jueves, 28 de febrero de 2019

Ida Vitale, premio Cervantes 2018


  • La poeta uruguaya, de 95 años, es la quinta mujer que recibe el premio



La poeta uruguaya Ida Vitale (Montevideo, 1923) ha sido galardonada con el Premio Cervantes 2018. El considerado como Nobel de literatura en castellano está dotado con 125.000 euros. Inscrita en la tradición de las vanguardias latinoamericanas, Vitale, cuya obra está caracterizada por poemas cortos, una búsqueda del sentido de las palabras y un carácter metaliterario, es representante de la poesía esencialista. El premio valora "su lenguaje, uno de los más reconocidos en español".

Se rompe una regla no escrita. Desde 1996, el Premio Cervantes solía alternar un galardón español con uno latinoamericano. Pero si el año pasado lo recibió el nicaragüense Sergio Ramírez —que este año ha formado parte del jurado— esta edición ha sido para Vitale. Lo recogerá en abril en Alcalá de Henares (Madrid).

“Los españoles están igual de locos que en la época de la conquista”. Es lo que le dijo Vitale a José Guirao, ministro de Cultura, cuando le comunicó esta mañana el fallo. No hay duda de que lo recogerá, ha afirmado el ministro. “Es una mujer que responde como pocas a su apellido”. Fue la reacción de una autora verdaderamente abrumada por los premios que ha conseguido últimamente en España: aparte del Cervantes, en España ha recibido el García Lorca en 2015 y el Reina Sofía en 2016, dos reconocimientos prestigiosos para la literatura en español. Además, la semana que viene recogerá en Guadalajara (México) el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances.

Vitale es la quinta mujer reconocida por este premio que ha sido concedido a 40 hombres. Hasta ahora lo habían recibido las españolas María Zambrano (1988) y Ana María Matute (2010), la cubana Dulce María Loynaz (1992) y la mexicana Elena Poniatowska (2013). Además, teniendo en cuenta que este año no ha habido Premio Nobel de Literatura, el reconocimiento cobra especial relevancia para el mundo de las letras.

Considerada miembro de la llamada Generación del 45, junto con Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti, estudió Humanidades y se dedicó a la enseñanza. Fue profesora de Literatura hasta 1973, cuando la dictadura la obligó a exiliarse en México durante una década (1974-1984).

En su larga carrera literaria ha escrito: La luz de esta memoria (1949), primer poemario al que le siguieron Palabra dada (1953), Cada uno en su noche (1960), Paso a paso (1963), Oidor andante (1972), Jardín de sílice (1980), la antología Fieles (1976-1982), Elegías en otoño (1982), Entresaca (1984), Parvo reino (1984), Sueños de la constancia (1988), Serie del sinsonte (1992), Procura de lo imposible (1998), Reducción del infinito (2002), Plantas y animales (2003), o El Abc de Byobu (2005).

En septiembre de 2010, publicó en España Mella y criba (poemario). Entre sus ensayos, destacan Arte simple (1937), El ejemplo de Antonio Machado (1940), Cervantes en nuestro tiempo (1947), La poesía de Basso Maglio (1959), M. Bandeira, C. Meirles y C. Drummond de Andrade: Tres edades en la poesía brasileña actual (1963), La poesía de Jorge de Lima (1963), La poesía de Cecilia Meireles (1965). Más


La palabra

Expectantes palabras,
fabulosas en sí
promesas de sentidos posibles,
airosas,
            aéreas,
                        airadas,
                                   ariadnas.

Un breve error
las vuelve ornamentales.
Su indescriptibles exactitud
nos borra.

