Jean-Marie Le Clézio |
Me reveló toda la ferocidad de un mundo. Es justo lo que cada uno de nosotros esperamos nos sea desvelado”. Más en tiempos de penuria, como le ocurrió a él: “Yo fui un niño de la guerra, nací en 1940. Experimenté el hambre, el miedo y la crueldad, algo que me ayudó a comprender Cervantes, pero también el Lazarillo de Tormes”, comenta el escritor.
No fue sin embargo una crueldad gratuita la que le atrajo
hacia sus páginas, sino delicada, en opinión del chileno Jorge Edwards.
“Labrada y construida mediante una trascendente compasión que le lleva a
inventar el realismo mágico antes de que lo hiciéramos de nuevo aquí, en
América Latina. Aquel movimiento, nació en la Cueva de Montesinos, con la
segunda parte del Quijote”.
Eduardo Mendoza, también presente en el Congreso, no ha
sentido nunca mayor placer ante una imposición: “Yo tuve la suerte de que
cambió mi vida al tenerlo que leer obligatoriamente. Quedé rendido desde el principio.
Qué tío más simpático Cervantes, para mí es el buen rollo personificado. Posee
un talento especial para reflejar lo peor del ser humano, pero en ningún
momento lo hace con resentimiento. Pese a haber sido cautivo, herido de guerra,
haber padecido cárcel y no ser considerado digno de favores por parte del
reino, no destila en ningún momento rencor”.
Risa es lo que le viene a la cabeza a Sergio Ramírez cuando
recuerda el primer impacto que sintió al enfrentarse a Cervantes. “Hoy lo releo
y siento la misma carcajada ante los mejores pasajes, me río muchísimo, tanto
que me parecen siempre nuevos”. Pero a ese estallido, Ramírez une otro
ingrediente: “La melancolía. Esa mezcla es para mí, la clave de su maestría. Un
humor que en consonancia con la melancolía y un trato natural de la vida, lo
convierten en irresistible”.
A todo ello une Antonio Skármeta, la amistad: “Esa fue mi
primera revelación”, comenta el autor chileno. “El golpe emocional de descubrir
que ese enorme vínculo puede darse entre dos seres tan dispares, de tan
diferente densidad cultural, como son Quijote y Sancho. Si te fijas, con ello
encontré un tema que después he desarrollado en toda mi obra. No hay más que
fijarse en El cartero y Pablo Neruda”.
No fueron esos dos personajes los que marcaron sin embargo
de principio a Álvaro Pombo. Alumno díscolo y refunfuñante, uno puede imaginar
al joven discípulo de los padres Escolapios en Santander, obligado a leer la
obra maestra de Cervantes: “No era una buena idea, está llena de palabras que a
ciertas edades entorpecen la lectura. Así que fue El licenciado Vidriera la
primera obra que realmente me impactó. Yo también me considero, como él, hecho
de un vidrio frágil y quebradizo”.
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