- El cónsul español en Washington ha sido destituido por un comentario ofensivo que había hecho en su Facebook sobre el atuendo y la forma de hablar de la presidenta de Andalucía.
¿Cuánto hay de sesgo económico en
la crítica social a un acento? Cuando explico a mis alumnos la historia de la
lengua española, tengo ineludiblemente que acercarme a esa pregunta. Los
castellanos prestigiaron el modelo toledano de hablar mientras Toledo fue
influyente. Si los españoles de hoy dicen aún que el modelo de buen hablar
español está en Valladolid y en Madrid es porque ambas han sido capitales de
España. El hecho de que en Sevilla surgieran en el siglo XVI fenómenos hoy tan
extendidos por América como el seseo o la desaparición de vosotros tiene que
ver con la capacidad de disidencia lingüística frente a la corte que tuvo la
cabeza de Andalucía en la fértil época del comercio indiano, cuando en el
puerto de Sevilla atracaban los barcos de América. A mayor capacidad económica
de un lugar, más prestigio lingüístico tienen sus rasgos. La gente empieza a
hablar distinto, inicia un cambio en la lengua, pero solo consiguen difusión
hacia arriba y terminan llegando al habla estándar los fenómenos que resultan
prestigiosos porque están respaldados por un núcleo de poder económico o
social.
Todos hemos imitado el acento de
algún hablante de español alguna vez. La cuestión con el andaluz, sin embargo,
rebasa la de los otros acentos que enriquecen la pronunciación (y también la
gramática y el léxico) del español general, ya que ha sido tristemente común
utilizarlo como arma de denigración al adversario político (¿cómo vas a
gobernar bien si hablas andaluz?), como rasgo identificativo de una clase
social baja (la asistenta de la serie de turno es siempre andaluza) y como
forma de hablar incapaz de usarse para contenidos serios (aunque seas Premio
Príncipe de Asturias, si hablas andaluz, lo que dices es gracioso). ¿De quién
es la responsabilidad de estos hechos? Seguramente los andaluces hemos
consentido demasiado y seguramente las instituciones han consentido demasiado:
hasta lo que sé, es la primera vez, con el cese de este cónsul tan sin gracia,
que se castiga políticamente a quien menoscaba la forma de hablar andaluza, y
hay que felicitar al ministro de Asuntos Exteriores, el jerezano Alfonso
Dastis, por la determinación ejemplarizante de su decisión.
Claro que en el español de
Andalucía hay rasgos que tienen poco prestigio, y los primeros que los
consideramos vulgares somos los propios andaluces, que los usamos en los
entornos informales y no en la tribuna pública. He impartido miles de horas de
clase en la Universidad de Sevilla hablando con el acento que tiene una
sevillana de mi edad, y en ese acento va incluida la alteración de la s, pero
no el rotacismo (alcalde > arcarde) que seguramente empleo cuando estoy relajada
en un ambiente amistoso. Por cierto, también me entendían en las universidades
de Tubinga y Oxford los alumnos extranjeros a los que di clase, que agradecían
notablemente que alguien les hablase en la norma de pronunciación más próxima a
América, a donde miraban (más que a España) como horizonte profesional. En el
andaluz, como en otras variedades, hay un estándar más o menos tácito, que es
el que en general emplean políticos y periodistas cuando hablan en público.
No tienen cabida en el
estereotipo andaluz que algunos se empeñan en perpetuar el primer gramático del
español, el sevillano Nebrija, ni los ocho premios Nobel de Literatura (de
once) que proceden de la zona donde se habla la norma meridional (América o
Andalucía).
Extracto del artículo de Lola Pons Rodríguez,profesora de Historia de la Lengua en
la Universidad de Sevilla, publicado en El País.
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