viernes, 7 de octubre de 2016

Antología de castillos sombríos, espectros, diablos y pesadillas

Con el sugestivo subtítulo Antología de castillos sombríos, espectros, diablos y pesadillas aparece en librerías un estupendo «bouquet» de historias góticas escritas por autores españoles a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. Son quince relatos en total, todos ellos de carácter gótico-fantástico. Hay escritores consagradísimos (Bécquer, Alarcón, Galdós, Blasco y doña Emilia), consagrados (Estébanez Calderón, Eugenio de Ochoa y Ros de Olano) y raros u olvidados (Urcullu, Pérez Zaragoza, J. A. de Ochoa, Álvaro Gil, Soler de la Fuente, Serrano Alcázar y Jorreto Paniagua).

El hecho de que los raros u olvidados sean mayoría supone una alegría para los lectores aficionados al género, que tendrán la oportunidad de circular por jardines no hollados. Es un buen momento para insistir en la normalización de las letras hispánicas en el terreno de lo maravilloso, lo fantástico, lo terrorífico y lo gótico. Tanto David Roas como Miriam López Santos han publicado últimamente excelentes monografías y han desmontado la vieja teoría según la cual nuestro país desatendió en su literatura la llamada de lo fantástico.

Uno de los mejores relatos fantásticos de la literatura española es «La mujer alta» (1881), de Pedro Antonio de Alarcón, recogido en el libro, que anula en este caso las fronteras entre lo gótico propiamente dicho y lo fantástico «stricto sensu». La diferencia entre el «gothic» inglés de un Walpole o una Radcliffe y el «fantastique» francés de un Potocki, de un Maupassant o de un Villiers estriba en que el «gothic» se sitúa en el límite entre lo posible y lo imposible, y el «fantastique» plantea sucesos aparentemente imposibles que luego tienen una explicación racional.


Los autores de este «Panteón» pasean sus historias por caminos góticos, pero sin renunciar a los senderos fantásticos ni a las rutas de lo maravilloso (este último marbete se emplea para designar aquel tipo de literatura que se sitúa de principio en el territorio de lo imposible y no sale de ahí en ningún momento). Pero lo importante es disfrutar, y uno disfruta mucho con este florilegio de castillos umbríos, de fantasmas y demás horrores, entre otras cosas porque el horror es el «leitmotiv» de la existencia humana y el terror procedente de la literatura es la única vacuna que tenemos para superar ese otro terror de verdad que nos rodea. O, por lo menos, para olvidarlo durante el Tiempo sin tiempo que dedicamos a la lectura de libros como el que ha sido objeto de este comentario.

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