Algunos vocablos acaban contradiciendo su propio origen cuando la gente así lo decide
ÁLEX GRIJELMO 9 NOV 2014
Algunos vocablos acaban contradiciendo su propio origen
cuando lo establece el uso que adopta la gente: ya sabemos que sobre el
lenguaje deciden los hablantes, y no los gramáticos ni los periodistas (ni
mucho menos los políticos); y conocemos de sobra que muchas palabras permanecen
inalteradas en su aspecto mientras se va transformando el fondo que designan.
Así, hablamos todavía de “colgar” el teléfono cuando eso consiste ya en pulsar
un botón o en acariciar una pantalla (y no en dejar el auricular sujeto de un
enganche pegado a la pared, como antiguamente); y decimos que tiramos de la
cadena aunque la maniobra se verifique activando una palanca. También
encendemos el televisor, sin que ello signifique prenderle fuego.
Del mismo modo se transformó el significado de la expresión
“patria potestad”, que antaño correspondía en exclusiva al padre (pater). Pero
ahora nadie cuestiona que una mujer disponga de la “patria potestad” sobre sus
hijos (y no “matria potestad”), ya se halle casada, soltera, divorciada o viuda;
ni de que administre su propio patrimonio individual, del mismo modo que santa
Bárbara puede ser la patrona de los mineros, y una ministra puede apadrinar un
barco.
Hablamos todavía de “colgar” el teléfono cuando eso consiste
ya en pulsar un botón o en acariciar una pantalla; y tiramos de la cadena
aunque ya la maniobra se verifique activando una palanca.
Así pues, el empeño en no llamar “matrimonio” a las uniones
homosexuales puede enraizarse en planteamientos ideológicos, pero no tanto
lingüísticos. Si “patrimonio” ha sufrido una evolución indudable en su uso, no
hallamos razón para renegar del mismo proceso con “matrimonio”. De hecho, ya ha
ocurrido así, y la Academia ha recogido en esa entrada la unión legal entre dos
personas del mismo sexo.
Una prueba más de que la realidad y las equiparaciones
sentidas por los hablantes alteran el significado de las palabras la aporta la
nueva edición del Diccionario académico en el término “matrona”.
En este vocablo vemos de nuevo con claridad los cromosomas
de mater y por tanto del concepto mujer. La matrona también es madre en cierta
medida (incluso equivale a “comadre”: es decir, co-madre) porque participa en
el proceso final para que llegue una criatura al mundo. El Diccionario en vigor
hasta hace unas semanas definía de este modo la palabra: “Mujer especialmente
autorizada para asistir a las parturientas”. Pero así como las mujeres han
irrumpido en muchas profesiones tradicionalmente masculinas, los hombres son
ahora azafatos, enfermeros, parteros, comadrones y matrones. Por eso la
Academia ha modificado aquella definición, empezando por la palabra misma:
acoge ya “matrón”, y desecha la hipotética “patrón” para esas funciones.
La nueva entrada en la edición que acaba de publicarse dice
así: “Matrón, -na. Persona especialmente autorizada para asistir a las
parturientas”.
Por tanto, no se circunscribirá a las mujeres un vocablo que
nace en mater: del mismo modo que “matrimonio” puede abarcar también a las
parejas de hombres.
Las palabras, cuando viven libres, se suelen adaptar bien a
las nuevas realidades.
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