Álex Grijelmo
La palabra “puta” (en latín, putta) se convirtió hace siglos en sustituto biensonante de “mujer
pública” […]. De tal forma, su significado original de “niña” o “muchacha”
desapareció para contaminarse con el que pretendía reemplazar.
Fragmento de la Madonna Sistina, de Rafael Sanzio, conocido como I putti de Raffaelo |
¿Así que “puta” fue un eufemismo?
Pues sí. Esto suena sorprendente hoy en día, salvo que se
conozca, o se intuya, la teoría del dominó que formuló el lingüista
norteamericano Dwight Bolinger […].
Según esa formulación, las palabras que sustituyen a
otras que nos suenan mal (aunque se refieran a lo mismo) tienen una vida
limitada porque son sustituidas a su vez tras absorber la fuerza peyorativa de
la anterior.
Hemos presenciado muchos casos así en los últimos
decenios, al nombrar realidades que preferiríamos que no existiesen. Por
ejemplo:
• La palabra “viejos” quedó sustituida en el lenguaje
políticamente correcto por “ancianos”, que a su vez se volvió negativa. Llegó
entonces “personas de la tercera edad”, que reemplazamos ahora por “personas
mayores”.
• Los “países subdesarrollados” se convirtieron en
“países del Tercer Mundo” o “tercermundistas”, hasta que eso se consideró un
insulto. Así que decidimos denominarlos “países en vías de desarrollo”,
locución que empieza a sustituirse por “países emergentes”.
[…]
• Los “mongólicos” recibieron con esa palabra una
designación descriptiva, que se tornó perversa. Surgió entonces “subnormales”,
impulsada por las propias asociaciones de familiares: “Asociación de Familiares
de Niños y Adultos Subnormales” (Afanias). Años más tarde se debió sustituir en
el lenguaje correcto por “retrasados” o por “deficientes”, más tarde por
“insuficientes mentales” o “discapacitados psíquicos”, y finalmente por “niño
con síndrome de Down” o, ahora, “un Down”.
• El juego de los eufemismos desechó en su día los
términos “tullidos” y “lisiados” para elegir “inválidos”, pero el efecto dominó
aportó “minusválidos”, y luego “disminuidos” y más tarde “discapacitados”. [...] El texto íntegro en El País
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