- Dos ensayos publicados con años de diferencia nos ayudan a conocer el planeta económico en el que vivimos: Capitalismo canalla, de César Rendueles, y Algo va mal, de Tony Judt.
Juan Jorganes Díez
“El 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto
del mundo junto”. “Veinte personas tienen en España tanto dinero como el 30% de
la población”. “El 1% más rico acumula el 20% de la riqueza total de España”.
Son titulares de El País, El Mundo y Cinco Días de los años 2015, 2016 y 2017.
En 2013 El País publicó una entrevista a Hans-Werner Sinn, presidente del
“influyente y prestigioso” think tank
alemán IFO (Information and Forschung),
en la que defiende que España, Portugal y Grecia “necesitan una devaluación
interna del 30%”. Aunque reconoce que “las devaluaciones internas pueden ser
crueles”, el Gobierno español debería aprobar otra reforma laboral que
“flexibilice los salarios a la baja” para salir del túnel en 2023. Lo que
España necesita es eliminar el salario mínimo y “laminar” el Estado de
bienestar. El periodista lo presenta como “controvertido, dogmático, con fama
de riguroso”. También enumera a algunos “brillantes economistas” que no están
de acuerdo con sus teorías.
Tres conclusiones que han de
leerse como tres mandamientos: Una, la distribución tan desequilibrada de la
riqueza no provoca que se cuestione el sistema económico que la propicia. Dos,
las consecuencias crueles de una teoría no impiden que a su propagandista se le
califique de “prestigioso” y “riguroso”. Tres, al existir teorías económicas
varias y opuestas, la aplicación de cualquiera de ellas es una opción política
e ideológica. Por lo tanto, se ha elegido e impuesto una opción (las teorías
neoliberales), cuya aplicación ortodoxa perjudica a millones de personas (paro,
precariedad laboral y pobreza) y beneficia al 1%, y no existen alternativas al
capitalismo. Amén.
Dos ensayos publicados con años
de diferencia nos ayudan a conocer el planeta económico en el que vivimos: Capitalismo canalla, de César Rendueles,
y Algo va mal, de Tony Judt.
Algo va mal
El libro de Tony Judt (1948-2010) se publicó en España en
2011 (Taurus). Judt analiza la situación social y económica en Europa y EE UU nada
más estallar la crisis de 2008 y las causas de la misma. Su muerte le impidió
conocer las verdaderas dimensiones de lo que llamó “el pequeño crac de 2008” y
la Gran Recesión que vendría después. Mantendría hoy su asombro por los malos
resultados de los partidos socialdemócratas tras la crisis financiera: “han
sido a todas luces incapaces de estar a la altura de las circunstancias”.
Escribe un socialdemócrata convencido que nos recuerda los éxitos de la
socialdemocracia.
En septiembre de 2008, con el
estallido de la última crisis del capitalismo aún en los oídos, el presidente
de Francia, Nicolas Sarcozy, proponía “refundar sobre bases éticas el
capitalismo”. Proclamaba que “Le laissez
faire, c'est fini”. Pretendía reunir, antes de que acabara 2008, a “los
líderes mundiales” para un nuevo pacto que regulase la economía mundial. Volvía
a ser legítimo que los poderes públicos intervinieran en el sistema financiero.
Lo hicieron con el dinero de todos para beneficio, como se ha demostrado, de
unos pocos. Judt advertía de que la vuelta a la economía keynesiana “no es más
que una retirada táctica”. Una retirada táctica al keynesianismo, cabe deducir,
para la estrategia de sostener los principios fundamentales del neoliberalismo
y afianzarlo como pensamiento único.
En el capítulo “¿Qué hacer?”,
Judt comienza con una “defensa de la disconformidad”. La economía ha quedado en
manos de un reducido grupo de expertos. A los legos en la materia (la mayoría)
que se atreven a oponerse a sus decisiones, se les dice, “como un sacerdote
medieval podría haber aconsejado a su grey”, que no les incumbe: “La liturgia
debe celebrarse en una lengua oscura, que solo sea accesible para los
iniciados. Para todos los demás, basta la fe”.
Si a la mayoría se le hacer
sentir que es incompetente para resolver los problemas y que todo está decidido
porque no hay alternativa posible, se desentenderá de la gestión de los asuntos
públicos. Pero las democracias “solo existen en virtud del compromiso de sus
ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos”. La disconformidad establece
un diálogo, implica a todas las partes en el debate, elimina los efectos perversos
del monólogo dominante.
Dos respuestas más a la pregunta
de qué hacer: Una narración moral en la que trasciendan los actos que
defendemos; y una narración moral para revertir el individualismo egoísta, para
defender ideales colectivos, para “inculcar el sentido de un propósito común y
dependencia mutua”, porque “siempre hemos sabido que la desigualdad no es solo
preocupante desde el punto de vista moral: también es ineficaz”.
