Al hablar de sí mismo, Valle-Inclán hizo lo que todas las
personas. Pero hay que admitir que exageró de una forma maravillosa. Fue un
maestro de la teatralización y empezó por él mismo. Así lo demuestra la
admirable biografía La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán (Tusquets,
2015), publicada por Manuel Alberca. Su trabajo minucioso permite desmontar
muchas leyendas extendidas por el autor, sus amigos y sus críticos. Nos permite
también conocer la realidad histórica de unos de los escritores españoles más
admirables del siglo XX.
Feo, católico, sentimental, absurdo, brillante, a veces
hambriento, muchas veces acomodado, pendenciero, orgulloso, rey de tertulias y
de duelos, de la espada y la palabra, buen padre, ciudadano extravagante,
genial escritor, susceptible, injusto, precipitado, bohemio sin abismos,
trabajador infatigable, serio al llevar las cuentas de su casa, cargado de
contradicciones, elaborador de su propia fábula: don Ramón María del
Valle-Inclán.
Valle-Inclán se quedó manco por un bastonazo en una pelea
sórdida de café, una estupidez suya y de Manuel Bueno. La vida hubiese
contribuido a su leyenda haciéndole perder el brazo en una batalla, un duelo o
una aventura con fieras en una selva americana.
La desgracia no fue quedarse
sin brazo, sino sacrificarlo en una historia estúpida, poco digna, un dolor que
humillaba en vez de engrandecer el corazón.
Son paradojas de las invenciones y la realidad. Resulta
llamativo que un escritor de ideología tradicionalista como Valle-Inclán
pudiese escribir obras como Luces de Bohemia o Los cuernos de don Friolera.
Pero el tradicionalismo y la creatividad artística renovadora nunca han sido
incompatibles. Lo demuestran en muy distintas épocas casos como los de Quevedo
o de T. S. Eliot.
Enemigo de los caciques españoles en México, enemigo de
Primo de Rivera, pacifista, partidario del divorcio como derecho cívico aunque
se convirtiese en un problema para él, sublimador de ideales socialistas,
solidario con los represaliados de la Revolución de Asturias, la verdad es que
el descubrimiento del vacío de su viejo tradicionalismo lo condujo a escribir
una obra radical y también a establecer amistad con los sectores más avanzados
de los años republicanos.