Para conocer el pasado o el presente de un país o de un
continente consultaremos una bibliografía que incluirá libros de historia,
sociología o economía. Cientos o miles de páginas satisfarán nuestra curiosidad
y aumentarán nuestro conocimiento. A veces, la literatura consigue similares
resultados mediante unos pocos versos o con unas cuantas novelas. Por ejemplo,
al leer el poema de Antonio Machado ´El mañana efímero´, que empieza con ese verso
tan conocido de “La España de charanga y pandereta”, no solo disfrutaremos de
los valores estéticos, poéticos, sino que dispondremos de una descripción
social de la España de comienzos del siglo XX. Por el XIX iríamos de la mano de
Benito Pérez Galdós. Nada mejor para acercarse a la España imperial que
recorrerla con la novela picaresca y con Cervantes (siempre Cervantes). Los
años recientes de codicia y pelotazo nos los presenta crudamente Rafael
Chirbes.
En una entrevista de InfoLibre (13-X-17), Almudena Grandes
declara: La afirmación de Balzac de que la novela escribe la historia de la
vida privada de las naciones “es una definición inmejorable. El territorio de
la literatura es la emoción, y los vínculos que los lectores crean con los
personajes de un libro que les gusta son mucho más profundos que los que podría
suscitar en ellos la lectura de un libro de historia. La literatura trata al
lector de tú, le cuenta su propia vida. […] Así, en efecto, la novela puede
iluminar la vida privada que transcurre bajo la dimensión pública de la
Historia”.
No olvidemos los buenos libros de
viajes. Siempre es interesante el punto de vista del otro, del extranjero,
sobre nosotros mismos, sobre nuestra sociedad, y es una suerte grandísima
recorrer países y paisajes lejanos gracias a la buena escritura de quien estuvo
allí y supo mirar para contárnoslo (inolvidable El sueño de África, de Javier Reverte).
De África nos separan unos pocos
kilómetros. A sus gentes, sin embargo, les separan de nosotros muros de
cuchillas y un mar que ya es una fosa común. La información habitual sobre ese
continente llega o bien por documentales más o menos antropológicos o con
animales como protagonistas, o bien por los informativos siempre que acontezca
alguna catástrofe. Apenas tendremos la oportunidad de ver unas pocas películas
o de escuchar algunos discos. Resulta más fácil acceder a su literatura.
Algunas novelas se convierten en nuestros ojos para ver África con mirada
africana.
Los ojos de un niño
Con Ngugi wa Thiong´o (Kenia, 1938) y sus memorias Sueños en tiempos de guerra. Memorias de
infancia (Rayo Verde, 2016) recorremos el emocionante y traumático camino
de un niño desde su aldea rural y tradicional a la modernidad. Todo comenzó una
noche, cuando su madre le preguntó: “¿Te gustaría ir a la escuela?”. La escuela
era algo que le quedaba muy lejos, no solo porque le separasen tres kilómetros,
que habría de recorrer andando, sino porque estaba reservada por el elevado
coste de las tasas para quienes provenían de una familia adinerada.
Antes de esa pregunta clave en la
vida del autor –hoy profesor universitario en California- hemos conocido a su
familia, sus conflictos y su vida en la aldea. Lo cual es un privilegio visto
con los ojos de ese niño, porque vamos descubriéndolo todo al mismo tiempo que
él. En nada se parecen las relaciones familiares ni sociales a las de esta
parte del mundo, pero compartimos lo básico y elemental de las necesidades
afectivas del ser humano, los vínculos con la madre y el padre -y sus
diferencias-, con los hermanos y hermanas, los mismos miedos, idénticas
satisfacciones y sueños. Otro tanto se aprecia en las relaciones sociales, sus
jerarquías, conflictos y apoyos imprescindibles.
La escuela comienza siendo un
elemento extraño, “un entorno radicalmente distinto” del que conforma el día a
día de ese niño, como les sucede a todos los niños y niñas del mundo. Empatizamos
con ese niño que se siente como un intruso en la nueva realidad escolar, que
cada vez lo alejará más de su realidad infantil, aunque nunca romperá con ella.
Es más, reafirmará con los años su conciencia africana y la trasladará a su
obra literaria. Ngugi wa Thiong´o sintetiza modernidad y tradición con “un sano
escepticismo hacia ambas”.
Las memorias infantiles de Thiong´o
mezclan la vida cotidiana y la transformación del individuo zarandeado por las
contradicciones de la educación informal (familiar, pequeña sociedad tribal) y
la formal (escuela, sociedad dominante). El cristianismo y el colonialismo
traen el conflicto que llevará a la guerra y antes el que provoca el
adoctrinamiento (el punto de vista de la enseñanza cambia del negro africano al
blanco colonial). La escuela no es solo un proyecto individual. Primero
concierne al grupo social más cercano: “El maestro siempre tenía razón; al fin
y al cabo, dentro del aula sus ojos eran los de toda la comunidad”. Después el
autor amplía el foco y nos lleva al enfrentamiento entre dos modelos de
formación, el africanista y el colonial.
