El cerebro lingüístico se maneja asombrosamente bien con las polisemias
ÁLEX GRIJELMO 11 MAY 2014
Uno de los especialistas con mejor conocimiento de todo lo concerniente a la fórmula 1 explicaba el domingo 27 de abril en la radio que Kimi Raikkonen había tenido problemas en el trasero.
A usted le habrá parecido al leer esa frase (como a mí al escucharla) que el piloto finlandés estuvo incómodo en su monoplaza tal vez por alguna deficiencia en el asiento. Nada de eso. El lenguaje de los especialistas tiene estos problemas; algunas expresiones las entienden de maravilla entre ellos y sin embargo nos suenan excéntricas a los demás.
¿Cómo procesa nuestra mente los significados para que casi siempre acierte en esa descodificación? El cerebro lingüístico se maneja asombrosamente bien con las polisemias. Muchas palabras tienen significados distantes y hasta opuestos según el contexto en que se utilicen. (No hace falta repetir aquí los insultos que, en determinado ambiente, se convierten en elogios).
Los psicolingüistas han estudiado tal mecanismo. Primero recibimos la información léxica (la expresión “el trasero”, por ejemplo). Después activamos el significado más frecuente para nosotros; y quedan en un estado latente los demás. Si el primer significado (el más habitual) resulta incongruente con el contexto, activamos el siguiente más familiar; y luego el siguiente y el siguiente, así hasta dar con el sentido adecuado para el caso. Es la teoría de la búsqueda ordenada (Reed y Ellis), que se produce en el cerebro a una velocidad de vértigo.
Veamos esta frase: “María salió de la tienda y se dirigió enseguida al banco. Luego se sentó en él”. Lo más probable es que el lector haya interpretado al principio la palabra “banco” con el significado que le resulta más habitual (el relativo a ese lugar adonde acude para ingresar o extraer dinero). Pero al encontrar el verbo “se sentó”, habrá recuperado de inmediato el segundo sentido que había quedado latente en la zona subliminal de su procesador lingüístico.
Lo mismo sucede con ese “trasero” de la fórmula 1. Sin embargo, a gran parte del público que escuchara al comentarista deportivo le habrá faltado un contexto claro, que sí se construye al instante en el ejemplo del banco mediante la presencia de “se sentó”. Si falla el entorno que se recupera con la memoria, si no hallamos el recuerdo de una habitualidad de la palabra, la comunicación falla.
Ahora bien, quien ha seguido las transmisiones de circuito en circuito habrá escuchado más de una vez expresiones como “tren delantero” y “tren trasero”. Ese adjetivo se irá desprendiendo para los especialistas —por el uso o por la proximidad- de los sustantivos a los que acompaña. Así sucede a menudo en el idioma: “el teléfono móvil” se convierte en “el móvil” (y en este caso no nos referimos al móvil del crimen, como quizá se le haya pasado a usted por la cabeza sin darse cuenta); “el ordenador portátil” se mencionará como “el portátil”; “un coche cuatro por cuatro” se llama “un cuatro por cuatro”… Y el tren trasero, a causa de la reiteración, parece denominarse ya para los familiares del asunto “el trasero”: es decir, las ruedas de atrás.
Todo eso ocurre porque el significado no está en las palabras, sino en el reconocimiento de lo que se quiere expresar con las palabras (Graciela Reyes, 2002). Si decimos “me gustan los coches de Alberto”, se puede entender que Alberto posee varios automóviles; pero también que administra un concesionario.
La comunicación entre personas se basa en que conecten sus respectivos contextos; y por ello conviene imaginar siempre el contexto del otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario