Ejecución de un libro en Inglaterra, 1661 |
Hay varias clases de muertes,
prohibiciones y resurrecciones literarias: la de los libros que el propio autor
una vez creados se arrepiente y no quiere darles más vida; la de los libros que
quieren vivir y su escritor lo busca a toda costa, pero alguien, un editor o un
amigo, se niega a darles ese derecho; y están los libros que una persona más
poderosa, desde un gobernante hasta una institución religiosa o en nombre de la
sociedad, busca eliminarlos.
Un
brindis por aquellos que no hicieron caso a los últimos deseos de muchos
escritores de no dejar vestigios de sus textos. Uno de los primeros fue
Virgilio. No se sabe por qué en su testamento ordenó quemar la Eneida, pero, por fortuna, el emperador
Augusto ignoró su última voluntad. Veinte siglos después de los hechos que
permitieron que el mundo leyera la Eneida, Franz Kafka quemó manuscritos que no
le gustaban. Pero luego, su albacea Max Brod no respetó su voluntad y el mundo
ha leído El castillo y El proceso.
Un caso
en el que se juntan en el autor el impulso de eliminar primero y de publicar
después es el de Vladimir Nabokov con Lolita. Un clásico del siglo XX que
cuando era un borrador titulado El hechicero Nabokov quiso quemar y su esposa Vera
rescató de las llamas. Hasta que el 6 de diciembre de 1953, el autor la terminó
para empezar un viacrucis al ser rechazada por cuatro editoriales que la
consideraban “inmoral” y muchas cosas más, hasta que, dos años más tarde, logra
publicarla en París en Olympia Press, una editorial de obras eróticas. Y en
Estados Unidos solo hasta 1958 tras una batalla judicial.
A esos
fuegos individuales se suman las hogueras que han prendido y querido prender
gobernantes, de todos los niveles, e instituciones religiosas o de cualquier
otra índole en nombre del bien común. Desde el mismo Augusto, que un día feliz
salvó la Eneida, y otro desdichado ordenó la primera
quema masiva de libros en Roma por cuestiones religiosas, hasta el nazismo, los
regímenes chinos o los conflictos en los Balcanes o en Irak e Irán. España
misma padeció con Francisco Franco decisiones de este tipo cuando recién
llegado al poder, que ostentaría durante 36 años, ordenó en 1939 quitar de las
bibliotecas las obras de autores “degenerados”.
Episodios sombríos y asombrosos
que tienen un capítulo en la literatura porque varios escritores han novelado
dichas experiencias. Entre las más recientes están Balzac
y la joven costurera china, de
Dai Sijie; El librero de Kabul, de Asne Seierstad, y Lolita
en Teherán, de Azar
Nafisi.
¿Acaso
están las ideas políticas, religiosas o morales con intereses particulares por
encima del arte? Leer más
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