- Retrato
de cómo hemos cambiado a través de cuatro decenios de lenguaje coloquial en
España
Álex Grijelmo
Casi nadie dice ya “¡ábate ése!” ni “¡chipén!”, expresiones
conocidas en la España de principios del siglo XX. El lugar de la primera
(formada con el imperativo del verbo “abarse”) ha sido ocupado por “¡ojo con ese!“, “¡cuidado con aquel!”; y el espacio de la segunda acoge hoy a “guay” (a
veces del Paraguay). Del mismo modo, el “haiga” de otro tiempo se convirtió en
un “buga”; y la “gachí” de antaño es hoy un “pibón”. Ahora los tacos se oyen
incluso en los medios informativos, y no son reserva expresiva de los varones,
pero antes cualquier sorpresa animaba a exclamar “cáspita”, “córcholis” o
“caramba” para no decir “carajo” (término considerado entonces malsonante, más
que ahora).
A veces un neologismo sirve para que los integrantes de un
grupo se reconozcan entre sí, de tal modo que nadie puede pertenecer a
determinada tribu si no usa el lenguaje que en ella se ha establecido
tácitamente. Después, el término resultará gracioso o adecuado en otras
colectividades, que lo adoptan como signo de modernidad.
Los años setenta y ochenta alumbraron una eclosión de
vocablos, a menudo salidos del hampa, que dieron por vez primera el salto al
lenguaje general y a los medios de comunicación, antes muy mojigatos.
Uno de los términos que más triunfaron llegó al lenguaje
general desde el cheli (“jerga con elementos castizos, marginales y
contraculturales”), y tiene valor de aviso: “¡Al loro!”. En otras épocas la
prevención consistía en estar “al arma” (se supone que de ahí viene el término
que une las dos palabras), pero con “al loro” se trataba de aguzar los sentidos
y no la munición. Según Mariano Hormigos (Frases,
timos y decires, Ediciones La Librería), en cheli se llamaba “loro” a la
radio; y “estar al loro” significa en un principio hallarse informado, atento a
las noticias; de lo cual se derivará el nuevo sentido figurado de permanecer en
alerta para avisar a los demás si se atisbase un peligro.
La lengua y las jergas de los gitanos han aportado muchos de
esos modismos, alentados por su prestigio como términos que denotaban una
pertenencia alternativa. Del caló procedía, por ejemplo, “fetén” (1984:
“auténtico”, “verdadero”); o “chungo” (1992: “feo”); y también es un gitanismo
“pinrel” (pie) , incorporado por la Academia en 1936 y que se extendió mucho
más en la segunda mitad del siglo XX gracias a la ayuda inestimable del
humorista Forges; por ejemplo, en la expresión “le cantan los pinreles”
(hermana de “le cantan los alerones”, en este caso para nombrar los sobacos).
El “chipén” originario también procedía del caló; y
significaba “así es” o “en verdad”, pero luego tomó el camino de lo ponderativo
para expresar un elogio: “extraordinario”, “fuera de lo común”. Pero como
tantos otros términos de gran éxito en el lenguaje coloquial, su uso se fue
diluyendo. En su lugar surgieron “chachi” y el ya mencionado “guay”: “Esta cerveza
está chachi”, “qué fiesta tan guay”. Y como signo de aprobación se recuperó el
viejo “dabuten” (antiguamente “de buten”). Sin olvidar el nuevo valor adverbial
de “teta” en esa misma familia elogiosa: “Lo pasamos teta”. Seguir leyendo en El País
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