- A propósito del Premio Nacional de Narrativa otorgado extrañamente a un libro de relatos, La habitación de Nona, recordamos otros dos publicados también en 2016 que merecen el premio de una lectura
Juan Jorganes Díez
Los premios nacionales de literatura de 2016 llaman la
atención por dos razones. La primera, que lo hayan ganado mujeres en las tres
categorías de mayor trascendencia pública: Lola Blasco (Literatura Dramática),
Cristina Fernández Cubas (Narrativa) y Ángeles Mora (Poesía). Nunca había
sucedido desde que se crearon los premios en 1977. La segunda, que la narrativa
esté presente con un libro de relatos.
El de Narrativa solo lo habían conseguido
dos mujeres en las convocatorias anteriores: Carmen Martín Gaite (1978) y Carme
Riera (1998). En la literatura, como en otras actividades artísticas o no, la
anormalidad de la presencia femenina nos muestra que más de la mitad de la
población permanece en el cuarto de atrás. ¿Habría que referirse a los premios exclusivamente
por la calidad de las obras elegidas? Solo sobrarían otros comentarios si
hubiera una correspondencia habitual entre el porcentaje de mujeres en la
población, su formación y capacidad, y el reconocimiento de sus méritos al
ocupar los puestos relevantes en las empresas, la Administración, o los premios
literarios. Cuando esto suceda nada importará si el premio fue para una mujer o
un hombre.
Se repite tantas veces que el
relato es un subgénero poco apreciado y que los libros de relatos no venden
porque no tienen el interés del público que cualquiera acabará por creerse que son
verdades incuestionables. Las editoriales y la crítica manejarán datos que
avalen ese lugar común y casi nunca cuestionado. Hablaríamos de cantidades en
las ventas o de prejuicios académicos, porque es difícil mantener cierto desdén
por el cuento si pensamos en nombres como Borges, Cortázar o García Márquez,
que salen sin pensar. Bernardo Atxaga, García Pavón o Quim Monzó, puestos a
elegir un trío peninsular, tampoco exigen rebuscar en los rincones de la
memoria. Surgen seis nombres, así, cuyas obras ofrecen cuanto se le puede
exigir a cualquier gran narración.
A propósito de este premio
otorgado extrañamente a un libro de relatos, La habitación de Nona, recordamos otros dos publicados también en
2016 que merecen el premio de una lectura (aunque nunca se sepa si el lector
premia el libro cuando lo abre o el libro premia al lector cuando cae en sus
manos): La vuelta al día, de Hipólito
G. Navarro y Mágico, sombrío, impenetrable, de Joyce Carol Oates.
Una extraña emoción
En el libro de relatos de Cristina Fernández Cubas (Barcelona, 1945), La habitación de Nona (Tusquets), el
jurado apreció que “mezcla con maestría lo cotidiano y lo fantástico”. Y podría
haber añadido que utiliza con sabio comedimiento el adjetivo para describir lo
fantástico de lo cotidiano y que el tránsito de lo ordinario a lo
extraordinario resulta imperceptible.
La narradora protagonista del
último relato del libro, ´Días entre los Wasi-Wano´, recuerda los días de un
verano “viviendo una extraña emoción que no acertaba a explicarme”. La mezcla de alegría y tristeza, de la risa y
el llanto, de la euforia y el abatimiento, y “un sentimiento hondo e intenso” sirven
para describir un amor adolescente imposible y la fascinación de un niño
(Pedrito) por la historia de otro narrador, su tío Tristán, en la que confunde
realidad y fantasía con la naturalidad con la que los seres humanos las
mezclamos desde la infancia hasta el final de los días. La furiosa decepción
del personaje infantil cuando llega a la conclusión de que todo lo que les
contaba su tío era mentira la compartimos universalmente, pero, como ese
personaje, salvaremos al menos una hoja del cuaderno de la inocencia. Pedrito
guardará un dibujo de su tía Valeria, mitad mujer, mitad jaguar, lanzándose al
río.
Los seis relatos del libro
desarrollan seis tramas diferentes. En todos ellos los protagonistas viven una
extraña emoción que no aciertan a explicarse, un sentimiento hondo e intenso.
De ahí extrae Fernández Cubas la narración con la naturalidad del sustantivo
preciso y la ausencia del adjetivo solemne y vacuo que arruina cualquier
fantasía.
