domingo, 21 de febrero de 2016

Alberto Méndez, el más famoso autor desconocido

  • ‘Los girasoles ciegos’ prosigue su reconocimiento universal como obra maestra 12 años después de la muerte de su autor
Alberto Méndez
Fue editor, empresario, guionista, traductor, comunista, pescador, cocinero, fabulador en cafés clandestinos, vital, iconoclasta, lector contumaz, agitador universitario… Pero muy pocos sabían que Alberto Méndez(Madrid, 1941-2004) también pergeñaba cuentos que a nadie quería leer y urdía en silencio, como un secreto indescifrable y valioso, en la caja del tesoro bajo siete llaves de su terror discreto a no ser entendido.
Sabía lo que se traía entre manos con aquellos relatos que llevaban el hilo coherente de la nobleza y la ignominia, a partes iguales, bajo el epígrafe de cuatro derrotas: las historias, mitad autobiográficas, mitad hijas de realidades ajenas, que compusieron su única obra maestra, Los girasoles ciegos (Anagrama), y que han impactado ya a más de medio millón de lectores en todo el mundo.
Un libro que se defendió sólo desde el principio. Cuando Jorge Herralde lo editó, Méndez apenas pudo saborear su éxito. Murió meses después de verlo en la calle y antes de recibir el Premio de la Crítica, el Nacional de Narrativa o de saber queRafael Azcona y José Luis Cuerda lo llevarían al cine y que un enorme puñado de editores en 16 países, lo convertirían en un fenómeno de impacto global.
Tampoco que 10 años después de su muerte se celebraría un congreso sobre el libro en Zúrich –organizado por las profesoras Itziar López Guil y Cristina Albizu- y que esas actas formarían un volumen que acaba de publicar Antonio Machado Libros. Su amigo, también editor, librero y distribuidor, Miguel Visor, fue de los pocos que acompañó a Méndez en su aventura literaria hasta el final. “Pocas semanas antes de morir, le llamé y le dije que estaban a punto de lanzar otra edición de su libro. Me mandó a la mierda. Creía que se lo decía para animarlo. ¡Pero era verdad!”. Visor y su amigo Alberto Corazón se encargaron de convencer a Herralde de que lo publicara. “No costó nada. En 48 horas dijo que sí”, comentan ambos.

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