Cristina Morales (Lectura fácil, Anagrama) y Elisa
Victoria (Vozdevieja, Blackie Books) rompen
convencionalismos sociales y literarios. Para ello rasgan las páginas de sus
novelas con voces narrativas singulares (cuatro mujeres discapacitadas, Morales,
y una niña, Victoria), muy difíciles de manejar pues corren el riesgo de la
inverosimilitud o de la caricatura involuntaria, o incluso del rechazo del
lector. Mantienen la tensión del riesgo a lo largo de sus novelas entre las
voces elegidas para narrarlas y la escritura, que Morales, en particular, maneja
en registros muy diversos, muy ricos y con muchísimo sentido del humor. El
humor es común en ambas. Lo manejan con una naturalidad y habilidad asombrosas.
Voces de mujeres
Cristina Morales da voz a cuatro mujeres en Lectura fácil. Morales asume una
propuesta arriesgadísima en el fondo y en la forma. Como narradoras consigue
que las cuatro voces suenen diferentes, que distingamos a cada una de ellas
cuando habla, y, como personajes, que mantengan una evolución coherente con
cada una de sus personalidades. Se llaman Nati, Patri, Marga y Àngels.
Comparten un piso tutelado. Con mayor o menor grado han sido diagnosticadas
como discapacitadas intelectuales.
Cristina Morales arriesga
mucho al elegir el punto de vista desde el que nos va a contar la historia de
estas cuatro mujeres. Elisa Victoria también arriesga al elegir el punto de
vista de una niña de nueve años. Ninguna cae en los tópicos que falsean la vida
infantil o la de cuatro adultas discapacitadas. Ninguna de las dos novelas nos
cuenta vidas ejemplares. Morales respeta el punto de vista de los personajes
narradores. Deja hablar a esas cuatro mujeres y las deja hacer sin idealismo ni
condescendencia. Por eso, traslada verosimilitud, credibilidad; por eso, no
acabamos la novela satisfechos con la atención institucional a las
discapacitadas, o con la tranquilidad de que se han resuelto los conflictos
planteados, o contentos por la integración, o recompensados por una buena labor
social. Morales no pretende que el lector o la lectora acaben la novela en paz
sino en una revuelta emocional, individual y colectiva, y política. Todo ello
después de una lectura apasionante.
Desarraigadas física y
socialmente, pues comparten un piso tutelado por los servicios sociales (un no
lugar), las protagonistas y narradoras participan en los programas de
integración oficiales. Morales lo cuestiona todo, va a la raíz de los
conflictos o de las situaciones –por eso es radical-, bien a través del
discurso de las narradoras (Nati teoriza, verbaliza) o de sus actuaciones
(Marga trasgrede, lo hace), o bien a través del lenguaje, como veremos, o del
metalenguaje y la metaliteratura (la novela que escribe Àngels).
De la crítica radical no se
salvan ni las políticas de izquierda institucionalizadas que pueda representar
Ada Colau, un personaje real en la ficción, ni un modelo de integración como
Pablo Pineda, otro personaje real en la ficción, síndrome de Down cuyo mensaje
se disecciona como si presenciáramos una autopsia y también el de la película
que protagonizó con éxito, Yo también
(2009). Para esta disección, en otra muestra de recursos narrativos y de
dominio de los registros lingüísticos, Morales introduce la forma y el lenguaje
de los fanzines de grupos sociales alternativos, más o menos anarquistas. La
actualidad y la sociedad están presentes en la novela sin que la condenen a un
presente efímero, lo cual es mérito de la autora.
Morales demuestra un dominio
extraordinario de los registros de la lengua. Da voz propia a cada una de las
narradoras, por eso sabemos sin dudarlo quién de ellas tiene la palabra. Utiliza el lenguaje de los boletines
oficiales para mostrar las contradicciones y falsedades de las políticas
sociales; o el lenguaje burocrático
–siempre políticamente correcto- para resaltar su artificialidad; o la insustancialidad
del lenguaje de quienes ejercen el poder, aunque presuman de no ejercerlo, que
utilizan el lenguaje del poder, aunque lo disimulen, que son peones –monitores- de un poder superior que pretende
integrar, nunca liberar. No falta el humor, pues Morales maneja la ironía y
tiene una gran habilidad en burlarse de esos lenguajes utilizando su estilo, su
jerga, sus eufemismos. Hace lo mismo con
el lenguaje del contrapoder. Aunque parezca increíble, consigue momentos
hilarantes con la transcripción de las actas de asambleas okupas, por ejemplo.
