lunes, 19 de junio de 2017

Capitalismo canalla

  • Dos ensayos publicados con años de diferencia nos ayudan a conocer el planeta económico en el que vivimos: Capitalismo canalla, de César Rendueles, y Algo va mal, de Tony Judt.


Juan Jorganes Díez
“El 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto del mundo junto”. “Veinte personas tienen en España tanto dinero como el 30% de la población”. “El 1% más rico acumula el 20% de la riqueza total de España”. Son titulares de El País, El Mundo y Cinco Días de los años 2015, 2016 y 2017.

En 2013 El País publicó una entrevista a Hans-Werner Sinn, presidente del “influyente y prestigioso” think tank alemán IFO (Information and Forschung), en la que defiende que España, Portugal y Grecia “necesitan una devaluación interna del 30%”. Aunque reconoce que “las devaluaciones internas pueden ser crueles”, el Gobierno español debería aprobar otra reforma laboral que “flexibilice los salarios a la baja” para salir del túnel en 2023. Lo que España necesita es eliminar el salario mínimo y “laminar” el Estado de bienestar. El periodista lo presenta como “controvertido, dogmático, con fama de riguroso”. También enumera a algunos “brillantes economistas” que no están de acuerdo con sus teorías.

Tres conclusiones que han de leerse como tres mandamientos: Una, la distribución tan desequilibrada de la riqueza no provoca que se cuestione el sistema económico que la propicia. Dos, las consecuencias crueles de una teoría no impiden que a su propagandista se le califique de “prestigioso” y “riguroso”. Tres, al existir teorías económicas varias y opuestas, la aplicación de cualquiera de ellas es una opción política e ideológica. Por lo tanto, se ha elegido e impuesto una opción (las teorías neoliberales), cuya aplicación ortodoxa perjudica a millones de personas (paro, precariedad laboral y pobreza) y beneficia al 1%, y no existen alternativas al capitalismo. Amén.

Dos ensayos publicados con años de diferencia nos ayudan a conocer el planeta económico en el que vivimos: Capitalismo canalla, de César Rendueles, y Algo va mal, de Tony Judt.


Algo va mal

El libro de Tony Judt (1948-2010) se publicó en España en 2011 (Taurus). Judt analiza la situación social y económica en Europa y EE UU nada más estallar la crisis de 2008 y las causas de la misma. Su muerte le impidió conocer las verdaderas dimensiones de lo que llamó “el pequeño crac de 2008” y la Gran Recesión que vendría después. Mantendría hoy su asombro por los malos resultados de los partidos socialdemócratas tras la crisis financiera: “han sido a todas luces incapaces de estar a la altura de las circunstancias”. Escribe un socialdemócrata convencido que nos recuerda los éxitos de la socialdemocracia.

En septiembre de 2008, con el estallido de la última crisis del capitalismo aún en los oídos, el presidente de Francia, Nicolas Sarcozy, proponía “refundar sobre bases éticas el capitalismo”. Proclamaba que “Le laissez faire, c'est fini”. Pretendía reunir, antes de que acabara 2008, a “los líderes mundiales” para un nuevo pacto que regulase la economía mundial. Volvía a ser legítimo que los poderes públicos intervinieran en el sistema financiero. Lo hicieron con el dinero de todos para beneficio, como se ha demostrado, de unos pocos. Judt advertía de que la vuelta a la economía keynesiana “no es más que una retirada táctica”. Una retirada táctica al keynesianismo, cabe deducir, para la estrategia de sostener los principios fundamentales del neoliberalismo y afianzarlo como pensamiento único.

En el capítulo “¿Qué hacer?”, Judt comienza con una “defensa de la disconformidad”. La economía ha quedado en manos de un reducido grupo de expertos. A los legos en la materia (la mayoría) que se atreven a oponerse a sus decisiones, se les dice, “como un sacerdote medieval podría haber aconsejado a su grey”, que no les incumbe: “La liturgia debe celebrarse en una lengua oscura, que solo sea accesible para los iniciados. Para todos los demás, basta la fe”.

Si a la mayoría se le hacer sentir que es incompetente para resolver los problemas y que todo está decidido porque no hay alternativa posible, se desentenderá de la gestión de los asuntos públicos. Pero las democracias “solo existen en virtud del compromiso de sus ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos”. La disconformidad establece un diálogo, implica a todas las partes en el debate, elimina los efectos perversos del monólogo dominante.

Dos respuestas más a la pregunta de qué hacer: Una narración moral en la que trasciendan los actos que defendemos; y una narración moral para revertir el individualismo egoísta, para defender ideales colectivos, para “inculcar el sentido de un propósito común y dependencia mutua”, porque “siempre hemos sabido que la desigualdad no es solo preocupante desde el punto de vista moral: también es ineficaz”.

