Diego Muñoz Valenzuela
El cubo advirtió las morbideces de la esfera, sus líneas
sinuosas y perfectas, la exactitud y simpleza de las ecuaciones que la regían,
y -para gloria eterna de la geometría euclidiana- se enamoró perdidamente de
ella.
Sin embargo, la simetría que
tanto agrada al mundo de las matemáticas, no se prodiga fácilmente en el amor,
y la esfera rechazó la cuadratura del cubo, sus esquinas aguzadas, su tendencia
a avanzar en derechura al cumplimiento de sus propósitos. Incluso, en un
derroche de inequidad, inconciencia y falta de autocrítica, lo impugnó por
obeso.
Por más que intentó acercar
sus vértices a la esquiva esfera, el cubo no conoció más que fracaso tras
fracaso. Al fin, el tiempo hace lo suyo. Un día halló atractiva la elipse, a
quien había desdeñado por superficial en
un reciente pasado. Pero esa es otra historia.
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