca, para entretenimiento de los allí reunidos y lucimiento del escritor.

En la infancia inicia su vocacional emoción ante las cosas: los juegos, las narraciones y músicas de tradición popular, el teatro de títeres, el paisaje de la Vega granadina. “Amo a la tierra”, “toda mi infancia es pueblo”, “oír hablar a la gente”: es la memoria poética, el gran archivo del escritor. Sus andares torpes no le aíslan de los demás niños y ya aparece el Federico popular en el grupo, mandón, porque había que hacer lo que él dijera en cuanto los juegos entraban en la casa familiar y porque era el niño rico entre una mayoría de niños pobres. Su capacidad para inventar juegos de niños permanecerá para deleite de los hijos de sus amigos a los que podía fascinar con una carta invisible cogida en el aire o leyendo una piedra recogida en el suelo: “Queridos niños: estoy aquí desde hace muchos años, muchísimos años…”.

Nunca olvidará el aprendizaje emocional infantil. El niño rico que siempre fue tampoco olvidará a los otros niños, a los pobres, sean los gitanos de la pena negra, las mujeres subyugadas por las bernardas de mil caras, los hombres “que aman al hombre y queman sus labios en silencio”, los negros (“¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem! ¡Ay Harlem!/No hay angustia comparable a tus ojos oprimidos”), o la ciudad, capital del capital, donde “A veces las monedas en enjambres furiosos/ taladran y devoran abandonados niños”.

Ese archivo convertido en memoria poética se enriquecerá a lo largo de su vida porque nunca dejó de sorprenderle el arte popular en el lenguaje vivaz de una respuesta o de un comentario original, o su admiración por el flamenco que él y Falla, entre otros, pretenden sacar de los bajos fondos musicales y sociales para colocarlo entre las bellas artes musicales con la dignidad que otorga el respeto. Del archivo saldrán todas las obras poéticas y dramáticas y, porque la emoción ante las cosas no concluyó jamás, se escribirán con las innovaciones vanguardistas del momento de manera que lo viejo y lo nuevo se combinaron para permanecer, superando las modas efímeras y el rancio costumbrismo.

Lorca y Dalí
Del amor oscuro
Sabemos de la importancia de sus vínculos familiares por sus cartas y por su presencia constante en la casa familiar -unas veces por deber, otras por gusto. No se trataba solo de una dependencia económica sino de una dependencia emocional que le llevará a meterse en la ratonera de la Granada ocupada por los falangistas. Recientemente se ha sabido que, con el viaje final a Granada, Lorca quiso despedirse de su familia antes de salir hacia México con su último gran amor, Juan Ramírez de Lucas[ii].

El machismo atraviesa los siglos, las ideologías, las vanguardias artísticas y los genios. Los jóvenes modernos (hombres y mujeres) de los años 20 y 30 del siglo pasado, iconoclastas, cultos, rompedores de las convenciones sociales burguesas, referencia de la ciencia, la filosofía y de las bellas artes, que traerán el séptimo arte desde las barracas de feria en las que se exhibían las primeras películas, convivirán con la
Juan Ramírez de Lucas
dolorosa contradicción interna de la liberación y la represión. Su heterodoxia sexual bulle entre el rechazo social y el de una parte de los compañeros de la Residencia de Estudiantes.

Homofobia y misoginia van de la mano. Las mujeres sufrirán el secular machismo social, que se manifiesta entre sus compañeros de generación en que las dejarán en los márgenes o en los rincones oscuros, invisibles, de su historia. El proyecto actual de Las Sinsombrero intenta dar la luz a todas aquellas desaparecidas de cualquier nómina vinculada con la generación del 27.

Entre “la Federica” de sus compañeros de bachiller al “le metí dos tiros en el culo por maricón”, con que fanfarroneaba un falangista granadino tras el asesinato del poeta, Lorca vivió su homosexualidad con la angustia y el miedo comprensibles en aquella sociedad machista. Su familia tampoco ayudaba: su padre no lo toleraba y su hermano Francisco se negó siempre a hablar de ello. Pasados los años, más se pareció a un tabú familiar que al deseo de respetar la intimidad de su pariente más ilustre.

La religión se convertirá en un refugio en el que buscaba la paz interior que no tenía ante un dios contra el que tantas veces se rebelaría.