¿El Estado de bienestar ha muerto? ¿La socialdemocracia que puso en pie y mantuvo el Estado de bienestar también ha muerto por inútil? ¿Es más útil para la sociedad un sistema impulsado por el mercado, con un Estado mínimo? Depende, responde Judt, de “qué tipo de sociedad queremos y qué clase de acuerdos estamos dispuestos a tolerar para instaurarla”. Ni Judt ni Rendueles rehúyen la responsabilidad colectiva. La imposición de normas por el poder establecido es un hecho a lo largo de los siglos, sí. La falta de respuestas convincentes de la socialdemocracia y la asunción de parte de las teorías neoliberales anularon cualquier discurso alternativo, cierto. La socialdemocracia se convirtió en social liberalismo para diluirse en acciones ante la crisis que no se diferenciaban gran cosa de las más ortodoxas neoliberales, lamentablemente. Pero “no basta con identificar las deficiencias del sistema y lavarse las manos”. “Tenemos el deber –concluye Judt- de mirar críticamente a nuestro mundo. Si pensamos que algo está mal, debemos actuar en congruencia con ese conocimiento”.

Capitalismo canalla

El libro de César Rendueles se subtitula “Una historia personal del capitalismo a través de la literatura” (Seix Barral, 2015). El autor utiliza libros leídos y anécdotas personales para ejemplificar lo que nos quiere explicar. Como el autor evita cualquier jerga de las disciplinas con las que trabaja (economía y sociología, principalmente), sus 232 páginas se leen con facilidad de un tirón. Lo mismo ocurre con las 220 del libro de Judt.

Empecemos por el final. Para Rendueles “la economía ortodoxa y la política hegemónica son muertos vivientes que se siguen moviendo causando toda clase de sufrimientos”. La buena noticia es que “por primera vez en décadas intuimos la existencia de una salida de emergencia, escarpada y en parte cegada, hacia la democracia radical”.

En los siete capítulos del libro nos ha explicado que las reglas de este juego del capital han sido impuestas y no siempre fueron las mismas. En cualquier caso, las élites dominantes –las que imponen esas reglas- las han defendido como si fueran verdades absolutas, establecidas para permanecer por los siglos de los siglos, ya se tratara del esclavismo en su momento o de las ruletas y tragaperras financieras que sustentan la economía actual.

Pero de la ortodoxia fundamentalista surgieron las grandes crisis capitalistas. Sin ir muy lejos en el tiempo, encontramos ejemplos de esas crisis y de sus terribles consecuencias en la primera mitad del siglo XX: totalitarismos y dos guerras mundiales.

Bajo la ortodoxia neoliberal acabó el siglo pasado y comenzó el actual: “Hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado con una visión delirante de la realidad social, que nos dicen que nada es posible salvo el mayor enriquecimiento de los más ricos”. Las consecuencias de la crisis actual y las soluciones impuestas ya se adelantaron en los primeros párrafos: una minoría acumula patrimonio y riqueza y una mayoría ha de ser “devaluada” vía salarios y ha de perder los beneficios en educación, sanidad o pensiones, que le llegaban por el proyecto de Estado de bienestar iniciado en Europa tras la Segunda Guerra mundial.

Rendueles dedica el capítulo seis a “entender algunos callejones sin salida del proyecto del Estado de bienestar”. Por un lado, se pretendía civilizar el capitalismo salvaje que había traído tanta destrucción y muerte y, por otro, ofrecer una alternativa amable al antagonista que tanta fuerza había adquirido: el comunismo. Esta paz social entre la burguesía y las clases trabajadoras supuso que una mayoría adquiriera un bienestar que jamás había conocido a cambio de renunciar a la “tradición revolucionaria” y de “una aceptación de la vida dañada por el consumo y el trabajo asalariado”. Cuando esa mayoría rozó los límites económicos, sociales y organizativos del Estado de bienestar, el neoliberalismo le presentó una oferta que no estaba dispuesta a rechazar: el capitalismo popular o cualquiera puede hacerse rico.

Vivir como los ricos es el nuevo ideal para millones de personas de la clase trabajadora: “El consumismo borró de la memoria colectiva las consecuencias que había tenido el capitalismo desbocado, la miseria y las decenas de millones de muertos que dejó a su paso”. Se impone un discurso individualista,  que rechaza el igualitarismo y reniega de él. El libre mercado se convierte en el único regidor del mundo, incompatible con un Estado que regule, intervenga, recaude impuestos, redistribuya,  equilibre desigualdades y acote sectores tan importantes como la sanidad o la educación. 

El capitalismo de los malos procederes había regresado invocado por los brujos y santones del neoliberalismo. Como la historia nos ha demostrado una y otra vez, el desastre estaba anunciado. Pasada la conmoción inicial, las soluciones las dictan los mismos ideólogos que lo provocaron, entre la ruindad de culpabilizar a la mayoría empobrecida, porque había vivido por encima de sus posibilidades, y la avaricia que ha permitido al 1% vivir en sus lujosas posibilidades.  Los malos procederes, la ruindad y la avaricia definen al canalla. 

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