Lectura
fácil es una novela de hoy –pero, ojo, no solo para hoy-, pues
no hubiera sido posible que esas cuatro mujeres fueran las protagonistas en
otro momento. Paradójicamente, el sistema, tan cuestionado en la obra, ha hecho
posible que ellas tengan voz en estos momentos. Y, paradoja sobre paradoja, la
autora, que participa en lo que se llaman grupos antisistema, ha sido
reconocida por el sistema con el premio Herralde (2018) y con el Nacional de
Narrativa (2019). Lectura fácil es un premio para la literatura española.
Voz
de niña
La voz de una niña de nueve años convertida en la voz
narradora levanta sospechas y temores provocados por el rechazo previo de esa
literatura infantil dominante: convencional, correcta, apta para los parámetros
de un público adulto que evita cualquier conflicto vinculado con la infancia,
que idealiza esta etapa de la vida, que extiende “lo educativo” al ocio
infantil con toda la carga pedagógica, didáctica y moralizante.
Viene a la cabeza de
inmediato el expurgo de la biblioteca de don Quijote. Los argumentos que el
cura y compañía dan para arrojar a la hoguera los libros “dañadores” no
difieren mucho de los que siempre se han dado, mutatis mutandis, para censurar, quemar o retirar libros a lo largo
de los siglos. El camino de las buenas intenciones puede estar empedrado al
mismo tiempo de mojigatería y de totalitarismo sin que sepamos distinguir entre
unos adoquines y otros. Antes de expurgar bibliotecas, quizá se podrían
reinterpretar algunos cuentos tradicionales que tuvieron inicialmente un fin de
aviso a niños y niñas de los peligros que les rodeaban en unas sociedades que
les trataban muy mal. Recordemos que no hubo un texto universal vinculante que
les protegiera hasta que la ONU aprobó la Declaración de los Derechos del Niño
en 1959. Por otro lado, ¿dónde mejor que en la escuela para aprender a leer
críticamente?
Si la narradora infantil
provocaba, antes de la lectura, los prejuicios apuntados, otras tantas dudas
ofrecía la verosimilitud de que lo contara en primera persona. Elisa Victoria
supera también este obstáculo porque, por un lado, construye un personaje
narrador (Marina) de carne y hueso, como los demás personajes de la novela, su
abuela y su madre sobre todos por el papel principal que tienen en la vida de
esa niña, y, por otro lado, porque no nos encontramos ante una vida ejemplar,
y, por lo tanto, no nos tropezaremos ni con moralinas ni con moralejas. A
Marina le gusta leer cómics como El
víbora. Las patrullas que expurgan caperucitas y bellas durmientes
censurarían semejante desviación lectora. La madre pertenecería con todo el
derecho al club de las Malasmadres y la abuela al de las Malasabuelas, si lo
hubiera.
La autora trata al personaje
narrador como a una igual, como a una persona. Así la tratan también los
personajes de la madre y la abuela. Marina es una niña de nueve años, sí, y sus
alegrías y preocupaciones, miedos e incertidumbres son las propias de esa edad
(incluido el sexo). Elisa Victoria consigue crear un personaje por el que
circula la sangre. No es una muñeca que cumple con la normativa de la Unión
Europea sobre muñecas, ni la moldea algún idealismo pedagógico, ni traslada un
mensaje del Buen Fin.
En la idealización de la
infancia por parte de los adultos y en la superprotección de esos seres a
quienes siempre se les ve indefensos e incapaces de casi todo, subyace una
falta de respeto: no se respetan sus opiniones ni se tienen en cuenta
-escuchar, atender y respetar no tienen nada que ver con la satisfacción de
todas sus exigencias y caprichos-, se desprecian sus conocimientos y
experiencias o se minusvaloran sus capacidades, y se les aísla tendiendo una
manta de silencio sobre ellos para que el mundanal ruido no hiera sus tiernos
oídos. Afirma la narradora protagonista: “Los niños no somos mejores que los
adultos, pero a ellos les gusta pensar que sí, que estamos llenos de pureza y
de magia”. Por el timbre de su voz, a Marina le pusieron en el colegio el mote
que da título al libro, Vozdevieja.
Vemos desde los ojos de una
niña una parte de la vida de un grupo de personajes en un barrio obrero de
Sevilla. Elisa Victoria consigue que nos interese su punto de vista, es decir,
su interpretación de la realidad, su curiosidad, sus sentimientos, sus
reflexiones, entre risas y llantos, entre bienestar y malestar, entre
sobresaltos y tranquilidad, entre miedos y atrevimiento.