Los amigos madrileños conocían sus relaciones y, aunque no soportaran a uno de sus novios, Emilio Aladrén, nunca manifestaron la hostilidad de Luis Buñuel. A diferencia de Cernuda, Lorca renuncia a mostrar claramente su homosexualidad por discreción ante la intolerancia social y por evitar la exhibición de sus demonios interiores y del dolor por los desengaños amorosos, con Aladrén y Dalí, por ejemplo, que tanto le hirieron.

El histriónico Federico se vuelve comedido en este asunto. Así se entienden los versos de la ´Oda a Walt Whitman´ contra los maricas “Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,/ abiertos en las plazas con fiebre de abanico”, y no contra “los confundidos, los puros,/ los clásicos, los señalados, los suplicantes”, ni “contra el niño que escribe/ nombre de niña en su almohada,/ ni contra el muchacho que se viste de novia/ en la oscuridad del ropero,/ ni contra los solitarios de los casinos/ que beben con asco el agua de la prostitución”.

El viaje a Nueva York y Cuba también lo fue por su interior. Llegaría a un destino también desconocido: la aceptación plena de su homosexualidad.

República
El entusiasmo popular al proclamarse la república el 14 de abril de 1931 lo compartió el grupo de intelectuales españoles más brillante del siglo XX. Hicieron suyos o, mejor dicho, coincidían con sus ideales los promulgados por los primeros Gobiernos reformistas. Se comprometieron con los planes republicanos de llenar España de escuelas y de llevar la cultura a los últimos rincones del país. No se limitaron a un apoyo verbal o a firmar en un papel. Incluso Luis Cernuda, tímido hasta la hosquedad, participó en las Misiones Pedagógicas.

Lorca había manifestado muchas veces su veneración por la cultura popular, cuya influencia en su obra es evidente. Ya se ha mencionado su devoción por el cante jondo, recopiló canciones populares por todos los lugares por los que viajó y grabó con La Argentinita sus arreglos de un puñado de ellas. Formaban parte del programa habitual en sus reuniones sociales, entre amigos, o de sus conferencias. Así que, cuando surge la idea de llevar teatro clásico al pueblo, hace suyo el proyecto de La Barraca con esa arrebatada excitación tan característica en él.

Era devolver a la cultura popular una parte de lo que la cultura popular le había dado, convencido, además, de que la cultura no pertenecía por herencia o patrimonio a una minoría. Los conflictos que estallarán por la política republicana los provocará esa minoría que no quiere ceder ni la más pequeña parcela de su poder secular, ideológico, religioso, económico y cultural.

Conmueven hoy los relatos y las imágenes de la llegada de las Misiones Pedagógicas a lugares a los que solo se podía acceder mediante caballerías. Allí nadie había llegado nunca a dar nada. Ahora se acercaban, enviados por el Gobierno, un grupo de jóvenes con cuadros, libros, incluso con películas. Sobrecogen todavía los silencios que constan en las crónicas mientras la compañía universitaria de La Barraca representa entremeses de Cervantes o La vida es sueño de Calderón en la plaza de alguna aldea.

Las críticas de los partidos más derechistas y ultracatólicos, que se agruparían en la CEDA, y de la prensa que los apoyaba tanto a las Misiones como a La Barraca nos dejan ver el compromiso político que asumían quienes participaban en aquel empeño republicano de democratizar la educación y la cultura.

Un autor de éxito que apoya la República, homosexual, que afirma que su partido es el de los pobres, que critica la crueldad del capitalismo y que, hijo de un terrateniente liberal, se viste con el mono azul de los obreros para llevar teatro clásico por los rincones de España, quedó señalado con una cruz  -nunca mejor dicho- en las listas negras de la intolerancia y del fascismo.

Que el final lo traiga la música popular y lo cante Violeta Parra:

Así el mundo quedó en duelo
y está llorando a porfía
por Federico García
con un doliente pañuelo;
no pueden hallar consuelo
los pueblos con tal hazaña.
¡Qué luto para la España,
qué vergüenza para el planeta
de haber matado a un poeta




[i] Laura de los Ríos. Este y otros datos proceden de la biografía de Federico García Lorca escrita por Ian Gibson.

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