sábado, 28 de diciembre de 2013

La victoria de los libros prohibidos

Ejecución de un libro en Inglaterra, 1661
Hay varias clases de muertes, prohibiciones y resurrecciones literarias: la de los libros que el propio autor una vez creados se arrepiente y no quiere darles más vida; la de los libros que quieren vivir y su escritor lo busca a toda costa, pero alguien, un editor o un amigo, se niega a darles ese derecho; y están los libros que una persona más poderosa, desde un gobernante hasta una institución religiosa o en nombre de la sociedad, busca eliminarlos.
Un brindis por aquellos que no hicieron caso a los últimos deseos de muchos escritores de no dejar vestigios de sus textos. Uno de los primeros fue Virgilio. No se sabe por qué en su testamento ordenó quemar la Eneida, pero, por fortuna, el emperador Augusto ignoró su última voluntad. Veinte siglos después de los hechos que permitieron que el mundo leyera la Eneida, Franz Kafka quemó manuscritos que no le gustaban. Pero luego, su albacea Max Brod no respetó su voluntad y el mundo ha leído El castillo y El proceso.
Un caso en el que se juntan en el autor el impulso de eliminar primero y de publicar después es el de Vladimir Nabokov con Lolita. Un clásico del siglo XX que cuando era un borrador titulado El hechicero Nabokov quiso quemar y su esposa Vera rescató de las llamas. Hasta que el 6 de diciembre de 1953, el autor la terminó para empezar un viacrucis al ser rechazada por cuatro editoriales que la consideraban “inmoral” y muchas cosas más, hasta que, dos años más tarde, logra publicarla en París en Olympia Press, una editorial de obras eróticas. Y en Estados Unidos solo hasta 1958 tras una batalla judicial.
A esos fuegos individuales se suman las hogueras que han prendido y querido prender gobernantes, de todos los niveles, e instituciones religiosas o de cualquier otra índole en nombre del bien común. Desde el mismo Augusto, que un día feliz salvó la Eneida, y otro desdichado ordenó la primera quema masiva de libros en Roma por cuestiones religiosas, hasta el nazismo, los regímenes chinos o los conflictos en los Balcanes o en Irak e Irán. España misma padeció con Francisco Franco decisiones de este tipo cuando recién llegado al poder, que ostentaría durante 36 años, ordenó en 1939 quitar de las bibliotecas las obras de autores “degenerados”.
Episodios sombríos y asombrosos que tienen un capítulo en la literatura porque varios escritores han novelado dichas experiencias. Entre las más recientes están Balzac y la joven costurera china, de Dai Sijie; El librero de Kabul, de Asne Seierstad, y Lolita en Teherán, de Azar Nafisi.
¿Acaso están las ideas políticas, religiosas o morales con intereses particulares por encima del arte? Leer más


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