La vuelta del ´arquitexto´
Doce años después Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961) publica La vuelta al día (Páginas de Espuma). Si
el comentario de la obra de Fernández Cubas giraba alrededor de lo cotidiano y
lo fantástico, en los libros de Hipólito G. Navarro tendríamos que añadir el
texto, pues no hay mayor fantasía en su obra que el texto. Desde el título y el
subtítulo (“Más que escribir cuentos lo que me gusta en verdad es imaginar
títulos y subtítulos”) hasta el punto final del final, las palabras, de una en
una o en pequeñas pandillas de oraciones simples o compuestas, bromean y atrapan
al lector. Pero, atención, sus relatos no son fuegos de artificios verbales que
se consumen en la brevedad de un fulgor. Cada relato se construye con la
solidez que aportan los materiales elegidos, su desarrollo y sus arrebatadoras
calidad y calidez. Detrás, claro, tiene que haber un arquitexto.
Conviene distinguir entre los
relatos que buscan atraer con una trama insólita o un final sorprendente, o con
ambos, y los que se demoran en una historia de “eventos consuetudinarios” que
el autor o la autora, como si atendieran la petición del profesor Juan de
Mairena, van poniendo en lenguaje poético. Hipólito G. Navarro participa en el
segundo grupo, obvio resulta escribirlo. Sus hallazgos hay que buscarlos en el
punto de vista novedoso, nunca extravagante, y en el humor, que, aunque siempre
nos distancia de los hechos, el escritor consigue que nos seduzca y nos
implique en ellos y con sus protagonistas.
Los veintiún relatos de La vuelta al día se agrupan en cinco bloques.
En cada uno un mismo hilo hilvana las tramas. Al autor le preocupa que el libro
no se presente como un amontonamiento de relatos, una acumulación variopinta,
valiosos por sí mismos pero extraños entre sí. Quizá a muchos de sus fieles no
nos hubiera importado aliviar al autor del trabajo en la estructura de este
libro con tal de que cayeran en nuestras manos esta veintena y tantos más,
aunque se nos presentaran, descarados, como relatos
sueltos y otros relatos. Las adiciones texticulares
llevan a esto.
Mágico, sombrío, impenetrable
El nombre de Joyce Carol Oates (Nueva York, 1938) aparece en
cualquiera de las candidaturas que se elaboran desde hace años en las vísperas
de la concesión del premio Nobel de Literatura. Quedará irresoluble la duda de
si el premio prestigiaría a la autora o la autora al premio. En 2016 Alfaguara publicó Mágico, sombrío, impenetrable, una
colección de cuentos que no defraudará a quienes les sobrecogió la novela La hija del sepulturero (Alfaguara, 2008).
Su estilo cortante (frases
simples, escasos o nulos adornos adjetivales o retóricos) golpea con la ironía
por un costado (“Una muerte accidental es siempre una sorpresa. Al menos para
el difunto”) y con descripciones o acciones banales por el otro costado para
contarnos, por ejemplo, la muy común visita a un hospital de un adolescente que
acompaña a su abuela para unos análisis (ese el argumento de ´Sexo con una
camella´, primer relato de Mágico,
sombrío, impenetrable) y como el deambular del nieto durante la espera por
los pasillos del hospital se convierte en un viaje iniciático.
En el relato que da título al
libro la entrevista de una estudiante a un célebre poeta comienza con la aparente
intrascendencia de un trabajo estudiantil para una revista universitaria. Con
dos únicos personajes, el poeta Robert Frost y la estudiante Evangeline Fife, línea
a línea todo se vuelve inquietante y en el desigual enfrentamiento entre el
engreído poeta y la nerviosa estudiante los papeles del fuerte y la débil se
cambian.
En la entrevista al poeta, las
reflexiones autocomplacientes de Frost sobre su poesía Fife las contrapuntea con
interpretaciones de la obra que lo desnudan personalmente. Literatura dentro de
la literatura, una irónica y poco amable visión de las máscaras del escritor y
de la interpretación de la obra literaria. Afirma con soberbia Frost que son
los poetas amanerados o los farsantes o fracasados quienes se suicidan, “no los
poetas con la cabeza en su sitio. Un hombre con una mujer y una familia que lo atan a la tierra no va por ahí
pindongueando y acaba matándose”.
Replica Fife: “Pero sus poemas están llenos de imágenes de oscuridad y
destrucción […]. De bosques que son mágicos, sombríos, impenetrables”. Y lo
interpreta: “El poema es, sin duda alguna, sobre el deseo de morir, así como
sobre la resistencia a ese deseo y el pesar por resistirse”. Responde Frost:
“Descubrir en los poemas horribles mensajitos que no existen es como mirar en
un espejo y ver una mujer con cabeza de serpiente que está allí y que tiene el rostro secreto de usted misma”.
La hermenéutica se convierte en
un peligro en manos de una estudiante concienzuda. Sí, pero la cabeza de
serpiente en verdad estaba allí y tenía el rostro de Frost.