¿El Estado de bienestar ha
muerto? ¿La socialdemocracia que puso en pie y mantuvo el Estado de bienestar
también ha muerto por inútil? ¿Es más útil para la sociedad un sistema
impulsado por el mercado, con un Estado mínimo? Depende, responde Judt, de “qué
tipo de sociedad queremos y qué clase de acuerdos estamos dispuestos a tolerar
para instaurarla”. Ni Judt ni Rendueles rehúyen la responsabilidad colectiva. La
imposición de normas por el poder establecido es un hecho a lo largo de los
siglos, sí. La falta de respuestas convincentes de la socialdemocracia y la
asunción de parte de las teorías neoliberales anularon cualquier discurso
alternativo, cierto. La socialdemocracia se convirtió en social liberalismo
para diluirse en acciones ante la crisis que no se diferenciaban gran cosa de
las más ortodoxas neoliberales, lamentablemente. Pero “no basta con identificar
las deficiencias del sistema y lavarse las manos”. “Tenemos el deber –concluye
Judt- de mirar críticamente a nuestro mundo. Si pensamos que algo está mal,
debemos actuar en congruencia con ese conocimiento”.
Capitalismo canalla
El libro de César Rendueles se subtitula “Una historia
personal del capitalismo a través de la literatura” (Seix Barral, 2015). El
autor utiliza libros leídos y anécdotas personales para ejemplificar lo que nos
quiere explicar. Como el autor evita cualquier jerga de las disciplinas con las
que trabaja (economía y sociología, principalmente), sus 232 páginas se leen
con facilidad de un tirón. Lo mismo ocurre con las 220 del libro de Judt.
Empecemos por el final. Para
Rendueles “la economía ortodoxa y la política hegemónica son muertos vivientes
que se siguen moviendo causando toda clase de sufrimientos”. La buena noticia
es que “por primera vez en décadas intuimos la existencia de una salida de
emergencia, escarpada y en parte cegada, hacia la democracia radical”.
En los siete capítulos del libro nos
ha explicado que las reglas de este juego del capital han sido impuestas y no
siempre fueron las mismas. En cualquier caso, las élites dominantes –las que
imponen esas reglas- las han defendido como si fueran verdades absolutas,
establecidas para permanecer por los siglos de los siglos, ya se tratara del
esclavismo en su momento o de las ruletas y tragaperras financieras que
sustentan la economía actual.
Pero de la ortodoxia
fundamentalista surgieron las grandes crisis capitalistas. Sin ir muy lejos en
el tiempo, encontramos ejemplos de esas crisis y de sus terribles consecuencias
en la primera mitad del siglo XX: totalitarismos y dos guerras mundiales.
Bajo la ortodoxia neoliberal
acabó el siglo pasado y comenzó el actual: “Hemos entregado el control de
nuestras vidas a fanáticos del libre mercado con una visión delirante de la
realidad social, que nos dicen que nada es posible salvo el mayor
enriquecimiento de los más ricos”. Las consecuencias de la crisis actual y las
soluciones impuestas ya se adelantaron en los primeros párrafos: una minoría
acumula patrimonio y riqueza y una mayoría ha de ser “devaluada” vía salarios y
ha de perder los beneficios en educación, sanidad o pensiones, que le llegaban
por el proyecto de Estado de bienestar iniciado en Europa tras la Segunda
Guerra mundial.
Rendueles dedica el capítulo seis
a “entender algunos callejones sin salida del proyecto del Estado de
bienestar”. Por un lado, se pretendía civilizar el capitalismo salvaje que
había traído tanta destrucción y muerte y, por otro, ofrecer una alternativa
amable al antagonista que tanta fuerza había adquirido: el comunismo. Esta paz
social entre la burguesía y las clases trabajadoras supuso que una mayoría
adquiriera un bienestar que jamás había conocido a cambio de renunciar a la
“tradición revolucionaria” y de “una aceptación de la vida dañada por el
consumo y el trabajo asalariado”. Cuando esa mayoría rozó los límites
económicos, sociales y organizativos del Estado de bienestar, el neoliberalismo
le presentó una oferta que no estaba dispuesta a rechazar: el capitalismo
popular o cualquiera puede hacerse rico.
Vivir como los ricos es el nuevo
ideal para millones de personas de la clase trabajadora: “El consumismo borró
de la memoria colectiva las consecuencias que había tenido el capitalismo
desbocado, la miseria y las decenas de millones de muertos que dejó a su paso”.
Se impone un discurso individualista,
que rechaza el igualitarismo y reniega de él. El libre mercado se
convierte en el único regidor del mundo, incompatible con un Estado que regule,
intervenga, recaude impuestos, redistribuya, equilibre desigualdades y acote sectores tan
importantes como la sanidad o la educación.
El capitalismo de los malos
procederes había regresado invocado por los brujos y santones del neoliberalismo.
Como la historia nos ha demostrado una y otra vez, el desastre estaba
anunciado. Pasada la conmoción inicial, las soluciones las dictan los mismos
ideólogos que lo provocaron, entre la ruindad de culpabilizar a la mayoría
empobrecida, porque había vivido por encima de sus posibilidades, y la avaricia
que ha permitido al 1% vivir en sus lujosas posibilidades. Los malos procederes, la ruindad y la
avaricia definen al canalla.