Ilustración de Ana Juan |
Los fantasmas siempre han encontrado un resquicio para
fascinar al ser humano. “Aunque existen ejemplos de relatos de fantasmas ya en
el siglo XVIII, como La aparición de Mr
Veal (1706), atribuido a Defoe, el momento de mayor esplendor coincide con
el periodo de auge cultural vivido durante la época victoriana en Inglaterra,
en la segunda mitad del siglo XIX”, recuerda Juan Luis González, uno de los
editores de Valdemar, especializado en el género. Grandes escritores han
alentado esos miedos.
Sombras en España
España no ha gozado de una gran tradición literaria. “Por
varios siglos de rechazo eclesiástico de todo lo fantástico, que compite con lo
sobrenatural, un rechazo muy influyente en el mundo llamado culto...”, lamenta
José María Merino. Pero el escritor y académico destaca ejemplos: en el siglo
XVII, Posada del mal hospedaje, de
Lope de Vega, o el “convidado de piedra” que se lleva a El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina; en el XIX, Maese Pérez el organista, o el personaje
que regresa de El monte de las ánimas,
de Bécquer; en el XX, las Crónicas del
sochantre, de Álvaro Cunqueiro; o Pedro
Páramo, del mexicano Juan Rulfo…”.
No es un género fácil al contar con dificultades para que
sus relatos sean creíbles, revela Cristina Fernández Cubas. Aunque, agrega la
narradora, “pueden resultar auténticas joyas. Y hasta donde la memoria me
alcanza, considero las Leyendas de
Bécquer y algunos cuentos de Pedro Antonio de Alarcón y Emilia Pardo Bazán
auténticos hitos en este mundo oculto. Mundo siempre presente entre los autores
de América Latina”.
Metamorfosis en el
siglo XXI
Esas narraciones de desvelos han estado conectadas con la
moda, y la moda de lo gótico se ha convertido en nicho, explica Roger Clarke,
autor de La historia de los fantasmas:
500 años buscando pruebas (Siruela). Para este investigador “lo que la
gente ha querido son diferentes clases de fantasmas que parecen cumplir
diversas funciones. Ahora es la vuelta de fantasmas a la usanza del XIX, pero
se les ayuda a aceptar que están muertos y a seguir adelante, en lugar de
interrogarlos sobre el más allá”.
El arquetipo se ha entrelazado con el de los zombis y los
vampiros. Para Merino, “los zombis representan a una mayoría inerte y
desmemoriada, capaz de cierta radical y golosa antropofagia, y el vampiro
pertenece a una sanguinaria especie que simbólicamente define muy bien ese
mundo de corrupción sin escrúpulos que crece alimentándose del patrimonio
colectivo para empobrecernos a todos…”.
Historias indisociables de la psicología y la cultura,
afirma González. Parece, añade el editor, que “los miedos colectivos suelen
encontrar su expresión y su catarsis en este tipo de ficción”. Cita, entonces,
a David J. Skal y su ensayo, Monster Show
(Valdemar), “donde muestra cómo ha cambiado el cine y la literatura de terror
desde los años treinta del siglo XX, y la evolución de los miedos”.
Esa metamorfosis de los fantasmas se aprecia, sobre todo, en
la industria audiovisual, como se leerá este otoño en El Imperio del Mal. El cine de terror norteamericano post 11-S
(Valdemar), de Antonio José Navarro. “La industria cinematográfica explota la
inspiración de los géneros literarios”, aclara Baltasar. Y agrega: “El
artificio industrial con sus imitaciones destruye el fundamento de la ficción:
la sospecha de que ahí se alberga algo más verdadero, algo que nos concierne
vitalmente. Justo lo que no encontramos en la industria del entretenimiento”.
En el siglo XXI hay dos clases de fantasmas, asegura Rafael Argullol:
“Los que se mueven en el resquicio de almas errantes y los náufragos que
deambulan por su cuenta. Estos segundos son consecuencia de nuestro tiempo de
perfiles y referencias poco nítidas. En otras épocas, quien andaba perdido
tenía recursos como una ideología, una religión, una filosofía o un pensamiento
colectivo que le encausaba. Hoy, la ausencia de esos referentes nos ha convertido
en seres deslizantes. Estamos infirmitas
a la deriva”.
La procesión de fantasmas no cesa. El penúltimo, desvela
Argullol, “procede de las confusiones entre la realidad y la fantasmagoría. Esa
especie de espectro de mundos virtuales en que vivimos ha creado una forma de
vivir el fantasma”.
Fragmento del texto de WINSTON MANRIQUE SABOGAL. Se puede leer completo en El País
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