- Ya se trate de romanos en China o de samuráis en Sevilla, todo cabe en una novela histórica
Carlos García Gual
Tal vez el verano sea un buen momento para leer novelas
históricas. Las vacaciones animan a hacer excursiones a otros tiempos y, a
falta de otra máquina más eficaz para los viajes a otras épocas, uno puede
recurrir a lecturas de intriga para periplos imaginarios a escenarios de vivaz
colorido y atractivos personajes. El escenario, que aquí no es sólo un decorado
más o menos extraño, sino la evocación animada de otro marco histórico, resulta
casi tan importante como la trama misma, aunque sea ésta lo que determina que
la novela atrape o no al lector. Los aficionados a este género tienen algunas
novelas recientes que invitan a reencontrase con temas y figuras de un pasado
reconstruido en tramas de extraordinario dramatismo muy distintas entre sí.
El cruce entre la novela histórica y la de aventuras (otras
veces la policiaca) suele dar excelentes relatos. El samurái de Sevilla, de
John J. Healey, es un claro ejemplo. En 1614, a Sevilla llega una embajada de
nobles japoneses, en un temprano intento por poner en contacto las dos culturas
lejanas e impulsar la difusión de la fe católica y el comercio en el Extremo
Oriente. En ella está el samurái Shiro, protagonista de lances de espada y
amores ardientes en la sociedad sevillana y en la corte de Felipe III (el rey
tiene un buen papel en el relato). Healey narra muy bien los episodios de una
trama que bordea el melodrama romántico. La evocación de esa sociedad
tradicional y esa atmósfera de la antigua Sevilla, con sus tipos nobles y sus villanos
y sus apasionantes damas, está muy lograda. Tanto el ritmo y el colorido
emotivo como la ágil construcción del relato invitan a leerlo con fervor y de
un tirón.
Con La legión perdida cierra Santiago
Posteguillo la trilogía que ha dedicado a la época imperial de Trajano. Este
tercer tomo renueva sus caminos y escenarios inmensos, desde Roma hasta la
Mesopotamia del imperio parto y al imperio chino, relata las aventuras viajeras
de varios personajes e impone una tensión frenética a sus escenas, tanto de
espectaculares batallas como en los trágicos encuentros personales.
También El hijo de César evoca la Roma
clásica. Octavio, proclamado “hijo de César”, que heredó el poder y se
convirtió en “Augusto”, es el protagonista de esta magnífica trama epistolar.
John Williams publicó esta novela con gran éxito en 1972. Es una recreación
tersa y admirable animada por las voces de los primeros actores de una época
trágica y trascendental: Cicerón, Bruto, Casio, Marco Antonio y algunas figuras
femeninas revelan su intimidad por medio de sus cartas, redactadas con gran
finura psicológica.
Mientras, José Luis Corral, acreditado maestro del relato
histórico, vuelve al espacio y la época que conoce más a fondo: la España de
los Reyes Católicos. Los Austrias. El vuelo del águila
tiene como protagonista indiscutible a Fernando de Aragón. En una dinámica
serie de diálogos, la trama evoca con buen ritmo los vaivenes y conflictos de
unos tiempos turbios de honda agitación: la muerte de Felipe el Hermoso,
intrigas en torno a la loca reina cautiva, Cisneros, el Gran Capitán,
conflictos con Francia y los berberiscos, el fracaso de Fernando de lograr un
hijo de su nueva y joven esposa…
Por su parte, El impresor de Venecia, de Javier
Azpeitia, nos introduce en la Italia renacentista, donde la joven imprenta va
mostrando —desde finales del siglo XV— su poder de difusión cultural. Azpeitia
es un buen conocedor de ese ambiente y un narrador de muy ágil estilo, de modo
que su recreación de ese ambiente libresco y de esa sociedad —robo de
manuscritos, trucos mercantiles, fervores epicúreos, damas cultas y lances
eróticos— resulta enormemente atractiva.
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