- Alaa al Aswany utiliza dos edificios de El Cairo para contarnos la vida de dos grupos de personajes. Uno vive en el edificio Yacobián y el otro trabaja en el Automóvil Club de Egipto. La literatura nos permite mirar Egipto con los ojos de un egipcio
Juan Jorganes Díez
Los edificios y los personajes
relacionados con ellos nos trasladan la sociedad cairota del siglo XX. El autor
maneja con grandísima habilidad lo individual y lo grupal. Con un personaje
colectivo se corre el riesgo de que las acciones individuales se diluyan y se pierdan
y de que las colectivas se simplifiquen o resulten lineales; sin embargo, con
Al Aswany habremos pasado las páginas con la misma expectación por los
acontecimientos relacionados con tal o cual personaje que por lo que concierne
al grupo o a la comunidad de la que forman parte. Siempre estarán presentes los
lugares que les vinculan, con toda la fuerza simbólica que justifica que den
título a las dos novelas.
Al Aswany usa recursos del
folletín: acciones y peripecias abundantes, sucesos insólitos, melodrama, algún
personaje malísimo que concentra todos los vicios del poder despótico y algún
personaje buenísimo que padecerá injusticias o desgracias. Los personajes
trasladan el conflicto social. No se resuelve, pero quedan a la vista los elementos
que lo componen.
El personaje colectivo de
ambas novelas es El Cairo, la sociedad cairota. Los personajes se cruzan en lugares
que representan el poder y la estratificación social (el Automóvil Club de
Egipto) o coinciden en un edificio que representa su patria, injusta, también
estratificada, vetusta (el edificio Yacobián). Desde las páginas de una novela
y otra vemos la sociedad cairota, sus conflictos superficiales y los más
profundos. Conoceremos, así, la historia reciente de Egipto y comprenderemos
los sucesos de los últimos años, que llamaron la atención del mundo.
La plaza Tharir concentró en
2011 toda la ira acumulada del pueblo y el deseo imperioso de cambiar el estado
de las cosas. Egipto protagonizaba otro episodio de lo que se ha llamado primavera árabe, un movimiento
revolucionario iniciado en Túnez y que tuvo en Egipto su gran momento por la
importancia del país y porque supuso la caída del presidente Mubarak, en el
poder desde 1981. Al Aswany se involucró en esta revuelta, desde la calle y
desde las tribunas periodísticas.
Se opuso al Gobierno de los
Hermanos Musulmanes, salido de las urnas tras el derrocamiento de Mubarak. Lo
explicó en su artículo Egipto ante el
fascismo [1].
Concluye así: “Los nobles principios islámicos solo pueden aplicarse mediante
un auténtico Estado laico y abierto a todos los ciudadanos, cualquiera que sea
su ideología o su religión. La democracia es la solución”. La democracia es la
solución, sí, pero Egipto vivía la paradoja de inaugurar la democracia con la
victoria de un grupo religioso (Hermanos Musulmanes) que la utilizaba para imponer
sus creencias. Los egipcios habían cambiado a un tirano por otro, pensó Al Aswany,
así que defendió el golpe militar que derribó el Gobierno de los Hermanos
Musulmanes. Y se implantó la tiranía militar y a ella se opuso. Defensor de la
revolución, del cambio integral del sistema, sus esperanzas de que se
conseguiría a través de las urnas, primero, y, después, de que los militares
rectificarían los desmanes religiosos de los Hermanos Musulmanes han acabado en
una frustración tras de otra; las mismas frustraciones, quizá, que las de quienes
se echaron a la plaza Tahrir un 25 de enero de 2011, declarado Día de la Rabia
por la oposición, y consiguieron echar a Mubarak tres semanas después.
Exiliado en EE UU, un
tribunal militar egipcio ha procesado a Al Aswany por “insultar al jefe del
Estado e incitar al odio contra el régimen” [2].
Nada relacionado con los sucesos
de la plaza Tahrir, la caída de Mubarak, y lo ocurrido después aparece en las
páginas de estos libros que comentamos (su próxima novela se ambienta en esos
días). Aunque no son novelas de tesis, ni contienen moraleja, en una y otra
encontraremos casi todo lo que necesitamos saber para comprender el estallido
de Tharir. La literatura nos permite mirar Egipto con los ojos de un egipcio y
de nuevo, gozosamente, a los ojos de África.