El tren que lo llevará hasta la escuela
secundaria al final de estas memorias de infancia llega con la carga simbólica
de la modernidad mezclada con las emociones contrarias que al protagonista le
provocan separarse definitivamente de su infancia y subirse por primera vez a
ese medio de transporte. “Hazlo siempre lo mejor que puedas y saldrás adelante”,
le reitera su madre en la despedida, lo mismo que le había dicho la primera vez
que fue a la escuela y que le repetía en forma de pregunta incluso cuando traía
buenas calificaciones: “¿Lo has hecho lo mejor que podías?”. Reflexiona
Thiong´o: “Por extraño que parezca, parece más interesada en el proceso que
conduce a las buenas notas que en el resultado propiamente dicho”.
En la separación, madre e hijo
seguían compartiendo el sueño de la escuela, aunque fuera en tiempos de guerra.
Los ojos de una mujer
Mia Couto (Mozambique, 1955) ha escrito poesía (no traducida
al castellano, salvo algunos poemas) y narrativa, tanto libros de relatos (Voces anochecidas, Txalaparta, 2001)
como novelas. En 2013 se le concedió el premio Camoes de Literatura, el más
importante de la lengua portuguesa.
La confesión de la leona (Alfaguara, 2016), su última novela, está
contada por dos narradores: Mariamar, hermana de la última víctima de las leonas
que atacan y matan a las mujeres de Kulumani, una aislada aldea mozambiqueña, y
Arcángel Baleiro, cazador contratado para matarlas. Al final del primer
capítulo, el padre de Mariamar nos presenta el misterio que nos atrapará para
el resto de la novela. Le anuncia a su hija que ella matará al cazador cuando
acabe su misión, y ante su sorpresa le precisa: “Quienes lo van a matar son los
leones que has llamado tú”.
Arcángel Baleiro pertenece a un
mundo ya perdido en el que los Baleiro cazaban, a diferencia de quienes en los
nuevos tiempos llevan escopeta, que matan. Él y ese mundo en el que
representaba la modernidad han envejecido. Llega a Kulumani para su última
cacería, pero es incapaz de ejercer su oficio (“Mis dedos ya no me obedecen,
mis dedos han muerto”). Si ahora no se puede enfrentar a las leonas, en su vida
tampoco ha podido enfrentarse a las mujeres que lo han amado. Sin embargo, en
su adiós de la aldea, despedido por la madre de Mariamar con el encargo de
llevarla a Maputo, sonríe: “Estoy rodeado de diosas. En una y otra parte de la
despedida, en ese desgarro de mundos, son mujeres las que cosen mi historia
desgarrada”.
Mia Couto aprovecha la fuerza
narrativa de la tradición oral en la que desaparecen con naturalidad las
fronteras entre la realidad y la fantasía, y en la que el tono poético añade
intensidad al relato. Esto le permite ampliar el hilo de la trama, ensancharlo
para que la anécdota de unas cuantas mujeres atacadas por leonas se relacione
con la guerra cotidiana de las mujeres (“nosotras, las mujeres, seguimos
despertándonos todas las mañanas para una guerra antigua e interminable”); para
que la guerra civil aparezca en la novela y quede constancia del daño social
más profundo (“En la guerra se mata a los pobres. En la paz, los pobres se
mueren”); y también para que la protagonista nos explique por qué las leonas
atacan a las mujeres sin basarse en el simplismo de unos argumentos racionales.
Couto declaró en una entrevista
publicada en El País (27-IX-13): “En
Mozambique, lo que no se ve es más importante que lo que se ve”. En Mozambique no
es que se viva puro realismo mágico. Es que es “realismo real”. Si para Couto “África
está llena de Macondos”, Thiong´o habla en sus memorias de la infancia de “la
intrincada maraña de lo prosaico y lo trágico, la surrealista normalidad de la
vida cotidiana en el contexto extraordinario de un país en guerra”, de cómo “lo
real y lo fantástico eran una sola cosa” en los hechos, rumores y proezas
alrededor de Jomo Kenyatta y Dedan Khimati, héroes de la rebelión anticolonial.
Mia Couto rompe todos los
estereotipos pues en la amalgama de su novela cada uno de los elementos
mezclados se ha enriquecido con los demás. La novela de aventuras, con leones y
cazador incluidos, se disuelve en la vida cotidiana de Kulumani para superar
los esquemas del género y quebrar el camino fácil de la lectura. El misterio de
las muertes y de las leonas asesinas no se resuelve con una explicación tópica.
La reivindicación femenina no utiliza la exaltación de unos derechos ya
conocidos. Con los ojos de la protagonista vemos la mirada de todas las mujeres,
que atraviesa la opacidad de lo costumbrista, recorre la injusticia ancestral
contra las mujeres desde que dios, que fue mujer, se exilió lejos de su
creación y dejó de parecerse a todas las madres de este mundo, y llega a lo
telúrico y a la divinidad animista, que convive, en armonía o no, con el
cristianismo.
Dos libros para mirarte, África,
gozosamente, a los ojos. Tus ojos, África.