jueves, 28 de abril de 2016

Los caminos para llegar a Cervantes


Juan Jorganes Díez

Cuatro siglos después el Quijote, la gran novela de la literatura castellana, es accesible para cualquiera a quien llame la atención o despierte interés un autor y una obra universales. Estas páginas pretenden eliminar los quitamiedos colocados a su alrededor porque no hay razón para rodearlos de vallas protectoras. Los caminos para llegar a Cervantes trazan un mapa amplio que se adapta a la mano del caminante curioso, pues apenas se necesita más que la curiosidad para emprender la marcha. La gloria literaria de Miguel de Cervantes nos atrae porque todos tenemos noticia de él. El Quijote, personaje y novela, lo llevamos en la memoria y lo reconocemos en cuanto oímos su nombre o en la representación de su figura. Solo nos falta disfrutar del autor y de su obra.


Una vida novelesca

La vida de Cervantes se podría presentar como la trama de una novela protagonizada por un hombre que conoció los ambientes cortesanos, se enroló en el ejército, fue soldado herido, prisionero por el que se pedía un rescate que ni él ni su familia podían pagar, planeó fugas de su cárcel de Argel, fracasó en todas, regresó a España con más penas que alegrías de su gloria soldadesca, tuvo una hija con una mujer y se casó con otra mucho más joven que él, pasó quince años pateando Andalucía a mayor beneficio de la Hacienda real, como proveedor y recaudador de impuestos, con riesgo cierto de ser pateado o de padecer el castigo de la excomunión.

Los lugares de la trama biográfica no han de pasar desapercibidos.  Los apuntados pareciera que lo abarcaran casi todo, pero añadamos que viajar en el séquito de un cardenal a Roma no es cualquier cosa si el cardenal forma parte de un reino que domina Europa y gran parte del mundo conocido, que Roma es la capital del gran poder religioso y militar y económico del papado, que el ejército en el que se enrola defiende un imperio, que cinco años de cárcel marcan una vida, que quince años recorriendo lugares, pueblos y ciudades al servicio de una hacienda que pagaba tarde y mal tanto al comisario real como a los lugareños perfeccionan el conocimiento sobre la condición humana. Y Sevilla.

Sevilla o la capital del mundo conocido. En los años que Cervantes vivió en Sevilla (los últimos quince del s. XVI), la ciudad llegó a tener 150.000 habitantes (París, Londres, Nápoles y Sevilla, las ciudades europeas más pobladas). Era el centro del comercio con las Indias o lo que es lo mismo, el centro financiero y comercial más importante del Imperio. Una ciudad portuaria, en pleno boom inmobiliario, por la que circulan oro y plata traídos en galeones cuyos pecios aún hoy nos maravillan, mercancías de enorme valor por su novedad y exotismo y por el material que lo componían, ese material con el que se construyen los sueños del ser humano, tanto de quien ya todo lo recibió en la cuna como del que aspira a llegar al mejor puerto. No había, entonces, mejor puerto que el de Sevilla.

Sabemos de su afición al juego y a las tabernas, nada raro en un hombre de su tiempo. Queda escrito para llamar la atención de nuevo sobre los lugares. Sitúan esa trama biográfica novelesca de quien lleva más kilómetros por los caminos de la vida alejada de los palacios y de las academias que por los que llevan a la gloria literaria o al prestigio social. Añádanse los meses en la cárcel de Sevilla, que no es cualquier cosa. El paisaje de la ciudad transcurría entre la mierda abundante de sus calles y la gloria de su mayor iglesia con su Giralda, coronada, entonces, con el campanario y el monumento a la Fe de su veleta (Giraldillo), o la lonja de mercaderes (el Wall Street de la época, hoy Archivo de Indias) o el mejor hospital europeo durante mucho tiempo (el de las Cinco Llagas, actual Parlamento andaluz), o el Ayuntamiento, o…

El paisanaje pululaba entre la miseria y la opulenta aristocracia, entre judíos y moros conversos y cristianos viejos y nuevos, vigilados siempre y todos ellos por la Inquisición, entre negros (esclavos) y gitanos, entre militares, curas y monjas (muchos conventos), entre la ortodoxia religiosa imperante y la heterodoxia clandestina del convento de San Isidoro del Campo (Santiponce), lugar de peregrinación hoy para creyentes protestantes… Y los buscavidas.

