domingo, 12 de junio de 2016

Palabras reinventadas

Ciertas palabras entran en desuso porque aquello que nombran desaparece de nuestras vidas. En muchos casos, se agradece. Por ejemplo, ya no solemos preocuparnos de sabañones, bubas, landres o tabardillos, ante los cuales nuestros bisabuelos debían andarse con mucho tiento.

Messi en el banquillo
Y mientras algunas palabras se iban, otras consiguieron adaptarse a los cambios. Hemos usado una de ellas estos días, gracias a que un juez decidió lo que cualquier entrenador evitaría: sentar a Messi en el banquillo.

Este diminutivo andaba ya por los diccionarios del siglo XVII con la lógica definición de “banco pequeño”. La Academia le incorporó en 1869 una nueva acepción: “Asiento donde se coloca el acusado ante el tribunal”. Hasta 1989 no añadirá que también se designa con esa palabra el “lugar donde esperan los jugadores suplentes y entrenadores, fuera del juego”.

Messi en el banquillo
Los banquillos de hoy en día nos traen a la memoria ese fenómeno curioso que se da con algunas palabras: sus significantes permanecen, los significados cambian. Porque estos banquillos de ahora no son bancos pequeños. Messi declaró desde una silla; y los suplentes de un equipo se acomodan en confortables asientos individuales con respaldo y reposacabezas. Sin embargo, el significante “banquillo” no se ha alterado.

Ese empeño de algunas palabras por mantenerse incólumes mientras cambia la realidad que nombran alcanza a muchos términos. Las plumas con las que se firman los grandes acuerdos ya no son de ave (y por tanto no son plumas). Los caballos del coche no son caballos, ni el coche es ya aquel carruaje. La azafata que asistía a la reina con su azafate (o bandeja) viaja ahora en un avión. Aún decimos que hay que tirar de la cadena (incluso en sentido metafórico) cuando ya sólo accionamos una palanca; y que colgamos el teléfono cuando pulsamos una tecla virtual en la pantalla del móvil. (Una tecla que ya no es una tecla, por otro lado). Llamamos “correspondencia” a las cartas a las que no correspondemos; y “manuscrito” al original que un novelista elaboró en su computadora; la “pizarra” del aula ya no es de pizarra, y apagamos la luz sin echarle agua.

Extracto del artículo de Álex Grijelmo. El texto completo en El País

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