Una
esperanza oculta
Cuesta abandonar la lectura de El Automóvil Club de Egipto (Penguin Random House, 2015). El autor
mete a sus personajes en una trama y subtramas en las que no falta ninguno de
esos ingredientes que abren el apetito lector. La supervivencia diaria de los
pobres, las injusticias sociales padecidas por personajes queridos, el honor
perdido de una familia pobre y honrada, el asesinato de su patriarca, la
humillación, la prostitución masculina, la trastienda de un local elitista, el
machismo, una malcasada que se rebela, un rebelde bueno, una rebelión con la
incertidumbre del éxito o del fracaso, conspiraciones, venganzas… Ayuda el
lenguaje sencillo, eficaz para presentar la realidad más escabrosa, elegante en
sus alusiones y elusiones, efectivo en las acciones y en la presentación de los
numerosos personajes.
Al Aswany mantiene el pulso
narrativo para que sigamos sin dificultad el desarrollo fragmentado de la
novela. Nunca nos perderemos en el entramado de personajes y acciones. Retomamos
con avidez la historia de tal personaje interrumpida capítulos atrás y, al
mismo tiempo, deseamos continuar con la que ahora se detiene. Todos los
personajes están relacionados. Como en la vida real, los hechos u omisiones
personales generan reacciones en círculos concéntricos o en espirales, o trazan
una curva elíptica que se estrella en la nuca del punto de partida.
El club es una representación
del país. El rey, dueño y señor, solo se preocupa de sus placeres terrenales y
de mantener sus privilegios (retrato del rey Faruk, aunque nunca aparece su
nombre, derrocado en 1952 por un golpe militar con el que Nasser alcanzaría el
poder). Delega en un chambelán despótico y cruel (Kuu) el gobierno de los
trabajadores del club (el pueblo), que les sirven a él y a la élite cairota sometidos
por las leyes de la servidumbre. El director británico del club (James Wright) nos
recuerda la presencia colonial, entendida como “una obligación” de “Gran
Bretaña, o cualquier país europeo civilizado,” para “extender la civilización
entre los pueblos salvajes”.
Al-Aswany intercala un
narrador en tercera persona con la primera persona de dos personajes, los hermanos Saliha y Kamel Abdelaziz Hamam. El objetivo
amplio del narrador en tercera persona se cierra en esos dos personajes y algún
motivo tendrá el autor para ello. ¿Por qué el autor quiere que conozcamos los
sentimientos e ideas de esos personajes expresados por ellos mismos?
Lo único que le sobra a la
novela es la metaficción inicial. Aunque nos da una pista de la importancia de
estos dos personajes en una novela de la que hemos escrito que tiene un
personaje colectivo, resulta prescindible el subrayado de las primeras páginas
(en literatura con el subrayado se menosprecia al lector). Dos personajes se
presentan en la casa a la que se ha retirado el autor para concluir la novela. Le
reclaman expresarse ellos directamente. Un juego narrativo que nos recuerda,
claro, a Pirandello y a Unamuno [3]. Conseguirán, así, tener
una voz propia en la narración dos personajes jóvenes que se enfrentan al statu quo: Saliha y Kamel.
Saliha ejemplifica el
sometimiento de la mujer egipcia. En sus dudas ante el matrimonio que le
proponen su padre y su madre porque conviene a la familia y en la rebelión contra
el maltrato de su marido, con todas las consecuencias personales, familiares y
sociales que le trae abandonarlo, viven el silencio de las mujeres que sufren y
callan y el grito de las insumisas. Su hermano Kamel toma conciencia de la
situación política de su país al entrar en la universidad y decide implicarse.
“Quiero hacer algo por Egipto”, será su respuesta a la pregunta de por qué se une
a la oposición política al régimen. Pero lo general se refuerza con lo
particular: su hermana maltratada y su padre humillado y asesinado impunemente.
Además entrará a trabajar en el Automóvil Club y será testigo de las serviles
relaciones laborales y de los conflictos entre los mismos trabajadores provocados
por la represión cruel y el miedo a la rebelión. Saliha y Kamel se nos
presentan como la esperanza oculta para cambiar el estado de las cosas.
