- La literatura gay existe como etiqueta de producción, y también como canal de expresión de un universo fantasmático que representa una experiencia de disidencia
- Utilizar esta categoría es una manera de dar carta de naturaleza a las posibles (plausibles) relaciones entre escritores homosexuales en términos de creatividad
Alberto Mira
Alberto Mira |
El escritor Gore Vidal siempre cuestionó que el deseo
homosexual fuera una posición que marcase la creatividad y por lo tanto rechazó
con sarcasmo la etiqueta “literatura gay”. […] Vidal no está solo en su rechazo
hacia la idea de que exista una literatura gay (y “existir” es un término más
problemático que “literatura” o “gay”): en nuestro país escritores que no
tienen problemas de armario como Luisgé Martín, Álvaro Pombo o José Luis
Collado han justificado una distancia similar frente al término. A menudo esta
corriente justifica su posición mediante dos lemas: “no me gustan las
etiquetas” (preferido por escritores homosexuales) o el legendario “la
literatura no es gay ni heterosexual, es sólo buena o mala” (favorecido por críticos
heterosexuales).
Pero también existe gente como Edmund White, Tom Spanbauer,
Luis Antonio de Villena o Eduardo Mendicutti, que no ven problema alguno en
etiquetar y, aunque sus propuestas sean distintas, explicar los términos en que
se propone la etiqueta: escritores gais, sugieren, perciben el mundo de una
manera que no puede sino colorear la literatura que producen. Etiquetar no es
proponer esencias, es llamar a las cosas del mundo; hay que perder el miedo a
las etiquetas, devolverles un carácter precario y abierto; las cosas pueden
tener más de un nombre y ningún nombre agota lo que la cosa es. Aunque sus
libros no sean solo gais (ningún libro es “solo” nada), son, inevitablemente,
literatura gay. Algún otro caso como Jeanette Winterson se inició promocionando
su lado “gay” para, cuando obtuvo éxito comercial, intentar una calculada
distancia. Y es cierto que las grandes editoriales prefieren esquivar la
etiqueta porque está en su lógica llegar “a todos” y saben que lo gay puede
alienar a parte del público, mientras que las editoriales especializadas la
abrazan. Al final parece ser que de lo único que hablamos aquí es de
posicionamiento en el mercado y de estrategias de venta. No es el único modo en
que se puede hablar de literatura.
[…] La literatura gay existe sin duda como etiqueta de
producción y de consumo, y también existe como canal de expresión de un
universo fantasmático que no es heterosexual, que representa una experiencia de
disidencia y que, además, mira la heterosexualidad desde fuera. […]
El binarismo homo/hetero es central en el imaginario
cultural. Dada la importancia de los modelos heterosexuales en la construcción
de nuestros fantasmas, apostar por fantasías o modos de desear alternativos no
es cosa baladí. No hablamos simplemente de temática, es también cuestión de
mirada, del lugar desde el que se escribe, de la comunicación con un lector
que, idealmente, no tiene por qué ser homosexual. Esto no implica que la
literatura homosexual sea necesariamente una etiqueta rígida. En El público, de Federico García Lorca,
hay una obra homosexual dentro de una obra de vanguardia que asimila la óptica
surrealista (o viceversa: a veces las prioridades del crítico no son las del
autor). Que se acepte que “vanguardia” o “surrealismo” son etiquetas útiles
para el estudio de la obra pero que se evite situarla en estructuras
emocionales homosexuales de los años treinta sólo puede ser resultado de
prejuicios.
www.trentqueercollective.com |
Por otra parte, un significante en una novela puede tener más de un
sentido. Las protagonistas femeninas de ciertas obras de Álvaro Pombo no están
ahí necesariamente porque Pombo sea homosexual, pero dada la prominencia de las
identificaciones con modelos femeninos por parte de autores de la tradición
homosexual, resulta fructífero leerlas en esos términos y probablemente hay
algo que une la experiencia del escritor con su decisión de crear esos
personajes y articular sus voces. Aunque sólo el análisis puede proporcionar
respuestas, no es lícito descartar la hipótesis de que la decisión de Pombo
pueda relacionarse, en cierto modo, con decisiones similares de Tennessee
Williams, Todd Haynes, Pedro Almodóvar, Reiner Werner Fassbinder (su Petra Von
Kant, Maria Braun o Veronika Voss) o Truman Capote. O nuestro Ángel Vázquez,
autor de La vida perra de Juanita Narboni,
una gran novela sobre una mujer locuaz al borde de un ataque de nervios. Hablar
de “literatura gay” es una manera de dar carta de naturaleza a las posibles
(plausibles) relaciones entre Pombo y Vázquez en términos de creatividad, es
establecer cierta conexión entre ellos a partir de fuentes de inspiración.