En una ciudad donde no había término medio entre la miseria y la opulencia, transitaba una población que llegaba y se iba o permanecía durante un tiempo indeterminado buscándose la vida por lo legal o por lo marginal. Alguno de los lugares que, según leemos en el Quijote, aún no había conquistado el rey se localiza en el callejero sevillano. Así que lo mejor y lo peor de la delincuencia tenían en Sevilla su domicilio habitual.

En las tabernas, en las partidas de naipes, en las calles, en los caminos, en el papeleo, en los pleitos, en la cárcel, encontramos al hombre que lleva la gloria del idioma español en su nombre. También en su complicada vida familiar, en las frustraciones del escritor que en la poesía solo encontró que la naturaleza no le había dado la gracia que él se empeñaba en buscar y que en el teatro sufrió el huracán Lope.

Sus contemporáneos, si se dignan escribir sobre él, le dedicarán palabras despectivas. Así lo hizo Lope que afirmó que no había poeta tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote.

Quizás Cervantes tuvo la tentación de pedir al autor de más éxito del momento una poesía laudatoria para el prólogo del Quijote, pero la respuesta no hubiera sido difícil adivinarla. Si Cervantes se lo pidió a alguien más, en ese prólogo no encontraremos ninguna. Cervantes sustituyó esas tópicas poesías por alguna tan hilarante como la que Babieca escribe a Rocinante. No sería extraño que hubiera convertido la ofensa de un no en una delirante burla de la tradición, pues en ello encontraríamos la marca de la casa cervantina.

Toda su peripecia vital estalla en los últimos dieciséis años de vida en una obra que se publica en ese tiempo: las dos partes del Quijote, las Novelas ejemplares, las Ocho comedias y ocho entremeses y el Persiles póstumo.

Unas líneas más para su biografía. La lejanía del tiempo condiciona al lector o a la lectora actuales. Tampoco ayudan los libros de texto, porque son libros de texto, ni que se confunda el reconocimiento con la santificación. La biografía acerca a los seres humanos, nos acerca ese Miguel nacido en 1547 a las penas y alegrías de quien nació en 1956 o en 2001, y, además, si la vida del Miguel de 1547 tiene contenidos de una novela o película de aventuras, el interés por el nombre insustituible en los libros de texto reunirá a un público interesado, expectante.  

¿Quién puede resistirse a ese final en el que el protagonista triunfa cuando la primera parte del Quijote se convierte en un bestseller, que se traducirá inmediatamente al inglés, y que lo llevará a la gloria literaria por los siglos de los siglos?

Cervantes muere y ya nadie olvidará su nombre ni el del señor don Quijote.


Disfrutar del Quijote sin prejuicios

Sólo la ignorancia y el miedo impiden disfrutar de las más célebres obras cervantinas. Una y otro los ha fomentado el sector académico ultraortodoxo que convierte a los clásicos en estatuas de mármol y sus obras en textos sagrados. Pero, sin prejuicios, los caminos para disfrutar del Quijote son diversos. Por ejemplo:

Aquellos populares dibujos animados con una canción pegadiza en los créditos; la versión para televisión, lamentablemente incompleta, dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón; la versión en castellano actual de Andrés Trapiello; la canónica de Rico, incluido su apabullante aparato crítico; el capítulo 11 de la serie El Ministerio del Tiempo, donde se ha de resolver el conflicto del robo del manuscrito del Quijote; el magnífico documental Cervantes y la leyenda de don Quijote de Canal Historia al alcance de un tecleo en Youtube; o la adaptación al cómic, perdón, a la novela gráfica, de Rob Davis.

Y el mapa de los caminos se extiende sin límites y siempre cabe en la mano del curioso lector o de la lectora atenta.