La
azotea o por qué odiamos Egipto
Publicada con grandísimo éxito años antes, El edificio Yacobián (Maeva, 2007) transcurre
tiempo después de El Automóvil Club de
Egipto. No hay otro vínculo entre los dos libros que El Cairo, incluido
su club automovilístico. No hay personajes comunes ni tramas cuyos orígenes se
expliquen en la siguiente novela. Se pueden leer, por lo tanto,
independientemente, aunque, leída una, será difícil no caer en la tentación de
leer enseguida la otra.
Además del personaje
colectivo, las dos novelas comparten la estructura narrativa fragmentada. El edificio Yacobián se divide en dos
partes. Cada una se compone de tramos más o menos breves que el autor entrega
al lector con habilidad para mantener la avidez lectora y para que componga,
fragmento a fragmento, la pieza mayor completa.
En las primeras páginas
leemos la historia del edificio Yacobián. Apenas tres páginas contienen la
información necesaria para saber qué ha ocurrido en el país desde que en 1934
un millonario armenio, que dio nombre al edificio, tuvo la idea de construirlo hasta
el presente de la novela (la guerra del Golfo tras la invasión de Kuwait por Irak en agosto
de 1990 y la intervención de una coalición internacional al mando de EE UU en
enero de 1991). En el edificio Yacobián vivió “la flor y nata de la sociedad de
aquellos días”, ministros, aristócratas, industriales, millonarios… En la
“inmensa azotea” se construyeron dos habitaciones para los porteros y sus
familias y tantos trasteros como pisos. “Pero el año 1952 la Revolución lo
cambió todo”. Se fueron los judíos y los extranjeros. Los oficiales del
Ejército “se apropiaron de los pisos vacíos”. En la azotea se establece una
comunidad que no tiene que ver con el resto del edificio. Una comunidad que “no
tardó en parecerse a cualquier otra comunidad popular egipcia”.
En la azotea malviven los
personajes que protagonizan la novela. Para sobrevivir han de renunciar a sus
principios morales o religiosos y han de convivir con la frustración de los
sueños perdidos. Ceder, por ejemplo, al acoso sexual de sus jefes a cambio de
trabajo y de un mísero dinero extra, en el caso de las mujeres, o casarse con
un hombre al que no aman, incluso que no conocen, y mucho mayor que ellas. O,
al ser pobre o el hijo de un portero, toparse con el muro de la corrupción y
del clasismo si se pretende progresar en los estudios y después acceder a un
puesto de trabajo.
Queda claro cuál es el papel
de las mujeres en la sociedad egipcia, antes y después de la Revolución: sometida
siempre al varón. En los dos libros encontraremos personajes femeninos que se
rebelan contra el machismo imperante. Lo pagan con el repudio familiar y
social. Pocas reciben una recompensa por su rebeldía.
Bausayna le explica “con amargura”
a quien será su esposo -querido-, un hombre mayor y rico, “por qué odiamos
Egipto”. El resumen de sus argumentos lo encontramos en las palabras de un periodista
homosexual (otro personaje rebelde): “por la corrupción, la dictadura y la
injusticia social”.
El
hedonismo se muestra como una rebelión contra las normas establecidas, sean
religiosas o impuestas por la tradición, o sean una mezcla. Pero el machismo,
la injusticia y la desigualdad social se manifiestan también en las relaciones
sexuales compradas o forzadas (el jefe con una trabajadora, el marido con su
esposa), o disimuladas (las homosexuales). La libertad individual y la libertad
colectiva van unidas. Los personajes que las separan ejemplifican la hipocresía
o el abuso de poder o el machismo, o las tres cosas a la vez.
En El edificio Yacobián la oposición
política al régimen se encauza a través de los grupos religiosos extremistas.
Leeremos los discursos de los jefes religiosos musulmanes, la captación de
adeptos, la propaganda de la guerra santa (yihab).
Si los Hermanos Musulmanes triunfasen, ya sabemos que una tiranía religiosa
sustituiría a otra tiranía. La novela se
publicó en árabe en 2002. Quedaba lejos aún 2011 con las manifestaciones de la
plaza Tharir, el derrocamiento de Mubarak y la convocatoria de las primeras
elecciones libres. Las ganaron los Hermanos Musulmanes [4].
[3] En
una entrevista con Alfonso Armada (
Abc,
5-10-15), Al Aswany reconoce la referencia de Pirandello, pero afirma que
desconoce
Niebla, y se interesa por
esta obra de Unamuno. Estudió dos años
en el Centro Cultural Español de El Cairo y vivió en España entre 1990 y 1992.