lunes, 18 de abril de 2016

Una modernidad perenne, el ´Quijote´

Francisco Rico
Ilustración de
Fernando Vicente
El Quijote […] confronta las dos grandes direcciones de la […] novela, en principio autónomas: una antigua, inmemorial, la otra sustancialmente moderna.

La antigua se centra en el relato de sucesos y pasiones extraordinarias, protagonizado por personajes que reúnen perfecciones de todo orden y se mueven en escenarios inaccesibles para el común de las gentes, a menudo con elementos fantásticos o sobrenaturales, en un mundo de nítidas jerarquías y fronteras entre el bien y el mal. Cervantes ha empezado justamente su carrera con una de las variedades de esa especie, La Galatea (1585), en la línea de la fábula pastoril de filiación clásica asociada con el relato sentimental de la tardía Edad Media. Y su última obra serán Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), con su incesante despliegue de peripecias (raptos, naufragios, maravillas...) que complican el destino de los dos jóvenes y modélicos enamorados.

Al margen de esa tradición milenaria, desde el siglo XVI fluye independientemente otra modalidad de escritura: las ficciones que se presentan como relatos de hechos reales, efectivamente acaecidos; cuya acción se desarrolla entre las cosas y personas de la vida diaria, y que adoptan las formas corrientes en los escritos del mundo real: cartas, memorias, biografías, relaciones, crónicas..., unas veces en primera persona, como en el Lazarillo de Tormes o en la picaresca […].

Pues bien: la historia de la novela es la historia de la confluencia del antiguo ideal romancesco y una narrativa moderna inspirada por la ficción pseudo-real […]. La culminación del proceso sólo se alcanza cuando la estética más prestigiosa en los siglos XIX y XX acoge en su marco y superpone a título de iguales la ficción pseudo-real, los simulacros de prosa de hechos reales, y las especies de ficción que hasta entonces había tenido como propias el establishment literario. Pero todo ese proceso está prefigurado ya en el Quijote: el Quijote adelanta, contiene y en medida importante inventa (no temamos decirlo: inventa) no ya la novela, sino la historia de la novela.

Por otra parte, la novela se nos presenta hoy como la forma por excelencia híbrida, polifónica, […]: el género de géneros, el cajón de sastre donde se mezclan y conviven todas las modalidades literarias y expresivas. El Quijote, a la altura de su tiempo, concuerda sustancialmente con esa concepción de la novela que llegó a formarse el siglo XX.

El Quijote ensancha con categorías nuevas el espacio de la ficción, pero, se diría, sin desechar ninguna de las viejas. […]Todos los géneros y los estilos literarios, del teatro a la épica, y todos los tipos de discurso, de la pieza oratoria al documento legal, se someten a revisión. Todos los niveles del lenguaje, en fin, de los artificiosos arcaísmos del caballero a la fraseología popular de Sancho, se conciertan con la prosa limpia y natural que da el tono de la narración, en una fascinante polifonía. Con una modernidad perenne, el Quijote se configura, así, como un completo universo a la vez de realidad y de literatura.

Extracto del artículo de Francisco Rico. El texto completo en El País

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