No que hay que preocuparse si no entendemos el castellano de Cervantes. Él tampoco entendería el nuestro. Ni comprendería casi nada de las más afamadas novelas contemporáneas. Le tendríamos que explicar los chistes, las bromas, las ironías, y, cada poco, habríamos de apuntarle qué objeto se nombra o aclararle cómo se organiza nuestra sociedad, o ilustrarle sobre los medios de transporte y la vestimenta, etc. Es decir, estamos en igualdad de condiciones. El lector del siglo XXI necesita un prólogo y algunas aclaraciones al leer una obra del s. XVII. ¿Y qué? También al comenzar la proyección de La guerra de las galaxias nos leen unas líneas que contextualizan la historia.

Con la ayuda imprescindible para comprender cualquier obra que no sea contemporánea, sólo nos queda disfrutar con don Quijote y Sancho de sus aventuras, desventuras, diálogos y reflexiones. Dos personajes que reconoceremos inmediatamente. Y no necesitamos leer el Quijote del tirón, además. Es un manantial que ha provisto de vida a varios siglos de literatura de todo tipo y a cualquier modo de narración. Reconocemos en seguida a esos dos personajes porque han sido el modelo de otros muchos y diversos. Repasamos las parejas antitéticas que han protagonizado películas y novelas y nos vamos desde el Gordo y el Flaco a Sherlok Holmes y Watson, o los cómics de Mortadelo y Filemón, Astérix y Obélix…

Las obras clásicas nos han provisto de todos los elementos que el ser humano necesita para una de sus necesidades vitales: contar historias en las que se manifiestan sus pasiones, anhelos, miedos, alegrías, amores, en todas sus formas y situaciones. Es decir, nos han provisto de lo más primitivo de nuestros sentimientos con toda su complejidad para convertirlos en universales. Por eso es fácil acercarse a don Quijote y a Sancho. Son universales. Les conocemos, además, aunque no hayamos leído una sola línea de la novela que protagonizan, a través de todas las criaturas de ficción que engendraron.

El Quijote no es una novela prisionera de la estructura de un planteamiento, de un nudo y de un desenlace. Si leemos la obra de principio a fin, la disfrutaremos. Pero como los materiales que la componen son tan heterogéneos y tan ricos, tan sencillos por separado y tan complejos en el conjunto, disfrutaremos también con dos páginas o con un capítulo o con tres.

Picasso
El conocido episodio de los molinos de viento, él sólo, podría aparecer en cualquier antología del relato y la causa de que a sus contemporáneos les provocara la carcajada es la misma que hoy nos la provoca la torpeza y los aspavientos de cualquiera ante los artefactos modernos. Y cualquiera entiende el significado simbólico de esos molinos porque el lenguaje popular lo ha hecho suyo para aludir a las peleas inútiles contra nuestros fantasmas, miedos y obsesiones.

En esa antología del relato, incluiríamos el episodio de los batanes. El episodio concluye con la vergüenza de don Quijote y Sancho al haber pasado miedo por una tontería y la vergüenza añadida de Sancho por haberse cagado en los calzones. Se mezclan ingredientes infalibles para provocar la atención y la risa: el miedo y lo escatológico; el miedo ajeno, claro, y la mierda y la vergüenza también ajenas.

Buena parte de las aventuras de los dos protagonistas acaban con golpes y trompazos, que contrastan con las elevadas intenciones de don Quijote y con su propio lenguaje, adecuado, sí, a sus nobles propósitos, pero ridículo, como su vestimenta, mientras lo apalean o están a punto de apalearlo o acaban de hacerlo.  La sucesión de escenas de estas características las reconoceremos sin dificultad porque el cine, los dibujos animados y el cómic nos han familiarizado con ellas y han utilizado el mismo contraste entre el resultado humillante de la paliza con el noble fin que la motivó o entre la vestimenta elegante de los apalizados (el Gordo y el Flaco van impecablemente vestidos y Mortadelo y Filemón llevan, respectivamente, pajarita y camisa blanca, y cuello alto con lazo y traje negro) y la vulgaridad de la situación.

