El significado geográfico de la palabra “Europa” (donde
España se integraba sin ninguna duda) fue dejando paso durante el franquismo a
una connotación política que nos hizo imaginar un cuerpo fronterizo del que no
formábamos parte. Y así continuó durante la Transición porque aspirábamos a
“entrar en Europa”, y por tanto la seguíamos considerando externa.
Por fin conseguimos la incorporación, y sus fondos de
cohesión ayudaron a nuestra prosperidad. Pero quizás el idilio no duró lo
suficiente como para que arraigase una connotación nueva, y el lenguaje
político de la España actual ha enlazado con la vieja idea subliminal de que
Europa es la casa del vecino. Por eso oímos “Europa nos prohíbe”, “Europa nos
impone”, “lo que nos dice Europa”…
Nos salimos mentalmente de Europa a cada rato, aunque
españoles sean muchos eurofuncionarios, aunque participemos de los órganos
políticos comunes, elijamos nuestra cuota de parlamentarios, reclamemos al
Tribunal de Justicia, sigamos recibiendo fondos y el presidente español forme
parte del Consejo Europeo.
Recuperar aquella connotación de Europa labrada en el
franquismo le viene bien ahora al poder para presentarnos un falso enemigo
exterior; y contribuye a que abdiquemos, sin darnos cuenta, de nuestra
responsabilidad en la gobernanza común, a que presenciemos con desdén las
elecciones europeas y a que apenas nos importe qué hacen nuestros
representantes en Bruselas o Estrasburgo.
No sería lo mismo decir “Europa ha decidido” que “en Europa
hemos decidido” o “en Europa hemos consentido”.
Extracto del artículo de Álex Grijelmo. El texto completo en El País
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