- Ray Loriga, Menéndez Salmón o Andrés Barba renuevan la tradición con temáticas de hoy
La distopía que ha eclosionado en series de televisión de
audiencia masiva como El cuento de la
criada o Black Mirror también
busca su camino en los teclados de escritores españoles que están aportando
argumentos a la renovación del género. Si Rendición,
de Ray Loriga, sigue su camino de éxito tras lograr el premio Alfaguara hace un
año, Ricardo Menéndez Salmón repite género con Homo Lubitz tras ganar el premio Biblioteca Breve con El Sistema (ambas en Seix Barral). Y
Andrés Barba también se ha alzado con el premio Herralde de Anagrama con República luminosa. Tres ejemplos de
autores muy dispares pero que han buscado en mundos ajenos, a veces imprecisos,
a veces innombrados, regidos por códigos futuristas o simplemente divergentes
la plasmación de universos que podemos temer por intervencionistas en contra de
nuestras certezas y libertades.
“La ciencia ficción se ocupa en
verdad del presente”, suele decir Margaret Atwood, que vive ahora el éxito
mundial de un libro, El cuento de la
criada, que publicó en 1985. Tanto Atwood como Los juegos del hambre, la trilogía Divergente, Insurgente y Leal (RBA) y otros autores han renovado
en los últimos años las temáticas que se extendieron en el siglo XX (el
totalitarismo visto por Orwell o el hedonismo, por Huxley) para poner sobre la
mesa urgencias de hoy como la discriminación sexista, el control tecnológico,
la destrucción arbitraria o el cambio climático.
Menéndez Salmón elige un mundo
futuro, principalmente asiático, para situar la sumisión a un poder arbitrario
en el que el beneficio económico como bien supremo justifica la muerte
colectiva, y ésta además se desviste de relevancia a manos de asesinos
igualmente arbitrarios como Lubitz, el piloto que estrelló su avión contra los
Alpes. Barba –que considera su libro utópico y no distópico- dibuja un pueblo
indefinido en el que unos niños matan, destruyen y aterrorizan a la población
(¡increíble premonición!). Loriga pinta una ciudad transparente, metáfora de
este universo de exhibición y extimidad en redes, en la que los sentimientos
languidecen a cambio de paz. Continúa en El País
La distopía que ha eclosionado en series de televisión de
audiencia masiva como El cuento de la
criada o Black Mirror también
busca su camino en los teclados de escritores españoles que están aportando
argumentos a la renovación del género. Si Rendición,
de Ray Loriga, sigue su camino de éxito tras lograr el premio Alfaguara hace un
año, Ricardo Menéndez Salmón repite género con Homo Lubitz tras ganar el premio Biblioteca Breve con El Sistema (ambas en Seix Barral). Y
Andrés Barba también se ha alzado con el premio Herralde de Anagrama con República luminosa. Tres ejemplos de
autores muy dispares pero que han buscado en mundos ajenos, a veces imprecisos,
a veces innombrados, regidos por códigos futuristas o simplemente divergentes
la plasmación de universos que podemos temer por intervencionistas en contra de
nuestras certezas y libertades.
“La ciencia ficción se ocupa en
verdad del presente”, suele decir Margaret Atwood, que vive ahora el éxito
mundial de un libro, El cuento de la
criada, que publicó en 1985. Tanto Atwood como Los juegos del hambre, la trilogía Divergente, Insurgente y Leal (RBA) y otros autores han renovado
en los últimos años las temáticas que se extendieron en el siglo XX (el
totalitarismo visto por Orwell o el hedonismo, por Huxley) para poner sobre la
mesa urgencias de hoy como la discriminación sexista, el control tecnológico,
la destrucción arbitraria o el cambio climático.
Menéndez Salmón elige un mundo
futuro, principalmente asiático, para situar la sumisión a un poder arbitrario
en el que el beneficio económico como bien supremo justifica la muerte
colectiva, y ésta además se desviste de relevancia a manos de asesinos
igualmente arbitrarios como Lubitz, el piloto que estrelló su avión contra los
Alpes. Barba –que considera su libro utópico y no distópico- dibuja un pueblo
indefinido en el que unos niños matan, destruyen y aterrorizan a la población
(¡increíble premonición!). Loriga pinta una ciudad transparente, metáfora de
este universo de exhibición y extimidad en redes, en la que los sentimientos
languidecen a cambio de paz. Continúa en El País
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