No hay, en fin, casi nada en el Quijote que no identifiquemos con gran facilidad. Compartiremos la risa que provocaba en los lectores de su tiempo y también toda la tristeza que deja esa carcajada por las desventuras de unos personajes a quienes querremos en esos diálogos que nos recordarán tantas conversaciones con nuestros amigos: sobre nuestras ilusiones y buenos propósitos, y las promesas y esperanzas que nos hacen emprender los trabajos de cada día; sobre esa muchacha, que no sabe nada del escondido amor de nuestro amigo, a la que solo él ve como cumbre de toda belleza; sobre las cosas prácticas de la vida, y sobre la realidad cruel que vapulea en cada revuelta del camino nuestros sueños más inocentes.

Antonio Saura
El repetido objetivo de Cervantes al escribir el Quijote de burlarse de las novelas de caballerías quedó superado a medida que el autor escribía, pues hace siglos que la obra hubiera perdido cualquier interés porque el género, tan popular en su momento, se agotó y quedó en manos de la más escondida erudición. Pero la moda en nuestro tiempo de obras como El señor de los anillos o Juego de tronos, la pervivencia de personajes como el rey Arturo y sus caballeros, princesas y reinas, la fantasía de esos mundos, aceptada sin dificultad por parte del público contemporáneo, sobre todo, el más joven, nos aproximan sin dificultades a ese propósito inicial de Cervantes, al lado grotesco de ese Alonso Quijano que quiere imitar a los personajes de sus obras favoritas, y comprenderemos sin problemas mayores a quienes nada más publicarse acogieron la obra entre carcajadas.

El final nos emocionará, nos conmocionará, aunque solo fuera esa la página que hubiéramos leído.

¿Cómo se consigue con materiales aparentemente tan simples una obra maestra? Ya se ha hablado de la universalidad de los elementos que componen la trama de la novela. Con la promesa de no alargar este artículo, esbozo dos respuestas más a la pregunta. Por un lado, el talante cervantino, que prefiere el ligero florete de la ironía a la pesada espada del sarcasmo, que saca siempre a sus personajes del ridículo para colocarles de nuevo en el camino con la dignidad precaria de cualquier ser humano; por otro lado, el cómo está contada, su revolucionaria técnica narrativa.

Así como el vagabundo de Chaplin acababa los desastres de cada episodio de su vida con una sonrisa, un encogimiento de hombros, unas vueltas rápidas a su inútil bastón e iniciando un nuevo camino, todas las derrotas de don Quijote y Sancho acaban reiniciando el camino, con diálogos entre uno y otro que equivalen a los gestos de aquel vagabundo que nos trae la risa también con una nube acuosa en los ojos.

Los párrafos dedicados a la biografía de Cervantes tenían sentido para comprender que el aprendizaje vital le enseñó a mirar la vida con la distancia de la ironía y con la cercanía de quien reconoce a los suyos -y empatiza con ellos- en las tabernas, en las posadas, en los transitados caminos, en quien para sobrevivir le echa pulsos a la vida perdiéndolos todos.
Si hay ironía, no habrá  moralejas. Ni siquiera en la purga de los libros de caballería que habían trastornado a don Quijote, según los biempensantes cura y barbero, ama y sobrina, se arrojan a la hoguera todos los del género. Algunos se salvan. Siempre se salvará alguien o no se condenará a nadie. Si hay ironía, no encontraremos simpleza. Por eso con materiales de construcción pobres, populares, se levanta un coliseo literario.

Aunque saltemos a otra novela, el ejemplo es irresistible: a la banda de malhechores mandada por Monipodio la veremos con los ojos de dos truhanes, Rincón y Cortado, que serán rebautizados como Rinconete y Cortadillo para gloria de nuestra literatura.

Así vistos por dos de los suyos, no encontraremos más que la extrañeza de los nuevos cofrades por el monopolio de Monipodio y su pasmo por las diversas tareas que tienen encomendadas los variopintos miembros de aquella cofradía. En el patio de Monipodio los conoceremos y sabremos de sus fechorías sin que falten la recogida devoción ante una imagen alumbrada en el patio, la comida, el cante y el baile.