Poema extraído de su libro Oidor andante (1972)

miércoles, 27 de febrero de 2019

"Escribes para no andar a gritos"


  • Francisca Aguirre, Premio Nacional de las Letras 2018
  • El jurado la ha elegido “por estar su poesía (la más machadiana de la generación del medio siglo) entre la desolación y la clarividencia, la lucidez y el dolor"


El jurado que le ha concedido el premio la describe como “la más machadiana de la generación de los años cincuenta” y a ella le parece, sencillamente, “bien”. Sobre todo lo de machadiana. Lo de las generaciones le da un poco igual: “Nunca quise formar parte de ningún club”. Tampoco, explica, siente que ahora se haga justicia con ella ni que el galardón la sitúe donde no quisieron situarla las antologías canónicas: “No me he sentido relegada”. A su lado, su hija, la también poeta Guadalupe Grande, le lleva la contraria. Un poco: “Este premio servirá para reivindicar la herencia de todas esas voces femeninas que fueron quedando de lado. A veces dos veces: por ser mujeres y por estar exiliadas”. “Eso sí”, concede Francisca Aguirre, que en 1939 cruzó la frontera francesa huyendo de las tropas franquistas. Todavía recuerda que su padre, policía republicano y pintor, le contó que a la vez cruzó Antonio Machado: “Luego leímos su poesía y nos quedamos chiflados”. Aguirre habla en plural señalando un retrato en la pared: es su marido, Félix Grande, que murió en 2014, una década después de recibir el mismo galardón que acaba de recibir su esposa. “Félix era un poeta magnífico. Él, Guadalupe y yo nos leíamos lo que íbamos escribiendo. Éramos implacables y amorosos”.

          “Escribo de lo que he vivido”, explica sin más. Autora de 11 libros de poemas que caben en un volumen de 600 páginas, Francisca Aguirre se estrenó tarde como poeta. Fue en 1971 con Ítaca. Y con 41 años. Ese arranque tardío, su talante discreto —“No soy vanidosa”— y el carácter autobiográfico de lo que escribe –“Hablo conmigo misma”-, la llevaron a seguir su marcha sin preocuparse de que el ambiente fuera, durante años, poco propicio a las mujeres y a la memoria histórica. Ella iba a lo suyo: “Escribes para no andar a gritos y para no volverte loca. La poesía tranquiliza. A mí me ayuda. El mundo es injusto pero el lenguaje es inocente. El poder de las mujeres es tener la oportunidad de decir que no. Por eso es tan importante la educación, la independencia. Queda mucho por hacer porque la desigualdad sigue siendo enorme: entre hombre y mujeres, entre ricos y pobres…”. En 2011, el Premio Nacional de Poesía concedido a Historia de una anatomía (Hiperión) puso el foco sobre una autora que respondió al anuncio de aquel premio preguntando al portavoz del jurado si no se habían equivocado de persona. El texto completo

'YA NADA PODRÉIS'

Ya nada podréis,
porque la fuerza no estaba en
vosotros, estaba en mi debilidad.
Nada conseguiréis
abandonándome, porque el vacío no era vuestra ausencia
sino mi necesidad de compañía.
Cuando llaméis
tendréis mi corazón a mano, como siempre
Ahora
el mundo se ha amueblado
con la delicadeza de lo mínimo
con la tierna disposición de lo posible.
Y todo es una patria extensa y manual,
un alfabeto misterioso
con el que estoy nombrando, recreando
reviviendo de nuevo el universo.

Poema del libro Los trescientos escalones (1976)



viernes, 1 de febrero de 2019

Un libro es un paisaje


  • El lector abandona su identidad para transformarse en uno de los personajes de la peripecia narrativa, a veces en el mismísimo protagonista.


Juan José Millás
Un libro es un paisaje: el que contemplas con asombro a izquierda y derecha mientras progresas por las oraciones gramaticales que lo componen como por una senda abierta en el bosque. El proceso por el que la materialidad de la letra impresa se convierte en una sustancia mental, capaz de transformarse a su vez en imágenes que lo mismo nos llevan a la intimidad de una alcoba que a la cubierta de un ballenero, es un enigma semejante al del misterio eucarístico, pues si en la misa, mediante las palabras pronunciadas por el cura, el pan y el vino se convierten en el cuerpo y en la sangre de Cristo, en la novela, gracias a un conjunto de sustantivos, adjetivos, etcétera, adecuadamente combinados, el lector abandona su identidad para transformarse en uno de los personajes de la peripecia narrativa, a veces en el mismísimo protagonista.

Lees, por ejemplo, esta frase: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”, y eres arrancado del sofá, o del asiento del autobús, o de la cama en la que te encuentras con Cien años de soledad entre las manos. Continúa