Luis G. Montero |
[…] Un maestro es algo más que un profesor, igual que un oficio
supone algo más que un empleo. El
maestro convierte la información en formación y el trabajo en una vocación. Las asignaturas pasan a formar parte
de un destino, del cumplimiento de una vida. El oficio llega a ser así un
ámbito cívico de compromiso con la sociedad, una continua interpelación, una
alianza con los otros.
En “Recuerdo infantil”, Antonio Machado definió la sensación de tedio que suele penetrar en las aulas, el sufrimiento de las horas muertas: “Una tarde parda y fría / de invierno. Los colegiales / estudian. Monotonía / de la lluvia en los cristales”. […] Las páginas, los horarios, las asignaturas y los días se confunden con un malestar de hastío y agotamiento.
Pero de pronto llegan los maestros y le dan sentido a la palabra saber. Se aprende a escuchar. Las palabras definen una forma de mirar, un modo de negociar con las inquietudes, una energía de vida. Si una obra de arte consigue que nuestros sentimientos coincidan por unos instantes con el mundo exterior, los maestros facilitan que el carácter se transforme en destino. […] Y el poema de Machado que brota en la memoria no tiene ya que ver con la monotonía, sino con los yunques de su homenaje a Francisco Giner de los Ríos: “¡Yunques, sonad! ¡Enmudeced, campanas!”. O también: “Lleva quien deja y vive el que ha vivido”. O: “Sed buenos”.
[…]
Juan Carlos Rodríguez nos enseñó con un soneto de Garcilaso o
con unas liras de San Juan de la Cruz que la literatura es histórica desde su
misma raíz. Aviso para los puristas: tan social es una melancolía como una
novela realista. Una rima en pretérito imperfecto responde a la historia tanto
como una drama ilustrado sobre la necesidad de los matrimonios justos para conseguir
una sociedad feliz. Por eso nos enseñó a concebir la intimidad como un espacio
en el que se juega la emancipación del ser humano. Indagar en uno mismo supone una
forma de compromiso con los demás.
[…]
[…]
Las épocas de
descrédito resaltan lo negativo y juegan con el pesimismo como invitación a la
parálisis. Invisibilizan aquello que debe
mirarse, aquello que merece admiración. Los maestros, que antes han sido discípulos, enseñan a
admirar y nos dan energía para conservar hacia el futuro la herencia que hemos
recibido de nuestros mayores. El tiempo, entendido como aprendizaje y
artesanía, no pasa sólo como las nubes del querido Azorín. Es también un marco
social para los vínculos. El artículo íntegro en InfoLibre
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