Sin olvidarse de los vínculos entre los buenos, que diría Lázaro, y la delincuencia organizada, Cervantes no añade una voz tonante en la narración para avisarnos de los peligros de una sociedad corrupta, ni para condenar a esa banda reunida en el patio de Monipodio, ni para mal decir de Rinconete y Cortadillo. Sin moraleja, con buen humor, con la ironía del narrador, que es la voz de esos dos muchachos, concluye la novela.

Cierro el paréntesis sobre esta breve novela recordando que en ella Cervantes rompe el desarrollo de la trama basado en el planteamiento, nudo y desenlace, ruptura que la novela experimental de los años 60 del s. XX convertirá en el Santo Grial. El patio de Monipodio es un lugar de paso, conocemos personajes que aparecen y desaparecen, y de quienes continúan hasta el final no sabremos cómo siguen sus vidas como tampoco supimos su origen, excepto lo que Rincón y Cortado se cuentan cuando se conocen y presentan el uno al otro. Con rasgos similares, en 1925 John Dos Passos publicará Manhattan Transfer.

La sencillez de los elementos que componen la trama del Quijote contrasta con la complejidad técnica de la narración, que jamás se convertirá en una trampa mortal para el lector. Nos importa el cómo, la técnica, porque las soluciones que aporta Cervantes las utilizará hasta nuestros días cualquiera que se ponga a contar una historia, sea mediante la palabra, sea mediante la imagen.

Sustituyan las ventas manchegas por los bares de carretera, mecanicen las monturas y tendrán los fundamentos de una road movie. Los pasajes dialogados, los cambios de registro en el lenguaje o esa historia dentro de la historia, ¿les han parecido modernísimos al leer el Quijote o no les han sorprendido porque ya están habituados? ¿Alabaron el ingenio de Woody Allen porque ustedes veían en una pantalla La rosa púrpura del Cairo y, en una escena que se desarrolla en un cine, de la pantalla de ese cine salta al patio de butacas un personaje que dialoga con una espectadora?

En la segunda parte, don Quijote y Sancho se encuentran con personajes que les reconocen como protagonistas de la primera parte de la obra ya publicada con éxito. También comentarán la edición apócrifa firmada por Avellaneda.

La importancia del diálogo en el Quijote es tanta como en las películas del mencionado Allen o en las novelas del argentino Manuel Puig, que, además, en El beso de la mujer araña (1976) intercalará narraciones sucesivas que son las películas que un recluso le cuenta al otro y nos presentará dos protagonistas antagónicos, que se influirán mutuamente.

¿Les ha interesado alguna vez el narrador, la voz que cuenta la historia? Si nos le ha interesado, deberían, porque la historia cambia mucho según quien la cuente. Y esto no sólo ocurre en la ficción. En la vida real, sabemos por experiencia que un mismo hecho puede ser completamente diferente según la persona que nos lo cuente.

Pues bien, la historia de don Quijote comienza con una voz en primera persona que narra la historia de un personaje del que ya han hablado otros, sabios de La Mancha que se interesaron por él. Enseguida se acaba esta parte porque no hay más documentación, hasta que un día el narrador encuentra unos papeles casualmente. Se interesa por ellos porque le dicen que trata de un tal Quijano y busca quien se los traduzca porque están escritos en árabe.

Así que la mayor parte del Quijote es una obra traducida del árabe cuyo autor es Cide Hamete Benengeli. En ocasiones el narrador inicial comenta la obra traducida. Este juego de voces en la novela, a las que hay que añadir las que narran las historias intercaladas (ficción dentro de la ficción), ha derribado para siempre los muros de la narrativa. El género ha quedado abierto, libre. El primer software libre de la historia.

Cualquier disculpa es buena para leer a Cervantes. Si las celebraciones del cuarto centenario de su muerte levantan una ola de curiosidad, bienvenidas sean: no teman, no les ahuyente esa leyenda negra de oscuridad que rodea a los clásicos Si a los estudiantes no les queda más remedio porque les toca en la programación del curso, tampoco teman, ni les ahuyente esa leyenda negra de oscuridad que rodea a los clásicos. Habrá un profesor o una profesora que les conducirá por los caminos (accesibles y amenos) que llevan a Cervantes.



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