viernes, 1 de febrero de 2019

Un libro es un paisaje


  • El lector abandona su identidad para transformarse en uno de los personajes de la peripecia narrativa, a veces en el mismísimo protagonista.


Juan José Millás
Un libro es un paisaje: el que contemplas con asombro a izquierda y derecha mientras progresas por las oraciones gramaticales que lo componen como por una senda abierta en el bosque. El proceso por el que la materialidad de la letra impresa se convierte en una sustancia mental, capaz de transformarse a su vez en imágenes que lo mismo nos llevan a la intimidad de una alcoba que a la cubierta de un ballenero, es un enigma semejante al del misterio eucarístico, pues si en la misa, mediante las palabras pronunciadas por el cura, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y en la sangre de Cristo, en la novela, gracias a un conjunto de sustantivos, adjetivos, etcétera, adecuadamente combinados, el lector abandona su identidad para transformarse en uno de los personajes de la peripecia narrativa, a veces en el mismísimo protagonista.

Lees, por ejemplo, esta frase: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, y eres arrancado del sofá, o del asiento del autobús, o de la cama en la que te encuentras con Cien años de soledad entre las manos. Continúa

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