Es verdad que más allá de cuestiones esencialistas, las
dificultades para aceptar la etiqueta están implícitas en el propio término
“gay”: politizado, reduccionista, que no recoge (ni lo pretende) toda la
experiencia más allá de los (también reduccionistas) patrones de la
heterosexualidad oficial. Para muchos hoy en día “gay” es sinónimo absoluto de
“homosexual”, pero la historia es algo más compleja. […]. Así, Edmund White, Larry Kramer, Andrew
Holleran, Luis Antonio de Villena o Mendicutti serían claramente escritores
gays mientras que la etiqueta es mucho más problemática cuando se aplica a
Lorca, Patricia Highsmith, Oscar Wilde o Jean Genet, dado que adquiere
prominencia en determinadas circunstancias y a partir de cierto momento.
En este sentido las acusaciones de reduccionismo están
plenamente justificadas. Pero, ¿y si, al menos provisionalmente, llamamos las
cosas de otro modo?. […] ¿Y si proponemos un término que permita incluir sin
reparos a Highsmith, Lorca, Cernuda, James, Proust, Gide, Genet, Winterson,
Pombo, Juan Goytisolo o Vidal al tiempo que White, Mendicutti, Terenci Moix o
Kramer? El caso es que ese término existe. Desde los años noventa del siglo
pasado, las limitaciones de “gay” apuntadas se superan a través del concepto
“queer”, que introduce Teresa de Lauretis como intento de identificar
(etiquetar al fin) modos no heterosexuales de identidad y deseo. Se refiere a
identidades que no se ciñen al modelo heteronormativo mayoritario, que no acaban
de encajar en las fantasías sobre sexualidad que se promueven por defecto.
[…] La literatura de la experiencia queer no tiene por qué tener contenidos explícitamente queer. La poesía de Vicente Aleixandre
necesitaría atención desde esta perspectiva utilizando marcos que visibilicen
(en lugar de ocultar) el significado de su excentricidad, y estudios sobre Hart
Crane muestran atisbos de una experiencia queer
recodificada hasta resultar casi invisible. Otras veces, se ha manifestado como
lucha o como trauma, pero también como triunfo: para muchos identificarse con
“eso”, con lo abyecto, fue, hasta antes de ayer, una verdadera revolución
vital, que ha dado lugar a una voz determinada, con una especificidad literaria
que se manifiesta en corrientes sentimentales o estéticas. Conceptos como
traición o abyección en la obra de Jean Genet son incomprensibles si no se
tiene en cuenta esta lucha, y el análisis de la lucha de Gore Vidal por
encontrar un final adecuado para La
ciudad y el pilar de sal no se entiende si no entramos a fondo en las
dinámicas sobre representación de lo queer
en la América de los años cuarenta.
[…]
Todo escritor consciente de su evolución y de sus sinapsis
con la cultura dominante (que incluye configuraciones de la sexualidad y el
deseo) tendrá que negociar sus tensiones, su yo frente a lo otro. Y la
negociación llevará, a menudo, a las mismas cuestiones, que acaban siendo lugares
comunes de esa experiencia queer (y
me centro aquí en la experiencia masculina): teatralización, matrocentrismo,
identificación con posiciones femeninas (especialmente la diva o la “mujer
fuerte”), esnobismo, ironía camp, parodia, énfasis en el estilo, transgresión […].
Podemos reconsiderar cómo llamamos las plasmaciones de esta
excentricidad, y queda dicho que llamarlo “literatura gay” puede no ser lo más
oportuno. Pero resulta innegable que creamos desde una posición, que esa
posición está marcada, entre otras cosas por el género, que nuestra experiencia
dentro del entramado de género en una cultura es parte central de nuestras
vidas y que, por supuesto da lugar a temas y estilos en la práctica artística
que son compatibles con otras corrientes. Por volver a lo dicho, si se puede
hablar de “literatura surrealista”, al fin y al cabo un movimiento generado a
partir de un cambio de perspectiva hacia las implicaciones de la realidad,
ciertamente podemos llamar “literatura homosexual/gay/queer” a los textos que reconocen ciertas corrientes culturales y
emocionales que divergen de mitologías y promesas de la visión ortodoxa basada
en la heterosexualidad.
Extracto del artículo de Alberto Mira. El texto íntegro en InfoLibre
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