Ilustración de Eva Vázquez. Babelia-El País |
El español es una lengua muy homogénea, unida en su inmensa
y rica variedad. Una de las lenguas más cohesionadas del mundo. Muy lejos de las
profundas hendiduras que se dan en el ámbito del árabe, del chino o incluso del
portugués. Una lengua unida además por razones culturales y que hace sentirse
hermanos a sus hablantes (algo que quizá no ocurre en todos los ámbitos del
inglés). La Real Academia Española se ha transformado en los últimos decenios,
y ya hace mucho tiempo que abandonó su conservadurismo tradicional en todos los
órdenes, su hispanocentrismo madrileño, su lentitud, su machismo.
Los limones todavía eran amarillos en la edición del
Diccionario de 1992 (a pesar de que en toda América tienen color verde), y el
matrimonio se definía aún en 1970 como algo “de por vida” (aunque el divorcio
estuviera legalizado en muchos países hispanos). Pero la publicación de nuevas
obras en los últimos años ha servido para situar a la Academia en la
modernidad; y la colaboración entre las 22 instituciones hermanas (que serán 23
cuando se incorpore oficialmente la de Guinea Ecuatorial) ha instalado el
panhispanismo en todas ellas.
Aunque todavía quedan algunos tramos por recorrer y avances
por completar, el camino andado durante los últimos decenios por la institución
fundada en el siglo XVIII ha constituido un impulso muy perceptible en todos
los ámbitos del idioma.
La colección de obras académicas se ha ampliado en la última
década hasta conformar una biblioteca de consulta y ayuda que resuelve ya todas
las dudas. El primer gran paso para llenar la nueva estantería del idioma
español lo dan las Academias con la Ortografía de la lengua española en 1999.
No todas participan con la misma intensidad, y ciertos errores dejan entrever
descuidos en la supervisión de algún país que otro; o quizás las prisas. Pero
ahí nació la primera gran obra panhispánica.
La nueva edición del Diccionario dos años después, en 2001,
incorporó a su vez 6.000 americanismos, entre ellos “engentarse” (sentirse
agobiado por una multitud de gente), “achicopalarse” (achicarse, disminuirse
ante algo que consideramos superior) o “trancón” (embotellamiento en Colombia).
Pero aún faltaban muchos más.
Esa colaboración entre las distintas Academias mejorará
luego en el largo proceso que conduce al Diccionario panhispánico de dudas, que
vio la luz finalmente en 2004 y contó no sólo con el apoyo de todas las
Academias, sino también con el respaldo de los principales medios de
comunicación del mundo hispano, que aceptaron hacerlo suyo y seguir sus
recomendaciones. Esta obra recoge asimismo las variedades americanas, aunque
con sensibilidad todavía mejorable en algunos ejemplos.
La antigua gramática de 1931 (llamada con humildad Esbozo de
una nueva gramática española) no se libraba tampoco de aquel hispanocentrismo
de la época, pues apartaba los usos de América del lugar que merecían. Pero eso
también quedó subsanado y mejorado con la imponente Nueva gramática de la
lengua española (2009), así como su edición más llevadera (la Nueva gramática
básica), publicada en 2011.
Las Academias americanas también han hecho su propio trabajo
conjunto, y lanzaron en 2010 el Diccionario de americanismos, que recoge las
distintas variantes del español en aquel continente, con expresión de los
países donde se usa cada término. Reúne 70.000 voces, con 120.000 acepciones.
A partir de ahí, la colaboración entre las 22 instituciones
del español ya casi deja de ser noticia, y entre todas ellas alumbrarán con
normalidad las siguientes revisiones de todas las obras académicas. No sin
polémicas a veces, como las que rodearon a la Ortografía de 2010. Tales
discusiones trascendieron el ámbito de los académicos, porque también se
animaron a entrar en el debate escritores, periodistas, traductores y, por
supuesto, muchísimos hablantes.
La misma expectación rodeó el estreno del último
Diccionario, publicado en 2014. Esta 23ª edición incluye 93.111 entradas
(frente a las 88.431 de la anterior), con 195.439 acepciones; se introdujeron
140.000 enmiendas, que afectaron a 49.000 voces. Y los americanismos (gracias
al trabajo previo de todas las Academias) suman ya 19.000.
Todas estas herramientas han ido cimentando un armazón muy sólido que hoy en día nos permite disponer de una lengua común muy homogénea, cuya
rica diversidad no impedirá nunca que dos hispanohablantes se entiendan a la
perfección entre sí ni que, al mismo tiempo, pasen un rato divertido contándose
sus diferencias léxicas. Poco a poco, todo el mundo hispánico (y España quizá
con más retraso) ha asumido con naturalidad la frase proclamada por el
historiador de la lengua mexicano Antonio Alatorre: “El español es la suma de todas
las maneras de hablarlo”.
Extracto del artículo de Álex Grijelmo publicado en El País
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